Miércoles, 8 de julio de 2009 | Hoy
EL FUNERAL DE MICHAEL JACKSON Y SU APORTE A LA CONSTRUCCIóN DEL MITO
Loas a cargo de Stevie Wonder, Lionel Richie y Usher, tributos encendidos de su hija, su hermano y Magic Johnson (...) hicieron foco en la imagen de un “eterno niño” para un tributo emparentado con la ceremonia de entrega de los premios Oscar.
Por Julián Gorodischer
No quiero participar de este circo.
No es que me quiera suicidar pero
no voy a compartir la pena....
(Elizabeth Taylor, a horas del promocionado “funeral del siglo”)
Lo de “circo” pudo haber sido una confusión que quedó explicada, luego, en E! Entertainment Televisión. El ingreso de elefantes a las instalaciones del Staples Center –captado por los movileros– se debió a un descuido de la compañía circense que inaugura hoy miércoles sus funciones. Empresarios viles habrían querido ganar tiempo y mancharon el plano con las bestias durante la preparación de la fiesta globalizada. Algunas ánimas en pena, fans regidas por la angustia, controlan la pantalla de E! Entertainment Television, indignadas, repitiendo: “Podrían haber esperado hasta mañana”. Están ubicadas sobre una alfombra roja que es pionera en el género “funeral en vivo”. Hasta aquí, la pompa fúnebre siempre había garantizado un buen show (Kennedy, Lady Diana, Juan Pablo II) siempre que se desarrollara en tránsito y fondo de ciudad con masa contenida por vallas sobre avenida.
Esto es distinto: la puesta respeta el espectáculo teatral, con protagonismo exclusivo de discursos de famosos y familia; ¿podrá alcanzar esos niveles de encendido que se merece la muerte del genio en tanto hito histórico? (era la pregunta discutida en el living de E! durante la previa). Un acreditado en el Staples Center lo define con poder de síntesis: “Este show no es específico: se parece a una entrega de los Grammy, Emmy, Oscar, pero con discursos extensísimos, con paneo de fotografías de infancia, aplauso de pie, ovación, par de presentadores para los números musicales: no sirve de marco fúnebre”. El comentarista de CNN en Español vinculó la puesta con “una apertura o cierre de los Juegos Olímpicos”, con relevo de cajón en vez de antorcha.
Un coro de Gospel ordena, marcial: “No hay más llanto ante el Rey”; el clímax se alcanza al comenzar sin que haga falta desarrollo narrativo. El reverendo Al Sharpton, camisa y corbata turquesa flúo, se sube a la emoción y grita: “¡Que haya consuelo para aquellos que amaron a nuestro amigo.”
El féretro dorado, cubierto de rosas rojas, se exhibe con fotografía y leyenda “In Loving Memory” (En amado recuerdo) sobre un telón de fondo con la imagen fija del Michael Jackson niño, legado a la posteridad como foto póstuma (o estampita).
Será dominante el niño puro, al que se refieren desde Brooke Shields a la familia en sus discursos plagados de anécdotas de “travesuras, bromas, risas porque sí”, alejándose de la innombrable posibilidad del pedófilo; el niño eternamente negro, pómulos rellenos y labios carnosos, en las antípodas que habrá que, rápidamente (ya mismo), empezar a borrar: el Peter Pan diabólico del final de su vida, con la nariz devenida en hilito, ojos saltones sin marco de piel o hueso, pelo de muñeca siempre húmedo y risa frenética perturbadora sin rastros de la alegría infantil exaltada aquí, en uno y otro discurso.
El telón, durante la presentación de Mariah Carey, sigue imponiendo la zona de inocencia de una vida, de todas: el Michael niño de los Jackson Five encumbrado como mito de consumo mediático masivo.
Y la cualidad de la “masividad” en un relato, dentro de los Estados Unidos, está determinada por la posibilidad de calzar mejor o peor en una versión original y verosímil de sueño americano: el heroísmo narrado como ascenso social de un individuo con valor identificacional.
“Michael era la estrella más deslumbrante del mundo –dice la representante de los fans que invitan al escenario–. El me hizo sentir el orgullo de ser afroamericana y que porque por encima de todo era un ser humano.” Los que pagaron hasta 10 mil dólares por una entrada o los que fotocopiaron tickets de otros (consumo de experiencia prestada) como souvenir que mostrarán a sus nietos saben que están presentes en la fundación del emblema (el estereotipo) y por eso pagan.
Nace esta tarde esa imagen que se adorará (como Marilyn y Elvis) como a un dios: el blanqueamiento por la vía quirúrgica se interpreta como cualidad positiva: trasciende a la limitación de la raza.
Por eso hay recurrencia en el valor de representación racial –que se habría condensado en Michael–. “Hizo que los ciudadanos se sintieran lo suficientemente cómodos para votar al primer presidente negro de la historia”, asegura Martin Luther King III.
Magic Johnson vuelve a incluirlo en la tradición de referentes afroamericanos: no habrá estigma racial del cual renegar después de esta tarde. El afroamericano célebre, que abrió puertas a su raza con su éxito, muerto en lo más alto, niega las deudas y acusaciones de abuso mediante una autoafirmación colectiva. El “monstruo” andrógino y descarnado se descarta en este mismo momento: su desfiguración no ameritaría una multitud globalmente encendida, sino solamente un capítulo de The E! Thrue Hollywood Story. King III sigue construyendo al Michael-emblema del capitalismo moderno: “Fue lo mejor en lo suyo. Y nos dejó una lección: si no se puede ser estrella, haz lo mejor en lo tuyo. Si lo tuyo es ser un barrendero, hazlos detenerse para comentar cuando te vean: ese hombre es el mejor barriendo”.
“Nunca dejó que el mundo lo desviara de su sueño, y así cambió culturas en el mundo” –dijo Smokey Robinson–. El no aceptó los límites. Se puso sus pantalones. Llevó a negros, asiáticos, blancos a cantar: ‘Somos el mundo’” (da paso a la entonación de “We are the World”). El niño travieso, en el que se hace foco póstumo, habitaba un Neverland (su parque de diversiones privado) jamás sospechado ni denunciado por abusos sexuales a niños cancerosos. Se ha muerto un niño que “tenía la risa más pura y era muy tremendo”, dice Brooke Shields.
Cuenta una anécdota: “La noche antes de la boda de Elizabeth Taylor me pidió que nos colásemos para ver el vestido y casi nos desmayamos cuando la vimos a ella durmiendo ahí al lado” (estruendo de risas). Se ha muerto un niño al que su hermano Jermaine dedica el tema “Smile” motivando decenas de primeros planos de anteojos negros. Brooke Shields lo asocia con un sosías ficcional deseable, además del cándido de Willy Wonka, y lee el eslogan de El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Hay mucha referencia a “Mickey Michael” (empezando por el Michael Mouse que ilustra el último número de la Rolling Stone internacional). Las orejitas dominan, entre los accesorios, junto a los guantes blancos. El nacimiento de la imagen idolatrada borra del racconto al maravilloso Thriller (videoclip primero que, como objeto de adoración, se vuelve revulsivo): habría sido un icono más interesante que el niño eterno y tardío que dominará la postal.
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