Jueves, 15 de julio de 2010 | Hoy
APRENDIZ DE BRUJO
Por Juan Pablo Cinelli
The Sorcerer’s Apprentice,
Estados Unidos, 2010
Dirección: Jon Turteltaub.
Guión: Matt López, Doug Miro y Carlo Bernard.
Música: Trevor Rabin.
Fotografía: Bojan Bazelli.
Intérpretes: Nicolas Cage, Jay Baruchel, Alfred Molina, Monica Bellucci.
Hace algunos jueves, estas mismas páginas tuvieron oportunidad de abordar el estreno de Príncipe de Persia, último trabajo en colaboración entre el productor Jerry Bruckheimer y el pulpo Disney en pos de conseguir los favores de la caja registradora. Eso hasta hoy. Jerry y Disney volvieron a unir fuerzas por segunda vez en el año, para intentar el asalto de la taquilla desde todos los flancos posibles. Y, como ya demostraron con el príncipe del desierto, sin necesidad de invertir demasiado en ingenio. El nuevo proyecto lleva por nombre Aprendiz de brujo, una película cuya genética es propia de los días que corren. Así como Príncipe de Persia era la adaptación de un clásico de los fichines (también llamados videojuegos por los neófitos), la dupla “creativa” vuelve a demostrar que siempre se puede volver a exprimir una vieja idea y que en tiempos de productos light, ricos en color pero faltos de sustancia, sobra con un par de gotas para preparar un jugo. Los muchachos decidieron que para construir un blockbuster alcanzaba con tomar no más que el título de aquel recordado fragmento de la formidable Fantasía (1941; clásico de Disney, de cuando Walt todavía no se había comprado el Invierno), en el que nada menos que Mickey encarnaba al aprendiz de marras, trabajo que ahora le toca a Jay Baruchel, cuyo único punto de contacto con el gran ratón del Norte es cierta fisonomía roedora.
Esta nueva versión también necesita viajar a la Edad Media para comenzar su historia. Es nada menos que el mago Merlín (otro “guiño” autorreferencial de Disney) quien da origen a todo. Resulta que uno de sus tres alumnos dilectos, Horvath (interpretado por Alfred Molina, quien también formaba parte del elenco de Príncipe de Persia), ha decidido pasarse al bando de la malvada hechicera Fata Morgana –“el Lado Oscuro de la magia”– robando el más temible de los conjuros: el que permite devolver la vida a los muertos. En la lucha por mantener semejante poder en buenas manos, Merlín se batirá con su némesis y pagará con la vida. Será Balthazar (Nicolas Cage), otro de los alumnos de Merlín, quien conseguirá neutralizarlos, confinando a los malvados en unas mamushkas. Pero lo hará a costa de encerrar también a Verónica (la hermosa Monica Bellucci), tercera alumna en discordia, de quien está enamorado. Antes de morir, Merlín le entregará a Balthazar un pequeño dragón de hierro, una herramienta que lo ayudará en la tarea de encontrar al primer merliniano, un niño aún no nacido que será el único capaz de destruir a Morgana. La búsqueda lo traerá a la moderna Nueva York.
A Aprendiz de brujo le alcanza con este breve prólogo para dejar claro el tono de aventuras que guiará la trama hasta la actualidad, donde la magia medieval fuera de época será suficiente excusa para desplegar el consabido arsenal de efectos especiales, infaltable en toda producción con ambiciones comerciales (o eso parece). Es justo decir que, sin cerrar del todo, Aprendiz de brujo representa un pasatiempo más eficaz que Príncipe de Persia y que, en comparación, sus toques de humor resultan más frescos cuanto más inesperados, aunque eso sólo ocurra de vez en cuando. Las subtramas románticas no escapan a las convenciones y la escena de las escobas vivientes con que se homenajea al Aprendiz original apenas logra validar la utilización del título. Sin defraudar, Jay Baruchel tampoco acaba de justificar su gran salto de soldado de la troupe Apattow a Chico Disney y así las cosas, lo más destacable termina resultando al fin Nicolas Cage, usualmente castigado (y no sin justicia) por algunas interpretaciones que dejan a la vista su madera de actor (de actor de madera). Lejos de la metáfora leñadora, Cage consigue darle humanidad a su mago y algo de magia a este Aprendiz de brujo. Un mérito que, para él y la película, no es nada menor.
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