Jueves, 15 de octubre de 2009 | Hoy
EN LA FERIA DEL LIBRO DE FRANKFURT SE HACEN NEGOCIOS EN TODOS LOS IDIOMAS
El mismo día que se inauguró el stand argentino, por el encuentro pasó la Premio Nobel de Literatura, Herta Müller. Pero cuidado: allí los escritores están en segundo plano, porque los protagonistas son editores y agentes.
Por Silvina Friera
Desde Frankfurt
La alfombra que conduce hacia el laberinto de editoriales y agentes literarios es de un gris ratón que decepciona. Tomar notas de las palabras que el aire trae y lleva por los pabellones de la 61ª Feria Internacional del Libro de Frankfurt parece una misión imposible. El monstruo cosmopolita intimida, asusta y deslumbra. Aunque el inglés sea la lengua de comunicación que achica las distancias, un puñado de fragmentos inconexos de charlas y gestos compone una representación de lo que sucede en los pabellones. Dos turcos chapucean un inglés de cabotaje mezclado por momentos con su lengua materna, mientras revisan el catálogo de títulos para traducir de la editorial italiana Feltrinelli. Tienen una reunión, una cita. Frankfurt es el corazón de los encuentros pautados, de las agendas cargadas. Nadie anda a la deriva, pispeando sin ton ni son, salvo el novato que tantea el terreno, que ocupa casi 172 mil metros cuadrados, nada menos.
Pretender recorrer todo el espacio completo, de punta a punta, en los cinco días que dura esta feria, entra en el orden de la hazaña. O el desafío. Antes que por el encanto de hacer negocios, algunos se dejan llevar por el olor de las comidas; muchos piden Handkäs’ mit Musik (queso con cebolla, aceite y vinagre) y diversos sandwiches adaptados al “uso internacional”. En el pabellón 5 está el stand argentino, 120 metros cuadrados con muchos libros, como los cuentos completos de Héctor Tizón y Abelardo Castillo, la poesía reunida de Diana Bellessi, las obras para chicos y adultos de María Elena Walsh y títulos de Gabriel Báñez y Laura Alcoba, entre otros. Los cafecitos arrojan una algarabía de voces, platos y cubiertos. Nada desentona. La escenografía corresponde al primer acto del primer día de esta feria que es la gran fiesta de editores y agentes literarios. “Por su tradición editorial y de liderazgo cultural, la Argentina merecía un stand mejor, en el que se vieran muchos libros”, dice la embajadora Magdalena Faillace durante la inauguración del stand.
Es sobrio el stand argentino; las cerámicas negras y blancas del suelo podrían encontrarse en alguna vieja casona de San Telmo; las mesitas y sillas emulan a un bar tradicional porteño con librería incluida. Tiene como vecinos limítrofes al festivo y culinario stand de Estambul, México y Venezuela. Faillace recuerda el programa Sur que subsidia las traducciones de escritores argentinos. “Este programa es una herramienta generada para poner nuestros libros en el mundo, nuestros autores, nuestro imaginario. El stand va a desaparecer en cinco días, pero no los más de cien libros ya traducidos a distintos idiomas”, señala la presidenta del Comité Organizador para la Participación de la Argentina en Frankfurt 2010. Fernando Fagnani, de Edhasa Argentina, tiene veinte citas con las editoriales alemanas Suhrkamp, Fischer y Nautilus; además de las francesas Gallimard y la agente alemana Ute Kome, entre otras. “Tenemos pocos derechos para vender porque los editores extranjeros quieren ficción y nosotros tenemos más ensayos”, subraya Fagnani, que ha llegado hasta la vidriera mundial de la edición para mirar. Depende de lo que encuentre, compra. Cuando muchos editores quieren a un mismo escritor, como pasó con Irene Nemirovsky, se hace una gran subasta entre todos los interesados. Se sabe que gana la mejor propuesta, el que más paga. Su novela Suite Francesa se subastó en Frankfurt y los derechos para la lengua española se los llevó Salamandra. “Lo más importante en las citas es que te muestren los catálogos y llevarte algunos libros”, revela Fagnani.
Julia Saltzman, editora de Alfaguara, subraya que vino hasta la meca editorial para imaginarse in situ cómo debe ser la representación de los sellos que lleva para el próximo año. Alfaguara trajo hasta Alemania una biografía de Gardel, la breve historia de la literatura argentina de Martín Prieto, el último libro de Julio Cortázar, Papeles inesperados; los cuentos completos de Horacio Quiroga y Sylvia Iparraguirre y el premio Alfaguara, la novela El viajero del siglo, de Andrés Neuman. También hay libros de dos de las escritoras argentinas que integran la delegación, María Rosa Lojo y Claudia Piñeiro. “Quiero que los autores que manejo estén bien representados en Frankfurt 2010”, afirma Saltzman. ¿Por qué los editores en Frankfurt prefieren la ficción?, pregunta Página/12. “La ficción se internacionaliza más porque no depende tanto de los temas que se tratan como en la no ficción”, responde la editora.
