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Martes, 19 de mayo de 2009

GEORGE CLINTON ARRANCA SU TRIPLETE DE SHOWS EN LA TRASTIENDA

“Yo nunca voy a jubilarme”

El legendario prócer del funk tiene un nuevo disco, George Clinton and his Gangsters of Love. Pero eso es en realidad una anécdota: sus presentaciones en Buenos Aires prometen un repaso de esa mixtura personalísima fundada en los ’70.

 Por Roque Casciero

El es el primero en desestimar para sí el título de leyenda viviente: “Eso significa ‘viejo’”, se ríe a través del teléfono. Pero George Clinton –que se presentará en La Trastienda hoy, mañana y pasado– se ganó todos los pergaminos para que se lo considere de ese modo. En los ’60 era dueño de una peluquería en Plainfield, Nueva Jersey, cuando decidió formar un grupo vocal de doo wop, The Parliaments. El no podía saberlo, pero había puesto en marcha una poderosa máquina de funk. “No me di cuenta de que habíamos creado un nuevo género (el P-Funk) hasta los ‘70, cuando por primera vez tuvimos un grupo en serio”, asegura. En esa década, Clinton fue el arquitecto de un sonido revolucionario, que actualizaba al funk con aportes de hard rock y psicodelia. Sus vehículos fueron dos bandas gemelas, formadas por casi los mismos integrantes: Parliament y Funkadelic, cuyo groove todavía tiene eco en buena parte de la escena de hip hop. “El modo en que hice las cosas parece un poco extraño, pero no es así para mí, porque lo único que hice fue persistir en lo que me gusta”, explica Clinton. “Siempre busco la música que odian los padres y los músicos viejos, y eso me muestra el camino de qué voy a hacer a continuación. Así que hago un poco de trampa”, se ríe.

La figura de Clinton, siempre con peinados estrambóticos y ropas acordes, todavía es llamativa ahora que está por cumplir 68 años, pero unas cuantas décadas atrás era directamente alienígena. “No distingo los colores, pero creo que en mi pelo ya los usé a todos y en todas las combinaciones posibles”, dice con su voz gastada. Para colmo, en los ’70 el hombre hablaba de sus bandas como “la Nave Madre” y les ponía tapas ultrapsicodélicas a sus discos de funk caliente y afilado. “Por mi personalidad, no podría ser un tipo apagado o relajado. Los peinados y la ropa fueron para llamar la atención, pero después tenía que estar a la altura. Si vas a ser llamativo, más vale que digas algo que tenga sentido... o que funcione, al menos”, se planta.

–Usted ha dicho que se considera loco. ¿Cree que la locura es parte intrínseca del genio?

–No tengo la menor duda.

–Hoy en día lo consideran una influencia desde los raperos hasta bandas de rock como los Red Hot Chili Peppers (a quienes les produjo el disco Freaky Styley) o Primal Scream. ¿Cuál cree que ha sido su mayor aporte a la música popular?

–Juntar a músicos que por lo general no trabajarían juntos y hacer con ellos una música con ciertas reminiscencias de Motown, para que ese sentimiento siga vivo. James Brown, nosotros, Sly Stone y los Chili Peppers: todos hemos tocado con los otros.

–Una verdadera familia del funk, donde todos se cruzan.

–Bueno, eso también ha sucedido siempre con el jazz, donde los miembros de las bandas se juntan a tocar con los de otras. Motown era así porque los músicos eran de la banda de la casa y los cantantes habían crecido en la misma comunidad, en muchos casos se conocían desde chicos, entonces trabajaban juntos. Y en el country, los compositores de Nashville también son así, todos componen con los demás. Pero, ciertamente, Motown fue mi ejemplo.

–Muchos músicos se fueron de Parliament, Funkadelic o la P-Funk All Star, pero por lo general después volvieron a trabajar con usted.

–Bueno, yo nunca abandoné a nadie... Quizás alguno me haya abandonado por un rato, pero todos sabemos que tarde o temprano vamos a volver a estar juntos. Para mí, la música es más importante que cualquier otra cosa. Y como amo tanto tocar en vivo, nunca voy a jubilarme.

–En cierto momento de su carrera, era confuso saber cuál era la diferencia entre Parliament y Funkadelic. ¿Cómo se daba cuenta usted si una composición le quedaba mejor a una banda o a la otra?

–Por lo general se decantaba solo, pero un par de veces tuve que decidirlo. Por ahí era porque tenía más guitarras o por quién necesitaba antes el disco (risas). A veces guardaba una canción para un grupo o el otro, y algunas las grabé con ambos, una o dos. A veces hasta tres grupos, porque eran Parliament, Funkadelic y Bootsy (Collins, bajista de Funkadelic y solista), que podían usar algo.

–En su último disco, George Clinton and his Gangsters of Love, uno de los invitados es Carlos Santana. Y usted siempre mencionó a la música latina como influencia. ¿Cómo la descubrió?

–El mambo y el chachachá eran muy populares en Estados Unidos en los ’50. Yo pensaba que era música negra (se ríe), no podía ver la diferencia, pensaba que los latinos eran como los negros del sur, que simplemente tenían un acento diferente. Más tarde en mi carrera pude tocar con varios músicos latinos, como Tito Puente o Santana.

–¿Conoce algo de la música argentina?

–No, nada. O sea, escuché tango, pero no conozco a los artistas.

–Hace dieciséis años hizo con varios raperos la canción “Paint the White House Black” (“Pintá de negro la Casa Blanca”). Pero, ¿realmente pensaba que su país podía tener un presidente negro?

–Sí, siempre estuve seguro de que iba a suceder. Hice Chocolate City... Sabía que iba a pasar. Es que el negro es demasiado popular (risas).

–¿Votó por Barack Obama?

–Por supuesto. Y lo adoro. Para hacer todo lo que él tiene que hacer ahora, más vale tener a alguien que tenga buen ritmo, para que incluso sus enemigos no se sientan tan amenazados. El parece ser bueno para eso, ha tomado en consideración con quiénes tiene que lidiar.

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George Clinton, el padre del P-Funk.
 
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