Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
ENTREVISTA A LA ESCRITORA ELSA OSORIO
La escritora habla de Cielo de Tango, una novela histórica con elementos fantásticos que recrea los orígenes de la música y la danza en Buenos Aires y busca retratar el panorama social de comienzos del siglo XX.
Por Angel Berlanga
“Hay un punto en el que no sos de ningún lugar”, dice Elsa Osorio en el flamante departamento de Colegiales en el que acaba de instalarse tras unos doce años de residencia en España, mientras revisa el primer ejemplar editado de Cielo de Tango, la novela que acaba, publicarse aquí y correrá la misma suerte, en dos semanas, allá. El fenómeno de las palabras que se pegan sin que uno se dé cuenta –explica– la obligó a revisar atentamente las últimas versiones de ambos países, la aparición de términos como “apetece” o “enfadado”: “Me he sentido ridícula en Buenos Aires cuando le digo a un taxista ‘no me corre prisa’”, ejemplifica. En esta ciudad transcurre la historia que narra, un recorrido propuesto entre fines del siglo XIX, cuando los orígenes prostibularios del tango, y el estallido de 2001, con las milongas porteñas planteadas como remanso ante lo opresivo de esos días. A esta escritora y profesora en letras recién repatriada le resulta muy atractivo cómo esta música, y sobre todo la danza que la baila, pone cuerpo a cuerpo a hombres y mujeres de distintos ámbitos sociales: “Una mezcla de edades y clases –dice la autora de A veinte años, Luz–. Me parece que la danza muestra mucho de la sociedad”.
A partir de una gran cantidad de personajes, desprendidos de un núcleo inicial formado por tres hermanos de una rica familia ganadera y una sirvienta, Osorio va desgranando un abanico de conductas y posturas frente al tango y su evolución, al tiempo que semblantea el devenir de la ciudad, y así es que llegará la inauguración del Teatro Colón y del primer tranvía eléctrico, por citar apenas un par de ejemplos. Entreverados en historias de amor, uno a uno aparecen los prototipos: el compadrito uruguayo que tiene problemas con la ley, baila bárbaro y prostituye a su mujer; la sirvienta embarazada abandonada por el compadrito; el rico casquivana atraído por la sirvienta; el espanto del rico cuando escucha “esa música” en su casa (aunque le encanta bailarla en el cabarute); la que maneja un burdel de lujo y quiere apartar a su hija de ese mundo; el socialista y/o anarquista que tiene cosas más importantes que hacer; el hijo de la sirvienta que se convierte en músico y tiene su orquesta; la hija rica que suspira por un organillero italiano y es obligada a casarse con un patán oligarca. Esa vertiente de la narración se detiene en el golpe de Uriburu; de este lado del tiempo una joven socióloga francesa y un documentalista argentino se cruzarán azarosamente en una milonga parisina y descubrirán que sus bisabuelos eran parte de aquel núcleo inicial. A la multiplicidad de voces, la autora agrega dos elementos que denomina fantásticos: por tramos, “el Tango” aparece como narrador, hablándoles a quienes lo quisieron de alma, unos personajes que, además, como si observaran desde el cielo, hacen comentarios sobre ellos mismos en el pasado y sus descendientes en el presente.
–¿Investigó sobre la historia del tango y de la ciudad para contextualizar la novela?
–Muchísimo. Ya en el ’83 tenía un proyecto de contar una historia del tango, pero para guión; había leído bastante y armado unos personajes que se me volvían a aparecer en estos años. Yo creía que tenía hecha la investigación, pero descubrí que no: me llevó cinco años más. Leí periódicos de la época y fui reconstruyendo las calles, la ciudad, los lugares. En la novela hay datos absolutamente reales. La idea fue contar con un telón de fondo, planteado a partir de las sagas de las dos familias criollas (una de gran apellido y otra de la hija del ama de leche) al que se van sumando como clases el aporte de la inmigración, fundamental para el tango y para la Argentina. En Francia también investigué mucho y aparecieron cosas muy divertidas, como Güiraldes bailándolo allá. Cuando en París tomó los salones distinguidos (y enseguida pasó a otros ámbitos), las clases altas acá de inmediato lo aceptaron y mandaban a las chicas a la academia. Pero hasta entonces era algo inconfesable, acá lo identificaban con lo prostibulario.
–El amor aparece como el elemento que moviliza las historias, tanto en la primera época como en el presente.
–Las historias de tango son siempre historias de amor, en general frustradas. Por eso inventé esa especie de otro tiempo, una idea de tango como un lugar, como un cielo, en el que gozarán eternamente, lo que no les puedo permitir en sus vidas. Mi idea no era contar historias de amor, pero son las que traman a unos y otros sin que en verdad salgan de sus determinaciones de clase social. A medida que van pasando los años esas posibilidades se van dando. Lo que me interesó fue contar una historia de Buenos Aires a registro muy amplio.
–¿Cómo se le ocurrió hacer hablar al tango?
–Al tango lo hicieron estos personajes y otros como ellos, así que me gustó la idea de que el tango pudiera ayudarlos a evocar. La verdad es que eso me trajo algunos problemas en España, porque decían “si es una novela histórica, ¿estos otros qué son, viven, mueren? ¿Qué es tango?”. Para los latinoamericanos no es extraño que estén muertos y hablen: tenemos una familiaridad con eso. Son elementos fantásticos. Las dos líneas que he trabajado siempre, la literatura fantástica y la recuperación de la memoria, se me juntaron en esta novela.
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