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Lunes, 9 de marzo de 2009

PUBLICACIóN DE UNA SELECCIóN DE TEXTOS DE GEORGE BATAILLE

Obsesiones en estado de éxtasis

En Charlotte d’Ingerville y otros relatos eróticos, religión y erotismo no son fáciles de distinguir. “Más allá de la literatura, la vida se busca en el coito. Pero en el coito sólo estaba la muerte”, escribió el pensador francés, propiciador de auténticas epifanías literarias.

 Por Silvina Friera

“No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina.” Esta cita del Marqués de Sade le vino como anillo al dedo a George Bataille –especie de monstruo filosofal ponderado como “la mejor cabeza pensante de Francia”, según Martin Heidegger; vilipendiado bajo el mote de “nuevo místico”, en boca de Jean-Paul Sartre– para fundamentar por qué el erotismo “abre a la muerte”. En Charlotte d’Ingerville y otros relatos eróticos (El cuenco de Plata), traducido y prologado por el poeta Silvio Mattoni, volumen que reúne una selección de textos publicados por primera vez en el tomo IV de las Oeuvres complètes de Bataille, hasta las notas y comentarios excluidos de la tetralogía Divinus Deus, su proyecto narrativo firmado por Pierre Angélique (uno de los seudónimos que utilizó para publicar sus novelas pornográficas, el otro era Lord Auch), certifican, sin grietas ni fisuras, la punta del ovillo del pensamiento batailleano. “Más allá de la literatura, la vida se busca en el coito. Pero en el coito sólo estaba la muerte.”

Si por los caminos de estos relatos “calientes” se puede conectar a Sade y a Leopold Sacher-Masoch –tríada orgiástica de escritores enlazada por el mismo látigo: la obsesión pornográfica parte de la trasgresión a la ley–, también es cierto que no bien se transita por el primero de los textos, “El muerto”, punto de partida fundamental de la obra erótica del intelectual francés, se impone el éxtasis religioso como envión diferenciador. En este libro, en palabras del propio autor, erotismo y religión no serán fáciles de distinguir. Deseo, desesperación y sacrificio, obsesiones que atravesaron el horizonte de Bataille, se aparean en su poética.

Las escenas de embriaguez, éxtasis y autodestrucción de “El muerto” subrayan el interés de Bataille por lo dionisíaco del Nietzsche de El origen de la tragedia: “El efebo arremetió como un toro; el conde facilitó la entrada del miembro. La víctima palpitaba y se debatía: un cuerpo a cuerpo de increíble violencia. Los demás miraban, respiraban mal, sobrepasados por ese tumulto. Las manos y los dientes desgarraban en medio de los gritos”, se lee en el capítulo XXI, titulado “Pierrot coge a Marie”. En “El proyecto para un prefacio de El muerto”, Bataille revela los pormenores de la composición de este relato, escrito en Normandía, probablemente en 1942, cuando sufría tuberculosis. Pero sin duda, uno de los aspectos más interesantes de este proyecto está en la segunda parte, donde explica por qué desiste de la filosofía –admite que ha abandonado la lectura sistemática de Hegel y que también ha desertado de Heidegger– en los años ’40. El “violento silencio” filosófico es desplazado por la certeza de que no se callará, lo que también podría ser interpretado como una opción por “la experiencia de la escritura”, como la llamó Blanchot. “La violencia del poeta, la razón del dialéctico abren sin fin (y no obstante cierran sin fin al mismo tiempo) las posibilidades de un lenguaje que admita que el lenguaje no es nada, que el placer y el dolor están en el instante. Pero, ¿es posible decirlo sin vivir?”, se pregunta en ese prefacio que entabla un diálogo fecundo con el esbozo final, “El campo, el amanecer”, que cierra la antología: “Tendrán que arrancarme la lengua o hablaré. ¡Mentiré en la hoguera y con la lengua arrancada, sacaré un gluglú de mi garganta, llegaré al colmo del impudor!”.

