Lunes, 15 de junio de 2009 | Hoy
UNA MIRADA SOBRE EL FESTIVAL CIUDAD EMERGENTE, QUE CONCLUYE HOY
Desde el jueves, diversas sedes porteñas cobijaron a músicos, artistas plásticos y diseñadores alternativos, convocados por el Gobierno de la Ciudad. Una buena ocasión para poner en discusión todas las aristas de la relación Arte-Política.
Por Luis Paz
La emergencia nos rodea,
nos condiciona, está en el aire.
Se ilumina, es un espejo:
refleja los pensamientos.
Antonio Birabent -
“La emergencia nos rodea”
Las canciones son migajas de pan sobre la calle Junín. Al 2000, un músico callejero por derecho propio intenta dar con los acordes de “Sin hilo”, pero se pierde al recordar estrofas sobre “coleccionistas de diarios y los que ves en la tele”. Seis baldosas más cerca del 1900, un pirulinero y pochoclero escucha un casete de Creedence como gesto de resistencia. Los cobija una feria de artesanos con precios insanos, los empapa una muchedumbre en pose dura y tráfico parejo. El telón preciso es el post punk en dos tonos de NormA, que está cerrando su show en Ciudad Emergente, el festival patrocinado por el gobierno porteño y organizado por su Ministerio de Cultura que terminará hoy en el Centro Cultural Recoleta con los shows de Clan Oculto, Coco, Pánico Ramírez, Russian Red, Prieto viaja al Cosmos con Mariano y Wallas DJ.
Dentro del multiespacio, Maxi se arrima a la valla sacudiendo un aerosol que hasta hace instantes contuvo esa pintura que ya cubre las paredes del Patio de los Tilos. Es miembro de la crew B2 (Bastardos) y, principalmente, protagonista de este montaje que continúa cuando limpia la pintura húmeda de sus palmas con ese gesto que tienen los albañiles para sacudirse la cal. Hasta muestra la misma predisposición que los constructores cuando oye el inmortal “maestro, una pregunta”. Consultado sobre lo, a priori, insólito de estar pintando para un gobierno que a nivel legislativo sigue considerando al graffiti como una contravención, Maxi señala: “Si lo pensás así, es raro, porque yo soy un ilegal cuando pinto en las calles. Pero acá nos dan la posibilidad de expresarnos y no nos dicen cómo. No creo que participar de este evento sea hacer campaña”.
A pasos de un stand de comidas que sólo dispensa bebidas energéticas y pastafrolas en un cóctel explosivo, el guitarrista Luis Balcarce, de Banda de Turistas, aclara: “Vinimos a tocar para la gente, a hacer lo que mejor sabemos, no a apoyar al Gobierno”. Es una respuesta sincera, pero es raro entrever que los artistas que desde el jueves mostraron sus canciones, cuadros, diseños, poesías y danzas allí no hablen del Estado sino del Gobierno como organizador. Porque es al Estado al que le cabe la responsabilidad del patrocinio de su cultura propia y a los gobiernos les corresponde aplicarlo, sea con los shows que Telerman disponía en Alcorta y Pampa o en estos que Mauricio Macri expone bajo la premisa “La Ciudad se viste de indie”. ¿Viste igual de pastiche?
Bueno, Ciudad Emergente es además un preciso experimento sociológico: hay nenas con dientes de leche y botas de cuero hablando por celular; jóvenes con camisas escocesas de media estación aunque el frío quema; adultos con gabanes y pose macha; mujeres bien con ponchos jujeños y ningún dato sobre el éxodo de ese pueblo; controladores de seguridad con saco que se le animan a la muchedumbre sólo para sacar al que fuma marihuana. Esto no es el B.A.Rock y no es que sea culpa de Macri. Se parece a Fashion TV y tampoco es culpa de la televisión por cable. “Es la emergencia, idiota”, espejo de lo que está siendo: el nacimiento ya en acto y no el impotente embarazo de una cultura que a veces aborta.
Posiblemente el análisis argumentativo sea caprichoso –aunque de todos modos preciso al tratarse de la relación Arte-Política– si no hay discurso de campaña en torno de Ciudad Emergente. Es un hecho y la política no está en los hechos –que son estrategia o táctica– sino en discursos que le den sentido, al igual que el Erotismo está en la fantasía (el sentido aplicado) y no en el onanismo, mero hecho físico.
Pero tratándose de emergencias, ese sentido siempre será doble. Por eso muchos entienden al festival como la salida a la luz de aquellos que no estaban cobijados por la hegemonía, mientras los más críticos lo militan como una denuncia sobre el estado de emergencia de la cultura en su clandestinidad y precariedad. Pero mientras el festival cobija a los ya nacidos NormA, Bicicletas, Volador G, Entre Ríos y Fidel Nadal, no incluye esa carga negativa que tiene el doble sentido de la emergencia por eugenesia semiótica: no se trata de imprevistos.
Es más bien un festival de cultura joven, urbana y transigente con la cultura adulta y, desde ya, también urbana. No por la aplicación de las nuevas tecnologías en las instalaciones que recubren los pasillos siempre profilácticos del Recoleta. Tampoco porque las jóvenes se conviertan en señoras de salón de belleza en el espacio de revistas, al pelear por un ejemplar de Avantt, THC o Wicked! Mag. Menos porque en el espacio de poesía sean más alabados los peinados avant garde que los versos precisos u originales. Es así porque la cultura joven es contradictoria, como a la juventud le ha tocado en suerte serlo.
Para equilibrar, es claro también que no se trata de un encuentro que sea prescindible. El solo hecho, sin discurso, de presentar la novedad es en si mismo esencial para la conformación de una conciencia sobre la producción local y actual, sea en la señora que está sentada en el Patio de los Tilos apurando a sus nietos para llegar a su casa y poder tomarse tres tés de esa misma planta o en la congregación de alumnos de la FADU que usan conceptos extrañísimos para hablar de un vestido.
Porque una cosa es que un gobierno que sostiene un doble discurso cultural patrocine un encuentro que indudablemente estuvo organizado con prolijidad y eficacia y atiende a las nuevas prácticas culturales ya emergidas; y otra es que el artista, aquel que está en verdadera emergencia, no admita que precisa un tratamiento y no sólo un jarabe.
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