Vie 09.01.2009
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EMANUEL GALLI, ESCRITOR Y MUSICO

Un voyeur para un laberinto

Seis calles. Una historia de Parque Chas es su primera nouvelle. Se trata de un recorrido entre bizarro y metafísico por el ya legendario barrio porteño. El protagonista del libro ilustrado por Rocambole es un adolescente en busca de su identidad.

› Por Silvina Friera

Desde la ventana del living de su casa, en un primer piso, un adolescente, que busca su identidad a través de los pliegues inútiles y esquivos del arte, observa los hechos que suceden en la calle como un auténtico voyeur. Un líquido espeso y amarillo corre velozmente por la acera y el asfalto. El cielo está gris; la lluvia es continua y apocalíptica. Ve a leones peludos y salvajes, a chacales, canguros, perros salvajes y a un rinoceronte, persistente en su afán de derribar un edificio bajo, de unos tres o cuatro pisos. Un puñado de hombres se esfuerza por levantar un piano de cola negro hasta el borde de la barandilla de la terraza para dejarlo caer sobre el rinoceronte. El piano lanzado queda suspendido en el aire eternamente, venciendo todas las leyes de la física. El adolescente, músico inspirado y solitario, busca evadirse de la realidad, mirar de muy lejos la invasión sin sentirse invadido, componiendo una canción. Pero vive en un pequeño barrio que lo resiste todo –hasta esa indiferencia o inocua rebeldía juvenil– con un mecanismo tan intrincado que el mismo intento de atacarlo se frustra rápidamente. Seis calles. Una historia de Parque Chas (Ediciones Continente), la primera nouvelle que escribió Emanuel Galli, ilustrada por Rocambole, es un pastiche que abreva en lo bizarro y lo grotesco. La narración parece rumbear hacia la literatura fantástica, pero a veces el curso de los acontecimientos se desvía por la metafísica, rozando, también, lo social y lo político, como si ese barrio, diseñado de un modo indestructible, antiinvasiones, permitiera experimentar con diversas corrientes artísticas, incluyendo también al surrealismo y la literatura beat.

Galli, que nació hace 32 años (21 de marzo de 1976), vivió entre los 7 y los 30 en ese “laberinto de sentimientos” llamado Parque Chas, imaginado por un alucinado arquitecto para que la gente se perdiera. Y vaya si lo consiguió. Cualquiera que haya intentado, en bicicleta o a pie, pasear por esas callecitas, pronto habrá sucumbido ante la sensación de girar en una calesita que termina siempre en el mismo lugar, celebrando, a pesar de la derrota, la genial malicia con la que fue planificado el barrio. “Nunca hay tres calles que se cruzan, siempre son seis calles que se chocan; nunca emergen, siempre convergen”, se lee en la nouvelle que Galli escribió a los 24 años. “No van a poner un shopping ni un hipermercado –afirma–. Todo es muy reducido y eso hace que el barrio se conserve, más allá de que, de un tiempo a esta parte, hayan construido algún edificio de dos o tres pisos o una casita más moderna. Parque Chas ha soportado los embates del tiempo, por eso se autoconserva.”

El escritor, que el año pasado sacó un disco-libro homónimo con su banda Dei Fragmenta, cuenta que en Seis calles buscó “fabular con el hecho de que las personas que viven en Parque Chas saben que el barrio se hizo para perderse y ellos no quieren ubicar a las personas desorientadas”. Galli sospecha que vivir más de sesenta años en un barrio con calles giratorias debe afectar el comportamiento de los vecinos. “Me interesaba trabajar con la idea de que el barrio se autopreserva, y al hacerlo se cierra. Nada puede entrar pero tampoco salir, como el agua, que cuando no corre se estanca y se pudre”, compara el escritor. “La música es algo muy importante en mi vida, pero también en el libro y en la literatura. La música de lo que uno escribe consigue que el tiempo sea eterno o que se detenga. La musicalidad de la prosa hace que uno pueda detenerse en un instante y pueda componer, como le sucede al protagonista.”

Escrita “a máxima velocidad”, ese ritmo se conecta con el momento existencial en que Galli empezó a escribir la novela, entonces alimentado con los “platos principales” que le ofrecían los libros de Kafka, Sartre y Camus. “Uno escribe un libro de un modo más mental o más sentimental, y creo que esa velocidad era la manera de sacarme algo que tenía adentro. Me acuerdo de que quería expresar que el capitalismo, por decirlo de algún modo, o la parte más macabra del consumismo, no podía entrar en el barrio. Todo empezó por ahí: cómo podía manifestar que el capitalismo quería entrar, pero no podía. Una de las primeras cosas que se me ocurrió fue lo del líquido amarillo que sale de las alcantarillas”, recuerda el escritor. “Más allá de que el relato está camuflado como si fuera una historia despistada, la novela tiene pilares muy potentes como la búsqueda de la identidad de un adolescente, el levantar la cabeza y ver qué pasa en el mundo para después volver a sumergirse y conectarse con lo que quiere. Cuando el protagonista entiende al barrio, se entiende a sí mismo.”

Después de esa escritura de un tirón, Seis calles entró en un período de reposo absoluto. Su autor, en cambio, siguió escribiendo: tiene otra novela y un libro de cuentos inéditos. A los 28 volvió a releer su primera novela y le pareció que era una historia que calzaba como anillo al dedo de Rocambole. “Hablé con él y me pidió un original del libro. Ahí empezó un proceso muy largo, porque en ese momento no tenía una editorial interesada en publicarlo, y tanto Rocambole como yo, por nuestros trabajos, teníamos poco tiempo para juntarnos. Todo fue gradualmente. De a poquito nos fuimos encontrando y charlando”, señala Galli.

Convencido de que la literatura, a diferencia de la música, es una de las pocas artes que no se agota en su vida, el escritor dice que siempre encuentra nuevas maneras de jugar y de relacionarse con lo que escribe. “Los personajes que uno crea, si son reales, están vivos, te hablan, quieren hacer cosas, y uno decide si los deja o no.” Ahora está jugando con los personajes de Metáfora de mi libro, la novela que está escribiendo, y con las ideas que está esbozando en otro libro, un ensayo-poesía que le inspiró la lectura de un ensayo sobre arte de Susan Sontag. Su veta musical y la banda, Dei Fragmenta, atraviesan por una impasse. “No dejo de ver demasiados músicos y grupos, y no soy de los que creen que porque sabés tocar la guitarra podés hacer música.”

–Casi el mismo argumento se podría aplicar a la literatura: que alguien sepa escribir no es sinónimo de que sea escritor.

–Sí, es cierto que también hay demasiados escritores, pero hay una parte de la literatura que se sigue conservando. La música se ha transformado en una industria tan grande que hasta es difícil escuchar una buena canción en cualquier radio. Y no estoy hablando de virtuosismo. Tengo la sensación de que escribo porque hay una parte que no puedo terminar de plasmar con la música. Y eso que queda se convierte en libros. La canción tiene una dinámica corta que no tiene el libro, y cuando uno quiere expresar demasiadas cosas no le queda otra que sentarse a escribir. Los mundos de la música y la literatura están muy separados, por ahora no se juntan.

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