Martes, 18 de enero de 2011 | Hoy
DANZA > EL FESTIVAL NACIONAL DEL MALAMBO CORONó A SU CAMPEóN 2011
Por Carlos Bevilacqua
A simple vista cuesta entenderlo. Pero basta quedarse unos días en esta pequeña ciudad cordobesa durante el Festival Nacional del Malambo y hablar con sus protagonistas para descubrir que la pasión todo lo supera. ¿Entrenar a lo largo de un año para exponer el zapateo alcanzado en apenas cuatro minutos? ¿Hacerlo con buena parte de las piernas recubiertas en una bota de cuero con un calor imposible? No es mayor molestia. Tampoco viajar un día en micro para alojarse en un lugar público lleno de carencias. Pisar el escenario mayor de Laborde es suficiente motivo de orgullo, según pudo apreciarse en la 44ª edición del encuentro, concretada entre el 11 y el 16 de enero. El festival, que se jacta de reunir las expresiones más auténticas de folklore, es organizado por la Comisión de Malambo y Amigos del Arte de la Biblioteca Popular Juan Bautista Alberdi de Laborde, con apoyo del gobierno provincial y entidades del pueblo.
El Parque Nacional del Malambo es un enorme predio al aire libre con capacidad para 3000 personas sentadas y otras tantas paradas en el espacio que hay entre las butacas y los numerosos puestos de artesanías y comidas en derredor. Allí compiten los representantes de 22 provincias argentinas en ocho categorías de malambo (determinadas por edades), otras dos de danzas típicas, seis musicales, dos de orden teatral y hasta en rubros como recitador gauchesco, animador y paisana nacional (una especie de reina del festival). Como es de suponer, tantas actividades terminan ocupando las noches enteras, lo cual da visibilidad a muchos artistas pero simultáneamente priva de una porción importante del público a quienes actúan muy temprano o muy tarde. Como matices intercalados en la competencia, este año hubo además mucha música en vivo (Chango Spasiuk, Canto 4 y Sergio Galleguillo, entre otros) y números coreográficos de delegaciones de todos los países limítrofes y de Colombia, como parte de un intercambio con festivales afines de aquellos lares.
Con todo, el principal foco de expectativa es siempre la coronación de un nuevo campeón nacional del malambo. Esta vez, el título fue para Gonzalo Molina, un pampeano de 24 años que se preparó durante dos años con una rutina de entrenamiento de entre tres y cuatro horas diarias. Técnico, original y certero, se movió sobre los acordes de una guitarra pulsada por su primo, el mismo que lo indujo a dedicarse al zapateo criollo. Gonzalo ya había salido primero en una categoría juvenil en 2006 y segundo en la mayor, el año pasado. Su vida dio un vuelco: a partir de ahora bailará con frecuencia como representante del festival y de ser un docente más de la disciplina pasará a ser un referente con la mejor chapa.
Los jurados de danza del festival fueron Héctor Aricó, Omar Fiordelmondo, Adrián Vergés y Juan Alberto Ortega. Consultado para esta nota, Fiordelmondo explicó que, en principio, evalúan que se respeten los vestuarios de los dos estilos posibles de malambo: sureño y norteño. “En el discurso coreográfico debe haber una introducción, un nudo y un desenlace –detalló–. Consideramos además el grado de elaboración de las figuras, la postura, cierto equilibrio en el uso de las dos piernas y algo difícil de definir: el ángel.” Campeón 2002, Vergés coincidió con su colega. Para él hay dos planos fundamentales: el técnico y el interpretativo. Destacó la disociación que debe darse entre piernas y torso, luego de señalar que mientras en el estilo sureño los pies dibujan rectas, el norteño se caracteriza por lo circular.
La distinción es oportuna, porque todos los bailarines deben demostrar sus habilidades en ambos estilos. El sureño, sutil, está hecho de destrezas bruscas, siguiendo una música relativamente lenta, interpretada en vivo por una guitarra. El norteño, en cambio, es mucho más vistoso, gracias a movimientos más vertiginosos y fluidos para sonidos también más dinámicos, procedentes en general de un dúo de guitarra y bombo.
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