EL FUTURO DEL CINE VIENE EN PANTALLAS CADA VEZ MáS CHICAS
El lanzamiento de la señal Incaa TV abre el juego para que las películas argentinas encuentren un público que no concurre a las salas, en un momento en que las grandes producciones están paradas y no existen posibilidades de coproducir con el exterior.
› Por Horacio Bernades
Noticia 1: a lo largo de 2010, la concurrencia a las salas que registró el cine argentino marcó una curva descendente. Noticia 2: la presidenta de la Nación acaba de anunciar el lanzamiento de Incaa TV, nueva señal del Sistema de Televisión Digital Pública, que a partir del 1º de enero de 2011 comenzará a emitir 24 horas diarias de cine argentino (ver página 31). La noticia 3 es hipotética y se desprende de las dos anteriores: en un futuro no tan lejano, tal vez se consuma más cine argentino en televisión que en las salas de cine. Eso debería marcar el balance de un año en el que al cine local siguió sin irle bien en las salas, aunque tal vez empiece a irle mejor en la pantalla de televisión. ¿Con eso se gana o se pierde? Se ganan espectadores, se pierde en términos estéticos, culturales y emocionales. Se sabe que jamás será lo mismo ver cine en el cine que en TV. Pero si no hay otra forma de verlo, bienvenida sea la tele.
El dato es conocido: algunas películas clave de lo que alguna vez se llamó Nuevo Cine Argentino tuvieron más audiencia con una o dos pasadas por televisión que en tres o cuatro semanas en cartel. A ese público latente de 50 mil espectadores o más por película que la pantalla de TV concita, parece apuntar (casi) todos sus cañones la actual administración del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Incaa TV, cuya señal debería llegar hasta las localidades más remotas en un futuro próximo, apunta a ser más una fábrica que un museo. Desde ya que habrá muchas horas semanales de cine argentino de todas las épocas en esa pantalla, pero la novedad van a ser los estrenos. A los seis millones de pesos de inversión inicial para instalar Incaa TV en la grilla se les suman nada menos que 40 millones más, provenientes del Ministerio de Planificación y canalizados a través de la Universidad de San Martín. La millonada está destinada a la compra de derechos de pantalla de películas locales, especialmente producidas para su exhibición en Incaa TV.
Si se tiene en cuenta que el costo de una película de primera línea a esta altura ronda los cinco millones de pesos, se comprende que los 40 millones liberados por el Ministerio de Planificación hayan producido algo parecido a un movimiento sísmico en todo el medio cinematográfico, que de pronto ve surgir ante sí una fuente de financiación que parecería manar cual fuente de Juvencia. El grueso de las productoras locales mira ahora con avidez no sólo la pantalla de Incaa TV sino las del Sistema de Televisión Digital en su conjunto. Para aprovechar el efecto dinamizador y mediático que el lanzamiento de Incaa TV genera por estos días, durante el último semestre el instituto presidido por Liliana Mazure llamó a concurso para la realización de treinta series de ficción y más de cuarenta documentales. Es una masa fílmica de unas 300 horas de programación, destinada a alimentar todo el sistema, que se suma a las películas que se producirán con los fondos provistos por el Ministerio de Planificación. ¿Anuncia esto un futuro venturoso para el cine argentino?
Lo que la nueva iniciativa oficial anuncia es, en principio, una gruesa boca de salida para una producción a la que le sigue costando horrores conectar con el público. Qué clase de cine se estimulará es una de las cuestiones que habrá que dilucidar. Que sendas biografías de San Martín y Belgrano sean los buques insignia de esta nueva línea de producción puede hacer temer el reflotamiento de un cine de aliento patriótico, escolar en el peor de los casos, que haga retroceder la entera producción local hasta tiempos de La guerra gaucha o El santo de la espada. Tal vez haya que atribuir ambas superproducciones a los ecos del Bicentenario, antes que verlas como anticipo de futuras líneas de producción. ¿Irá a parar el conjunto de la actividad, como un embudo, hacia la pequeña pantallita? No es lo que la sensatez aconseja.
