Jueves, 30 de abril de 2009 | Hoy
MICHEL LAFON, HISTORIA DE UNA PASIóN FRANCO-ARGENTINA
El escritor y crítico francés enseña a Borges, Aira y Bioy Casares, entre otros, en la Universidad Stendhal de Grenoble. “Argentina es el país de la curiosidad intelectual, más que Francia”, dice Lafon, que estuvo ayer en la Feria y hoy hablará en la Alianza Francesa.
Por Silvina Friera
La culpa de que el escritor y crítico francés Michel Lafon sea un enamorado de la literatura argentina la tiene Jorge Luis Borges. Su obsesión nació en una librería de Montpellier, su ciudad natal. Tenía 17 años cuando se compró un ejemplar de El aleph sin tener la más mínima referencia sobre la obra. Su vida cambiaría para siempre. Se transformó en un especialista en Borges que poco a poco fue devorando toda la literatura argentina del siglo XIX y XX. Así como otros académicos se definen como hispanistas o latinistas, el señor Lafon se enorgullece de ser un “argentinista” en la Universidad Stendhal de Grenoble, donde se dio el gusto de inventar una cátedra de literatura argentina. Pero también se dio el gusto de traducir al francés las novelas completas de Adolfo Bioy Casares, traducir a Borges, a César Aira y a Sergio Chejfec. Ahora, a los 55 años, podrá el paso del tiempo adoptar la forma de un puñado de canas dispersas por su cabeza, pero la pasión continúa intacta. El escritor francés se queja porque hace dos años que no viene a Buenos Aires. Los avatares de su vida académica más otras cuestiones personales se confabularon para demorar el regreso esperado. Pero de nuevo “en casa”, el escritor tendrá su tiempo de revancha. Ayer dio una conferencia en la Feria del Libro titulada “De Bustos Domecq a Pierre Ménard: historia de una pasión franco-argentina”. Hoy a las 19.30 presentará en la Alianza Francesa (Córdoba 946) Escribir en colaboración. Historia de dúos de escritores (Beatriz Viterbo) junto a César Aira, traductor del ensayo y amigo de Lafon.
En la casa de San Telmo donde se instala cada vez que viene al país, Lafon recuerda que Escribir en colaboración, lógicamente escrito a cuatro manos con Benoît Peeters, fue una investigación que se prolongó durante casi quince años sobre varios dúos como Alexandre Dumas y Auguste Maquet, Maxime du Camp y Flaubert, Marx y Engels, Breton y Philippe Soupault, Borges y Bioy y Deleuze y Guattari, entre otros. “Quizá si hoy surge una obra en colaboración no va a ser tan mal vista, tal vez por nuestros esfuerzos, por nuestros combates, porque a lo largo del libro intentamos demoler ese dogma romántico del autor único, el del hombre, más que la mujer, inspirado directamente por las musas. La idea de que la escritura en colaboración se transforme en una relación dual entre dos personas, la idea de la aparición del dúo, es casi intolerable para el pensamiento romántico. Hay que combatir la idea romántica y negarla”, plantea el escritor y crítico.
–A pesar de las vanguardias que experimentaron con la colaboración, ¿en la literatura perdura una visión muy romántica sobre la creación?
–Ese es el eterno problema de la literatura. Hay una vanguardia que, en efecto, puede experimentar la escritura en colaboración, pero no basta para dar una vuelta de tuerca, tal vez porque la vanguardia no cree tanto en la colaboración. Las propias vanguardias experimentaron la escritura en colaboración como un juego que no se prolongó en el tiempo.
–Cuando empezaron a investigar hace quince años para escribir el libro, ¿quisieron recuperar, en cierto sentido, la idea de la “muerte del autor” de Foucault?