En el stand argentino, unas manos largas amigas de lo ajeno se robaron dos ejemplares de Tuya y Las viudas de los jueves. Leonora Djament, responsable editorial de Eterna Cadencia, tienta con La virgen cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara, a una editora francesa interesada. Primer mito que se desmorona cuando se observa el funcionamiento de Frankfurt: pocos son los contratos que se cierran en los cinco días que dura la Feria. “Es un lugar para cosechar lo que se sembrará a lo sumo en un año o dos”, dice la editora malaya Adibah Omar, con un chador negrísimo que le abraza el rostro. Los ojos de esta verborrágica muchacha se sobresaltan cuando escucha que su interlocutora es argentina. Gracias al subsidio a las traducciones, El aleph de Borges ya está traducido al malayo. Miguel Balaguer, de la editorial argentina Bajo la Luna, tiene un pequeñísimo stand propio de dos metros por dos y una sonrisa de oreja a oreja. Es su primera vez en la feria y confiesa que su objetivo es darse a conocer. Le cuesta más caro el stand en la Feria de Buenos Aires –aproximadamente 22 mil pesos– que los 1100 euros que pagó por estar en la madre de todas las ferias.
Adriana Hidalgo confirma que desde que visita Frankfurt, hace siete años, ha vendido derechos de autores argentinos como las obras de Antonio Di Benedetto, especialmente Zama (comprado por el New York Review of Books, además de editoriales en Francia e Italia). El batacazo de la editorial lo dio, sin saberlo, cuando en 2006 compró el derecho para publicar la novela El africano, del escritor francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, a unos 1500 euros, antes de que el francés se convirtiera en el Premio Nobel de Literatura 2008. “Esas cifras espectaculares que se escuchan por la compra o venta de derechos son para los best sellers”, desmitifica Hidalgo uno de los mitos sobre esta Feria: sólo los agentes de los escritores que venden mucho negocian cifras impactantes; el resto de los contratos se mueve dentro de parámetros más normales. La foto de Clarice Lispector saluda al que se detiene en el stand de Brasil. Un editor alemán espera. Llegó antes, acaso ansioso o por un arrebato de puntualidad. Las citas son cada veinte minutos. Ahí se toman cafecitos, algunos hasta almuerzan o piden cervezas.
En Frankfurt los protagonistas son los editores y agentes. El escritor está en un segundo o tercer plano. Hay muchos editores caminando hacia la próxima cita, tantos que por momentos daría la impresión de que esta feria es abierta al público. Un pequeño revuelo genera la presencia de la flamante Premio Nobel de Literatura, Herta Müller. La mujer de mirada azul profunda impactante habla de su última novela, Atemschaukel, que narra la vida en un campo soviético de trabajo después de la Segunda Guerra Mundial, y evoca al poeta alemán de origen rumano Oskar Pastior, con quien pensaba escribir el libro antes de que la muerte de éste interrumpiese el proyecto. Muy emocionada, al borde del llanto, confiesa que es “triste estar sentada aquí hablando y recordar que Oskar Pastior murió durante una feria del libro”. Como muchos miembros de la minoría alemana en Rumania, la madre de Müller estuvo en un campo soviético donde la forzaron a trabajar en la reconstrucción de la extinta Unión Soviética, en condiciones muy duras, sin importar la actitud que hubiese tenido ante el nazismo. “Siempre quise escribir sobre ese tema, pero no me atrevía a abordarlo de lleno, aunque traté algunos aspectos en ensayos y en mi primer libro. Empecé a buscar gente con la cual hablar y así comenzaron mis conversaciones con Oskar Pastior”, recuerda Müller, quien viajó junto con el poeta a Ucrania para visitar los campos de trabajo. “Oskar vivió el viaje como si se tratara de una especie de regreso a casa y empezó a comer desordenadamente, abandonando la disciplina que siempre llevaba a rajatabla para controlar su diabetes”, precisa Müller. El público aplaude a rabiar.
El pensamiento es que el comanda las emociones. Si en la mente se instala la idea de que hace frío, no hay duda de que el frío se siente. La noche le muerde los talones a esta feria babélica y plurilingüe.
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