TEATRO PARA TODOS LOS PUBLICOS EN UN AÑO DE ZOZOBRA PARA LAS SALAS INDEPENDIENTES
Cómo multiplicar propuestas y escenarios
El año que termina empezó con graves problemas para las salas independientes, que debieron adecuar instalaciones después de la tragedia de Cromañón. No obstante, el teatro mostró una vitalidad envidiable, que no cesó en ningún momento.
› Por Hilda Cabrera
y Cecilia Hopkins
La escena se multiplica y sorprende más allá de cómo y por qué. La temporada teatral 2005 apostó a la creatividad intentando superar escollos de todo tipo, desde los económicos hasta los que surgieron luego del incendio en República Cromañón, cuando pasó a primer plano el tema de la seguridad y habilitación de las instalaciones. Las salas independientes debieron lidiar entonces con inspectores y aprestarse a reformas. Trazar un panorama de la actividad escénica será siempre una tarea incompleta por la abundancia y variedad de los espectáculos que se ofrecen, aun cuando no escapa la recurrencia a determinados asuntos. En 2005 dominaron las tragedias y los trabajos referidos a aspectos puntuales de la historia, propiciando enlaces entre pasado y presente, como sucedió con Rudolf y Bienvenido Sr. Mayer, de Juan Freund, y El tapadito. La nómina de tragedias incluyó adaptaciones de Las troyanas, de Eurípides; Hipólito y Fedra; espectáculos como Electra shock; la poética Antígona, que dirigió Carlos Ianni, y otras piezas sobre figuras mitológicas (Los reyes, de Julio Cortázar, con dirección de Luciano Cáceres). En otro contexto, la monumental Numancia, en versión de Daniel Suárez Marzal. La decadencia y crisis moral de la sociedad argentina fue retratada en sus varias etapas en De mal en peor, Agua (con actuación de Fernando Llosa y Graciela Araujo); Guachos, de Carlos Pais; El muro, de Jorge Paladino; De cirujas, putas y suicidas (compendio de historias abroqueladas en el bar de los que no tienen fe), sobre textos de Roberto Cossa, Marta Degracia, Roberto Perinelli y Carlos Pais; y en piezas que recrearon metafóricamente pasajes de nuestra historia: Las 20 y 25 (dirigida por Helena Tritek); Guayaquil, de Pacho O’Donnell; La sierva (adaptación de esta novela de Andrés Rivera) y Una pasión sudamericana, de Ricardo Monti.
El presente generó a su vez la necesidad de reflexionar sobre la complejidad de los afectos. Se repuso Volvió una noche, de Eduardo Rovner, protagonizada por Norma Pons; y se estrenaron Fotos de infancias, de Jorge Goldenberg; Ella, de Susana Torres Molina, con Patricio Contreras y Luis Machín; La música, de Silvio Lang; Pequeñas torturas cotidianas, Temporariamente agotado y Ella en mi cabeza, de Oscar Martínez, donde se destacó Julio Chávez. Las experiencias personales fueron reflejadas en Los mansos, de Alejandro Tantanian; las piezas del ciclo Biodrama que coordina Vivi Tellas y en otras de esta directora junto al escritor y realizador Edgardo Cozarinsky (Cozarinsky y su médico). El humor se tiñó de negro para aludir a la discriminación y a la puja por ocupar un lugar en la sociedad: Supermercado Crisol (Open 24 hours), por Los Macocos; y El método Grönholm. Esta pieza del barcelonés Jordi Galcerán, dirigida por Daniel Veronese, reunió a intérpretes famosos, como otro espectáculo del circuito comercial, Visitando al Sr. Green, donde se lució Pepe Soriano. Otro aporte fue el de obras caracterizadas por la ausencia de palabras: Los cuatro cubos, de Fernando Arrabal, dirigida por Pablo Bontá; No me dejes así, según Enrique Federman; Del otro lado del mar, de Omar Pacheco; y Acto sin palabras, puesta de Miguel Guerberof. Obras que en algún punto se relacionan con la reposición de Un leve dolor, de Harold Pinter, concretada por Alfredo Martín.
Las alegrías y sinsabores de la inmigración hallaron cauce en Los hijos de los hijos, conducida por Inés Saavedra y Damián Dreizik, y en espectáculos de Estudio Abierto 2005 (conjunto de obras breves y performances portuarias). El teatro de calle logró sostenerse a impulsos de La Runfla, El Baldío, Calandracas (conducido por Ricardo Talento) y, entre otros, Catalinas Sur (liderado por Adhemar Bianchi). Estos elaboraron trabajos para la comunidad y prestaron su apoyo a eventos (Teatro por la Memoria) y ciclos (Teatro por la Identidad). Entre los numerosos ciclos programados interesó el de efemérides (ofrecido en ElKafka) y los de títeres paraadultos. También los dedicados a la poesía, entre otros Ahora somos todos negros, con Leonor Manso e Ingrid Pelicori. La reposición de algunas obras generó expectativas: El pan de la locura, de Carlos Gorostiza, uno de los artistas homenajeados en el 2005, como Griselda Gambaro (de quien se reestrenó La malasangre, con Lorenzo Quinteros) y China Zorrilla. El regreso a escena de La señorita de Tacna, protagonizada por Norma Aleandro, fue aplaudido por su autor, Mario Vargas Llosa, presente en la première. Otra fue la puesta de La profesión de la señora Warren, de Bernard Shaw, dirigida por Sergio Renán; y la vuelta de Muerte accidental de un anarquista, de Dario Fo (con Alfredo Zemma). Algunos de los textos del juglar italiano premiado con el Nobel (los de Mistero buffo) reaparecieron en El evangelio según Dario Fo, un montaje de Claudio Nadie. Se sucedieron los musicales al estilo Broadway y otros de marca local, como La fiaca, con libro de Ricardo Talesnik. El grupo De la Guarda insistió con sus habilidades multidisciplinarias y, finalizando la temporada, Emilio García Wehbi se decidió por una performance de cuatro horas y título inquietante: El matadero.
De la totalidad de trabajos sobresalieron De mal en peor, por el Sportivo Teatral que dirige Ricardo Bartís; Las troyanas, de Eurípides, en adaptación de Jean-Paul Sartre, con puesta de Rubén Szuchmacher y actuación de Elena Tasisto en el papel de Hécuba; Doble concierto, con Norman Briski y Mirta Bogdasarian, dirigidos por Ricardo Holcer; La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir; Enrique IV, de Luigi Pirandello, con actuación de Alfredo Alcón, Elena Tasisto y Osvaldo Bonet, entre otros; y En auto, de Daniel Veronese, con Leonor Manso y elenco.
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