Al anunciar que tal vez deje de filmar películas para cine y comience a hacerlo sólo para ser bajadas por Internet (como Jean-Luc Godard con su reciente Film socialisme), David Lynch señaló, días atrás, que por mucho que el futuro del cine apunte para ese lado, seguirá siendo triste y ridículo ponerse a ver 2001 Odisea del espacio por celular. Lo mismo puede aplicarse a cualquier película que por tamaño, despliegue visual y ambición estética siga necesitando del ritual de la sala oscura, la pantalla enorme, la experiencia compartida. Sería lamentable que por atender sólo la producción digital se descuidara, desde esferas oficiales, el estímulo hacia el “cine que debe verse en el cine”. Igual de cierto es que muchas de las películas que actualmente se producen para cine se beneficiarían enormemente con el paso a la tele, por la sencilla razón de que no perderían demasiado en términos estéticos o de recepción, ganando una muy estimable cantidad de espectadores.
El paso a la televisión permitiría también reorientar una masa considerable de películas que oscilan entre la precariedad de medios y el subproducto liso y llano. Muchas de ellas son honestísimas, valiosas e irreprochables, pero la única razón de estreno de otras tantas (o más) es el cobro del subsidio oficial, destinado a toda película argentina que se estrene en una sala de cine, sea buena, mala, horrible o impresentable. De ésas hay muchas todavía, lo que impone serios cuestionamientos a una legislación que parecería querer “engordar” las cifras de estreno a cualquier precio, favoreciendo a crápulas e incapaces, y perjudicando a los que saben y no pueden filmar. Que algunos lo hagan con asombrosa regularidad –aunque el público, la crítica y hasta el cine mismo les den sistemáticamente la espalda– y otros de probado talento haga años que quieran montar producciones que al mercado local le quedan grandes (el caso de Adolfo Aristarain es el más escandaloso), habla de un sistema que no funciona como debería.
Con escasísimas excepciones, la producción de cine argentino destinada a las salas está parada, o poco menos. Una excepción notoria es la de la división cinematográfica de Telefe, que tras haber acertado un pleno notorio como El secreto de sus ojos parece resuelta a reinvertirlo todo. Hace unos pocos días, sus autoridades anunciaron que invertirán en ocho películas de cine desde ahora hasta 2012, incluyendo las nuevas de Daniel Burman (All In, con Jorge Drexler y Valeria Bertuccelli) y Juan José Campanella (la superproducción animada en 3D Metegol). Lo interesante es, en tal caso, que Telefe parece dispuesto a invertir no sólo en los grandes nombres o números. Así lo prueban otras de las películas a las que apuestan, producciones de género medianas y de calidad, como la comedia Mi primera boda, de Ariel Winograd; la comedia negra Un cuento chino, de Sebastián Borensztein; y la comedia de ciencia ficción Fase 7, de Nicolás Goldbart. Mejor todavía, el canal de las pelotitas no tiene en carpeta ninguno de esos subproductos “masivos” con los que solía llenarse los bolsillos, mientras vaciaba cerebros a diestra y siniestra. Es un bienvenido cambio de política para la productora que hasta hace apenas un par de años representaba un castigo para la inteligencia nacional.
El problema es que lo de Telefe es, como queda dicho, más una excepción que la regla. Aun habiendo producido la película más vista del año (Igualita a mí, con cerca de un millón de espectadores), la poderosa Patagonik Film no tiene en estos momentos proyectos en desarrollo. Tampoco los tienen Ha-ddock Films (coproductores de El secreto de sus ojos y Las viudas de los jueves, que este año estrenaron Sin retorno), Aquafilms (productora de Fuerza Aérea S.A., El otro y La mujer sin cabeza) y la productora de Lita Stantic, para nombrar sólo algunas. ¿A qué se debe la retracción? A un conjunto de factores, cuya falta de resolución genera inquietud en amplios sectores de la industria. En primer lugar, los 30 millones correspondientes a créditos otorgados, que el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales debe a productores, y por el momento no ha saldado. En segundo lugar, a un plan de fomento que habría quedado muy desactualizado en relación con los aumentos de costos, en este medio mucho mayores que la inflación.
