FELIX LUNA (1925-2009) FUE EL GRAN DIVULGADOR DE LA HISTORIA ARGENTINA
Historiador, periodista y compositor de cumbres del folklore nacional, como la Misa Criolla, creada junto a Ariel Ramírez, Luna fundó la mítica revista Todo es Historia y publicó decenas de libros, entre ellos clásicos inapelables como El 45 y Soy Roca.
› Por Silvina Friera
“Falucho”, como lo llamaban los amigos íntimos, fue un caballero amable, sencillo y cordial. A veces, quizá por los gestos adustos de su cara, parecía un señor parco, un hombre de “pocas pulgas” que huía del elogio edulcorado. “Falucho”, el historiador que desterró los tecnicismos academicistas de poca monta –las muletillas de batalla de los que se ufanan de una erudición hueca– y arrimó la historia a las orillas de varias generaciones de argentinos, murió ayer a los 84 años. Félix Luna no es sólo el autor de Soy Roca, ese best seller que vive hace tiempo en las bibliotecas de miles de argentinos. Dos verbos radicales, para un hombre que nació en el seno de una familia vinculada con la legendaria Unión Cívica Radical, aparecen adheridos a su vida y su obra: divulgar y desacartonar. Luna conjugó estos verbos, en todos los modos y tiempos posibles, en todos sus libros y con su primera espada “pedagógica”, la revista Todo es Historia, editada sin interrupciones desde 1967. La historia, esa ciencia social que supo ser dura y áspera, en manos de Luna perdió el halo de inaccesibilidad, a pesar de que su perspectiva ante determinados hechos y personajes, por ejemplo el propio Roca o Perón, haya suscitado otro tipo de asperezas y controversias (ver aparte). Pero más allá de las interpretaciones, pocos historiadores han enseñado a amar la historia como lo hizo don Félix.
Luna había nacido el 30 de septiembre de 1925 en Buenos Aires, aunque su familia era de La Rioja. De haber sido predestinado por el origen, podría haber dedicado su vida a la política de la mano de su tío Pelagio Luna, vicepresidente de la Nación durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Si hubo dudas y tensiones, su voto, finalmente, se inclinó hacia la historia. “No creo que sea muy cierto que hayan sido los políticos los que escribieron la historia –subrayó Luna–. La historia se fue profesionalizando cada vez más. Yo he hecho mucha política también cuando joven. Después advertí que había que optar entre ser político o historiador, y opté por la historia.” Como muchos, el atajo que tomó fue la carrera de derecho. En 1951 sonrió para la foto cuando le entregaron su diploma de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Aunque ésa haya sido probablemente una de las fotografías más importantes del álbum de su vida, a mediados de los cincuenta comenzaría a escribir su destino de historiador; destino que lo llevaría a publicar casi treinta libros.
En 1954 llegó su Yrigoyen, la primera de sus biografías de presidentes argentinos; después aparecieron Alvear (1958), Diálogos con Frondizi (1962), Los caudillos (1966) y El 45 (1968). Luna tropezó con el peronismo, la piedra en el zapato de todos los argentinos. Para algunos, una piedra preciosa e incomprensible; para otros, un “aluvión zoológico” aún aterrador. El historiador sucumbió, en parte, ante el “hecho maldito del país burgués” y escribió: “Pienso que daría diez años de la vida de Félix Luna a cambio de un solo día de Juan D. Perón. A cambio, por ejemplo, de aquella jornada de octubre, cuando se asomó a la Plaza de Mayo y recibió, en un bramido inolvidable, lo más limpio y hermoso que puede ambicionar un hombre con vocación política: el amor de su pueblo”. El historiador no dudaba en afirmar que el año que eligió para titular su libro fue decisivo, “no solamente porque Perón haya llegado al poder e iniciado su hegemonía, sino porque el país entero decidió entonces adquirir un determinado estilo político y asumir una determinada conciencia”. En una de las últimas entrevistas que le hicieron, ante la pregunta por la vigencia de Perón, Luna aseguró que fue “un hombre que trataba de ser seductor, que ponía diferentes discos según el interlocutor que tenía”. “A mí no me sedujo ni me convenció. Me pareció que se manejaba con lugares comunes. Perón era un señor con una ideología muy elemental”, lo definió Luna.
Mientras el historiador crecía a paso seguro, la docencia académica fue una vía intermedia –enseñó en la UBA y en las universidades del Salvador y de Belgrano–, un terreno de exploración hacia la docencia con mayúsculas, cuando en 1967 fundó Todo es Historia, revista que ha influido en la construcción de la historiografía argentina. Había que tener coraje y una descomunal fuerza de voluntad para salir con los tapones de punta de la historia en medio del autoritarismo de Onganía. No eran tiempos fáciles ni amables. Ni para la historia ni para la política. “Pensé que una revista de historia suplía de alguna manera las inquietudes de la gente que tenía curiosidades políticas. Fue así nomás. Y desde entonces hemos atravesado toda clase de regímenes y de gobiernos”, recordaba Luna con un orgullo que lo agigantaba más. A pesar de no contar con subsidios oficiales ni grandes aportes empresariales, la revista, dirigida por Felicitas, una de las tres hijas del historiador, ha salido puntualmente todos los meses. A la hora de trazar un balance de esta larga e inusitada experiencia para la balcánica vida cultural argentina, el autor de Soy Roca precisaba: “No provoqué, pero nunca me privé de ningún tema que me pareciera importante”.
