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Viernes, 12 de marzo de 2010

AMAPOLA DEL 66, EL NUEVO DISCO DE DIVIDIDOS

Detalles pulidos, formas crudas

 Por Luis Paz

“Vengo de ayer, no soy ayer”, presenta tardíamente “Senderos”, el séptimo tema de Amapola del 66, a la banda que lo factura: Divididos, ese trío que desde la separación de Sumo volteó más de una vez el tablero, pero que hacía ocho años no le ponía fichas nuevas. El resultado cumple con las expectativas puestas en él y, sin salirse de la previsión, otorga un plus cualitativo, sobre todo en lo que concierne a la ingeniería de sonido y, mejor aún, al rock. Las canciones que aparecerán pronto en el continuador de Vengo del placard de otro (2002) parecen elaboradas en torno de la crudeza como concepto sonoro, lo que es habitual en Divididos, pero traen una cantidad de arreglos, cambios de dirección y matices tal que aumentan la amplitud del disco. Tal vez ése sea el punto: si los álbumes anteriores de la Aplanadora del Rock eran “gordos”, éste es amplio, extenso y sí, intenso.

El segmento inicial bien podría ser una suite: “Hombre en U”, “Buscando un ángel”, “Mantecoso”, “Muerto a laburar” y “Amapola del 66” conviven en el abanico del funk metálico, aunque entre Ricardo Mollo y Diego Arnedo fabrican uno más folk que el que suelen crear entre Flea y Frusciante, y a la vez más blusero que el de Tom Morello. Los momentos de los temas se repiten, aparecen algunas breves incursiones solistas de la guitarra de Mollo, notables paseos de bajo de Arnedo y un baterista, Catriel Ciavarella, ya afianzado en la banda y apelando más a la versatilidad.

Pero lo mejor del nuevo disco de Divididos aparece a partir de “La Flor Azul”, una chacarera compuesta por Mario Arnedo Gallo (padre de Diego) y Antonio Rodríguez Villar a la que Peteco Carabajal, único invitado del disco, le pone violines. Enseguida viene “Senderos”, tal vez el punto más alto de Amapola del 66, una canción sobre la persecución de lo fantasmático, tal vez: el amor, el progreso, el prestigio o la música. Luego, “Jujuy”, una breve canción con un buen grado de psicodelia folklórica; y “Caminando”, donde Mollo vuelve a patentar esos solos rabiosos, impredecibles y sustanciosos. El disco cierra con el final casi espacial de “Boyar nocturno”, la canción “Avanzando retroceden” (hermosa pieza en la voz de Arnedo, un espacio de calma en la tormenta distorsiva), la magnífica despedida con “Perro funk” (el otro gran momento rockero del álbum) y el bonus track “Todos”, dedicado a las víctimas de la tragedia del colegio Ecos. Aunque pueda parecer obvio, ya que fueron ocho años sin renovar batea, se nota que el pulso artesanal que tuvo la realización de la obra en su estudio de Parque Leloir permitió una minuciosidad que ha dado sus resultados: todo suena exacto. Y en el camino de pulir el detalle, no ha perdido sus formas más crudas.

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