Los costos más inflados son los de publicidad, que en algunos casos (el de Igualita a mí, sin ir más lejos) pueden llegar a “comerse” casi la mitad del presupuesto total. Y que en otros (La mirada invisible, por caso) obligan a estrenar con publicidad cero, lo cual en esta actividad tiene por sinónimo ir al muere. Eso es lo que, sin ir más lejos, le sucedió a esa película, que no pudo hacer valer en el orden local su paso por Cannes. La frutilla en esta ácida torta es la retracción de los capitales españoles, principal fuente de coproducción para las películas argentinas y única forma de afrontar altos costos de producción. Ante el panorama recesivo que presenta aquella economía, los inversores de ese país pusieron el pie en el freno, y con ese solo impulso frenaron buena parte de la producción cinematográfica argentina. De hecho, en este momento no hay una sola coproducción en marcha. Para peor –y por más Ventanas Sur que se abran de par en par–, las ventas de cine argentino al exterior no son las que eran, con lo cual se corta o se reduce drásticamente otra posible fuente de ingresos.
Al desaparecer el factor El secreto de sus ojos, que en 2009 funcionó como espejismo de una industria falsamente floreciente, el cine argentino 2010 quedó tan desnudo como el rey del cuento. Dos millones y pico de espectadores llevó el año pasado el fenómeno Campanella, y si se le saca el pico esa cifra representa exactamente la pérdida de espectadores sufrida por el cine argentino 2010, en relación con la temporada anterior. Eliminando el “factor Secreto”, al cine local le fue, este año, igual que el anterior. Si se confronta el centenar de estrenos con los menos de 10 mil espectadores que llevaron a las salas el 80 por ciento de las películas estrenadas, el resultado es la reedición de la fórmula “Un montonazo de películas para nadie”, que de unos años a esta parte parecería gobernar la política oficial de estrenos.
¿A todas les fue mal? No, no a todas. Las integrantes del top ten (ver recuadro) pueden considerarse “hechas”, o más que eso. Tanto Carancho como Dos hermanos resultaron las películas más vistas de Pablo Trapero y Daniel Burman, dos realizadores a quienes el público no suele darles la espalda. Sin llegar al millón de espectadores, Igualita a mí llevó menos público que sus equivalentes de años pasados, pero le queda el consuelo de ser mejor. El hombre de al lado, Sin retorno y Pájaros volando fueron claros fenómenos de boca en boca, prueba irrefutable de cuándo una película verdaderamente gusta. A partir del puesto 11 (El mural, con un alto costo de producción y 35 mil espectadores como premio o castigo) y hasta Perón, apuntes para una biografía (que según las estadísticas del Incaa habría llevado 31 espectadores), son casi cien fracasos los que contabiliza la cosecha 2010. El número incluye a varias de las mejores películas argentinas del año, como Por tu culpa, El rati horror show, Excursiones y Rompecabezas. No así Diletante y La Tigra, Chaco, candidatas ambas al top five de calidad de quien escribe. Producidas en forma semiartesanal por sus propios directores y estrenadas en un par de salas, los cerca de 5 mil espectadores y varias semanas en cartel de las que cada una de ellas pudo gozar, son dos de las grandes alegrías del año.
La buena repercusión de Carancho, Dos hermanos, El hombre de al lado y Sin retorno, por un lado, y las mencionadas Diletante y La Tigra, Chaco (podría sumárseles Gigante), por otro, marca dos posibles líneas de desarrollo para la futura producción nacional. Una es la que podría llamarse “cine de género de calidad” (las primeras cuatro son adscribibles a esta categoría); la otra, la de producciones artesanales con un potencial de accesibilidad, lanzadas para una larga subsistencia en pocas salas. Muchas de las que no calcen en ninguna de estas categorías (documentales de todo tipo, pequeñas ficciones, películas para pocos) contarán, a diferencia de lo que viene sucediendo, con una posible salida televisiva. Tal como sucede en el mundo entero, el cine de autor se las seguirá viendo en figurillas. Y las producciones más grandes deberán desensillar hasta que aclare: la actual política de fomento no las ayuda, el mercado local no les alcanza y las coproducciones están en el freezer.
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