No es casual que el número 500, que se publicó el año pasado, estuviera dedicado a “El folklore y su historia”. En yunta con Ariel Ramírez, el historiador compuso las letras de varias obras musicales como Navidad Nuestra, Cantata Sudamericana y Mujeres Argentinas, en la que se destacan las famosísimas canciones “Alfonsina y el mar”, dedicado a Alfonsina Storni, y “Juana Azurduy”. “El doctor” como lo llamaban algunos acaso con un excesivo ademán de reverencia que chocaba de bruces contra la sencillez campechana del historiador, incursionó en la música en la década del ’60 y hasta llegó a participar del festival de Cosquín, donde se fue de copas con el poeta César Perdiguero. Vaya paradoja la que se presenta al recordar una añeja anécdota de Luna. El hombre que renegó como pocos de los mitos falsamente institucionalizados no ha dejado de ser, involuntariamente, carne de cañón de la leyenda, tal vez una forma sui generis del mito. Dicen que en ese memorable Cosquín, la dupla despilfarró todo el dinero que había llevado –ay, las copas cuestan caro–, y al día siguiente, con los bolsillos vacíos y el aguijón de la resaca en cierne, decidieron presentarse en el Banco de Córdoba para pedir un préstamo junto a otros amigos.
“Falucho”, “el doctor”, don Félix o Luna a secas –el lector elegirá cuál prefiere, con cuál siente mayor complicidad o afinidad–, también se sumergió en las aguas del periodismo gráfico, radial y televisivo. Colaboró en los diarios Clarín y La Nación; probó con la radio en el programa Hilando nuestra historia (entre 1977 y 1982) y se animó a la televisión en Todo es Historia, con el emblemático título de su revista como caballito de batalla (que arrancó en Canal 11, pero circuló además por ATC y el 13). Hay que agregar a todo esto un puñado de libros que publicó de los años ’70 a esta parte: Argentina de Perón a Lanusse (1973), Conflictos y armonías en la historia argentina (1980), Buenos Aires y el país (1982), Golpes militares y salidas electorales (1983), los tres volúmenes de Perón y su tiempo (1984), La comunidad organizada (1985), El Régimen exhausto (1986) y Soy Roca (1989), su obra más conocida y constantemente reeditada, en la que durante 500 páginas es el presidente argentino, supuestamente poco antes de morir, el que cuenta su vida. Prolífico, “Falucho” siguió lanzando sus libros a un ritmo frenético. Entre los más recientes cabría consignar Breve historia de los argentinos (1993), los diez tomos de Historia integral de los argentinos (1996-1998), Diálogos con la Historia y la Política (1996), Un soldado de la Independencia (2001), Encuentros a lo largo de mi vida (2005) y Revoluciones (2006). Los premios y distinciones fueron el resultado de una labor de divulgación que merecía ser reconocida. Miembro de la Academia Nacional de Historia, Luna obtuvo el Konex en el rubro “Biografías históricas”, distinciones de los gobiernos de Francia, Perú y Brasil, y fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1996, uno de los galardones que más lo emocionaron. La última distinción en vida, el premio a la trayectoria otorgado por la Legislatura, lo recibió su hija Felicitas, el lunes pasado, en un acto en el que recordó la afición juvenil de su padre por la guitarra, su incursión en la poesía y la creación de la Misa Criolla, junto a Ramírez.
“Siempre existió la idea de desmitificar la historia –decía Luna–. Muchas veces los mitos no son tales, entonces no hay nada que desmitificar. Otros se olvidan del contexto, pretenden criticar a los personajes con los criterios de hoy y se olvidan de cómo se pensaba en esa época. Las consignas y los problemas de una época determinada son las que van forjando a los personajes. No se puede juzgar a un inquisidor del siglo XVI con los criterios de hoy, pero comprendiendo el contexto de la época, el poder de la religión como herramienta política, uno entiende, no justifica, pero entiende. Y lo mismo pasa con Roca. No hubo ningún plan distinto al que Roca propuso respecto de los indígenas. Nadie propuso mandar maestros, curas, ni dijo ‘hagamos escuelas’. En ese tiempo se creía que había razas inferiores, que el progreso tenía un costo y que ese costo había que pagarlo.” Al gran divulgador de la historia argentina, sin dudas, le gustaba polemizar. “La escuela revisionista está terminada. El revisionismo peronista como el de José María Rosa desapareció porque cumplió su misión, que fue imbuir al peronismo de determinadas ideas. El marxista está atado a la parcialidad de su ideología. Por otra parte, está el camino mayor de la historia, la verdadera, que avanza con nuevos testimonios, y ejecutada por una nueva camada de buenos historiadores.”
Tal vez los objetos que rodean a las personas sirvan para bosquejar las pistas del inventario de una trayectoria. En una de las paredes del despacho de su emblemática revista, una caricatura une los pedazos astillados del pensamiento liberal: Alberdi y Sarmiento. Cerquita de los padres del liberalismo argentino, está, incólume, Leandro L.Alem. “Yo me ubicaría en la historia predominante. Ahí –en la Academia Nacional de Historia, de la que soy miembro– está más o menos la verdad. Puede haber habido exageraciones en algún momento, pero en líneas generales ahí está la verdadera historia”, sentenció el gran divulgador de la historia argentina, el hombre que profesó el orgullo de ser radical hasta la muerte.
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