Sábado, 9 de abril de 2011 | Hoy
RECITAL DE PABLO MILANéS EN EL TEATRO GRAN REX
Un año y medio después de aquella deslucida y controvertida presentación en Cosquín, el músico cubano brindó un show notable, acompañado por una banda exquisita. Cantó los clásicos que le pedía el público y muchas canciones de su recomendable último CD: Regalo.
Por Cristian Vitale
Que la gente que colmó el Rex, anteanoche, haya permanecido, 20, 25, 30 minutos implorándole un (otro) bis a Pablo Milanés es causa suficiente para volver las cosas a su lugar: aquel accidentado y deslucido concierto del 21 de enero de 2010 en el 50º aniversario del Festival de Cosquín fue apenas un atajo en el romance que uno de los creadores de la Nueva Trova mantiene –y refuerza cada vez– con el público argentino. A los 68 años, y sostenido por un sonido de banda de lo más exquisito que se haya escuchado en los últimos tiempos en esto de la música popular latinoamericana, Milanés no dio el cuarto bis... ya había accedido con una rítmica, potente y heterodoxa versión de “Yo no te pido”, con otra de “Amo a esta isla”, aquel clásico registrado por primera vez en el disco Yo me quedo (1982) y con el último, el siempre conmovedor y necesario “Yo pisaré las calles nuevamente” (1976) que, fuera de la grilla prevista, tentó por más al público. Y ahí quedó, espléndido y satisfecho, visiblemente más saludable que durante aquella olvidable luna de año y medio atrás. “En la casa que vivía yo, en La Habana, había un jacarandá que estaba muy mal, como si quisiera morir, y yo le compuse esta canción porque estaba igual: pensé que los dos íbamos a desaparecer. Pero él se fue y yo aún estoy acá”, contó el cantautor, entre risas, antes de entrarle a la canción de textura fina que data del disco Despertar (1997).
“Cada hoja que cae, cada flor al volar, me duelen. Son pequeños pedazos que se van desprendiendo de mí. Son comienzo y ocaso, vida y muerte en ciclos de abril”, canta él –reivindicando al árbol, de paso y sin saberlo, al quitarlo del lugar incómodo en que lo había puesto Palito Ortega– y bien podría leerse como la llave de entrada a su universo existencial, reflexivo, íntimo, muchas veces escéptico, pocas felizmente feliz. Porque, más allá de esa banda fina, llena y power, que no necesita de largos desarrollos instrumentales, demostraciones virtuosas o excesos de egolatría para plasmar una música llena de matices en tres o cuatro minutos (duración promedio de sus canciones); más allá de los clásicos que hacen poner a la gente de pie para cantar, aplaudir y emocionarse –“Años”, “Yolanda”, “Canción (de qué callada manera)” o la bella “Para vivir”, además de los mencionados–, Milanés es muy explícito en sus composiciones. Siempre muestra, con preciso tacto de poeta sin vueltas, lo que le pasa con la vida y sus circunstancias. Y ésta fue su intención central: mostrarse tal y como es a través de un puñado de canciones que, sin rozar aún status de lado A, pueblan su última producción: Regalo.
“Suicidio”, por caso. Una sintomática pieza que remite y retoma las preguntas y conclusiones sobre el paso del tiempo y sus efectos, que ya se había hecho en la lejana “Años” (No me pidas, 1978). Incluso sin solapar que lo hace así para que se note –“El tiempo pasa, los años van llegando, aunque no te hagan daño, como ayer!!! (...)–. Hay cien motivos para no creer. Lo que ayer era una ilusión, hoy se impone como una razón. No hay espíritu, no hay corazón. Quiero volver, quiero aferrarme a mi pasado. ¿Dónde está?”, se interroga, desandado miradas sobre un camino que no fue el esperado... simplemente fue. Una inquietud que retoma y reproduce en “Diario de Mauricio”, pieza con aires a Weather Report pero con tintes afro percusivos, que el hombre de Bayamo compuso para el film cubano homónimo. Una película que habla de un hombre en estado de retrospección, desolado por la muerte de su esposa y por la resignificación de un pasado que Milanés capta y reinterpreta como si fuera propio: “Cómo se me fue el tiempo en que yo fui (...) Nada tengo ya, me quedo con mi soledad acompañada de aquellas estrellas, que quise bajar un día gris”. Una visión desencantada, descarnada, que el morocho ya sin rulos “promedia” con una de las más bellas canciones de amor que se le haya escuchado en 40 años de músico: “Matinal”: “Te presiento al dormir, a escasa distancia. Me llega tu latir, con suave fragancia”.
El médium entre los clásicos de siempre y las composiciones más recientes estuvo dado por varias canciones de un disco que –se nota– Milanés y su banda quieren mucho: Despertar, editado en 1997. A él corresponden “Objetos” (“una canción que no tocamos mucho en vivo pero disfrutamos mucho entre nos”, anuncia), la mencionada “Jacarandá” y “Hay”, un son cubano despierto, cadencioso y vital. De los noventa, tal vez la etapa más prolífica del cantautor luego de los tiempos de la trova, Milanés reflotó “Plegaria”, del disco homónimo publicado en 1995, la triste y catártica “Queridos muertos” (Orígenes, 1994) y la crucial “Días de gloria” que, concebida durante los últimos días del siglo pasado, presagiaba parte de lo que Pablo y su alma revelan hoy: “Los días de gloria se fueron volando... y yo no me di cuenta”.
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