“La ferocidad con que los personajes de cada relato de Bataille se entregan a la borrachera, esa ingenuidad de abrir, una tras otra, incontables botellas hasta caer desmayados, hasta perder la memoria de lo que hicieron, cumple el papel propiciatorio de las más intensas epifanías que conoce lo que aún llamamos literatura”, señala Mattoni en el prólogo. Un ejemplo notable sería el de la nouvelle Julie, cuando el narrador sugiere que a la protagonista le pareció que “estar borracha era la única manera de esperar (...); borracha, podría provocar el retorno a la vida”. Mattoni completa el cuadro y advierte que “Marie, Julie, Madame Edwarda, Charlotte d’Ingerville y Santa son formas de aparición de lo divino en la carne que goza, se pierde y se muere”. Deslumbrante, por cierto, resultan las cuatro páginas de “La meditación”, que formaría parte de un libro que el filósofo francés planeaba titular La tumba de Luis XXX, algunos de cuyos fragmentos fueron utilizados en “El pequeño”. El propio Bataille se convierte en “un pene erecto” en los primeros días en que medita. “¿Escribo para soberanos?”, se interroga bajo ese poderosísimo efecto de excitación sexual. La respuesta resulta central para comprender el planteo filosófico y literario de Bataille: “Si alieno en mí, por una concesión a los valores de utilidad, los momentos de horror, como soporte de un ‘soberano bien’, intercambio (vendo) la soberanía que me pertenece por una comodidad: no tener más miedo”.

En “Charlotte d’Ingerville”, que continúa la trama de “Mi madre”, los personajes han llegado demasiado lejos. Tal vez sea la historia más perversa, si se quiere más “incorrecta”, concebida por Bataille. Un muchacho se reencuentra con la joven huérfana amante de su madre –vale aclarar que ambos son, además, primos–, que da título al relato y a la antología, apodada por los hombres del pueblo como “canasto podrido”. Y no hay que tener una imaginación frondosa para dar en el blanco de ese apodo. Los primos deciden hundirse gozando, comportándose de la peor manera que pueden, especialmente Charlotte, que desea morir en un burdel. Entre lo inconfesable pero confesado, con una atmósfera a priori masoquista, azote y látigos mediante, en “Santa” el horror y la sordidez del deseo se satisface más en el fiasco que en el acto.

Los borradores de “Paradoja sobre el erotismo” son esclarecedores respecto de las matrices del pensamiento del autor de La experiencia interior, Las lágrimas de Eros, Historia del ojo y Madame Edwarda, entre otros. Aunque estas ideas están explicitadas en sus ensayos, los borradores confirman la estrecha conexión entre filosofía y literatura. Lejos del punto de vista científico –en su opinión el erotismo no puede ser objeto de la ciencia–, Bataille sitúa al erotismo en el plano de la religión. Como si fuera un acto de confesión por escrito, esgrime las razones por las que no se considera un filósofo profesional. Aunque califica de “considerable” su avidez por conocer, reconoce que siempre prevaleció su avidez por vivir. “No soy pues un verdadero filósofo, porque si se me impone la preocupación por el conocimiento, no es de una manera especializada (...) Llegado el momento, todos los problemas se resuelven en mí.” Las seis misceláneas incluidas en el apartado titulado “Esbozos”, sobre todo “La diosa de la fiesta”, ponen al desnudo el “espíritu de poeta” de Bataille. No viene mal recordar, en este punto, un fragmento del ensayo El erotismo, en el que cita unos versos de Rimbaud, a quien consideraba uno de los poetas más violentos. “La poesía lleva al mismo punto que todas las formas del erotismo; a la indistinción, a la confusión de objetos distintos. Nos conduce hacia la eternidad, nos conduce hacia la muerte y, por medio de la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad. Es la mar, que se fue con el sol.”

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Bataille, tan “incorrecto” como perturbador.
 
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