–Sí y no. Se podría asociar nuestro trabajo con la idea de la muerte del autor, pero al mismo tiempo no está relacionado de manera tan directa porque hay casos de colaboración en los que se presentan egos hipertrofiados. Honorio Bustos Domecq, el “tercer hombre” que surge de la colaboración de Bioy y Borges, es una especie de monstruo del egotismo, un ego hiperdesarrollado. Todo el sistema Bustos Domecq es un sistema de egos concéntricos, con el yo del académico y el ego tonto de la maestra que escribe su biografía de Bustos Domecq. En el libro no llegamos a teorizar sobre la muerte del autor. Preferimos contar historias, que la superficie sea legible, que se pueda leer como una serie de cuentos o de investigaciones.
El escritor francés aprendió español en el colegio. “Tenía 17 años cuando entré a una librería de mi ciudad, Montpellier, y me compré El aleph sin saber lo que era. Me di cuenta de que me estaba pasando algo importante porque no paraba de leer ese libro. Me hice borgista, argentinista. Luego leí en círculos concéntricos: de Borges pasé a Bioy Casares, a Silvina Ocampo, hasta que finalmente leí toda la literatura del siglo XIX y XX . Soy un enamorado de la literatura argentina. Ya que me parece que es la mejor literatura del continente, para qué disimularlo, para qué ocultarlo. No tengo tiempo para dedicarme a otras literaturas”, confiesa Lafon.
–¿Por qué considera que la literatura argentina es la mejor del continente?
–Tal vez porque Borges nació por acá. Tener a Borges como compatriota para un escritor argentino es una exigencia intelectual enorme. Argentina es el país de la curiosidad intelectual, más aún que Francia. Hay una curiosidad y una exigencia permanente. Acá siguen surgiendo editoriales nuevas. Hace dos años que no venía, y ahora veo que hay una nueva editorial, Eterna Cadencia, además de otras que vienen trabajando muy bien, como Mansalva. Mis mejores interlocutores, lectores y amigos viven acá y en Rosario. Los argentinos tienen la exigencia de abrirse a varias literaturas, a varios idiomas, y en las librerías de Buenos Aires se ve más filosofía francesa que en las librerías de París.
–¿No estará exagerando un poco?
–Diría que casi en serio, sí (risas). Acá encontrás más libros de Lacan que en París. Puede ser que lo idealice, pero lo veo así. Es mi pasión; me paso la vida idealizando a este país, a esta literatura, es una idealización casi profesional. Interlocutores como César Aira, Luis Chitarroni, Ernesto Montequin no los tengo allá. Por eso tengo que viajar acá.
–César Aira tradujo Escribir en colaboración y usted lo tradujo a Aira al francés. ¿Cómo definiría esa relación?
–También soy personaje de una novelita suya. César me dedicó Fragmentos de un diario en los Alpes, que transcurre en mi casa, en los Alpes. Hay una amistad tan profunda entre nosotros que cada uno forma parte de la vida del otro. Mi primera novela, Una vie de Pierre Ménard (Gallimard), va a ser traducida por César. Hay entre nosotros un diálogo permanente que va más allá del diálogo lógico entre el escritor y su traductor.
–¿Puede anticipar algo de esa novela, que tiene un título tan borgeano? ¿La va a publicar en la Argentina?
–La novela está ambientada en el jardín botánico de mi ciudad natal, Montpellier; es una fundación mítica de Montpellier. Las cosas se invierten por un complot amistoso y finalmente Ménard aparece como el inventor de la literatura moderna. Montpellier no es una ciudad muy letrada ni muy literaria, es más bien periférica. Pero le quise dar a través de la ficción un lugar central en la literatura francesa y mundial. En estas dos semanas que voy a estar en Buenos Aires quiero tratar de encontrar una editorial argentina donde publicar mi novela.
Lafon admite que su pasión es leer toda la literatura argentina que se publica. “Durante años me leía todo lo que salía. No sólo César Aira sino todo Martín Caparrós, todo Martín Kohan, todo Sergio Bizzio, todo Daniel Guebel. Mis amigos argentinos, cuando les comento lo que hago, me dicen: ‘Sos un mártir’. Pero me encanta hacerlo.” El señor Lafon, mártir dichoso, concluye su relato, que bien se podría titular historia de una pasión franco-argentina.
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