Martes, 13 de diciembre de 2011 | Hoy
ALBERTO DE MENDOZA (1923-2011), ARGENTINO DE PROYECCIóN INTERNACIONAL
Radicado desde 1961 en España, el recordado protagonista de telenovelas locales tan populares como El Rafa y El Oriental fue un prolífico actor de teatro y cine. Llegó a filmar más de cien títulos, algunos junto a grandes figuras de Hollywood.
“Supongo que el público me sigue recordando porque nunca he dejado de ser argentino, aunque admito que es un poco misterioso que me considere vigente, cuando se olvida fácilmente de personas y cosas muy importantes. Será, tal vez, porque no mistifico mi trabajo; porque, le digo, aquí está lo que puedo hacer, como hice en El Rafa y El Oriental”, reflexionaba Alberto de Mendoza frente a Página/12, allá por 1999, en uno de sus cíclicos retornos a Buenos Aires, donde nunca dejó de trabajar, a pesar de estar radicado en Madrid desde los primeros años ’60. Considerado una de las grandes figuras del cine, el teatro y la TV iberoamericanos, De Mendoza, cultor de un estilo recio y personal, falleció ayer en Madrid a los 88 años, informó Miguel Angel Rocca, director de la película La mala verdad, última labor del actor. “Yo sabía cómo venía la cosa y él también lo sabía”, señaló Rocca en referencia a la insuficiencia respiratoria que aquejaba a De Mendoza y por la que estaba internado en la Clínica de la Luz de Madrid y que le impidió asistir al estreno local de la película, el 1º de diciembre pasado.
El actor –que participó en más de un centenar de largometrajes junto a Carmen Sevilla, Tita Merello, Sara Montiel, Graciela Borges, Irene Papas y Peter Cushing, entre muchos otros– había nacido el 21 de enero de 1923 en el barrio porteño de Belgrano. Como hijo de padres españoles que lo dejaron huérfano a los 5 años, fue criado por su abuela en Madrid hasta que la Guerra Civil lo devolvió a Buenos Aires. “Una bomba cayó sobre la casa y yo me vine de nuevo a la Argentina con mi hermana. Tenía 14 años”, recordaba De Mendoza.
Su debut cinematográfico fue en 1939 como parte del elenco de ... y mañana serán hombres, de Carlos Borcosque, el puntapié inicial de una carrera que continuaría en el país con títulos emblemáticos, como Filomena Marturano (1950), versión de la obra de Eduardo De Filippo dirigida por Luis Mottura a partir de su propia puesta teatral. “Fui a pedirle a Mottura el papel de mozo, pero Tita Merello, que protagonizaba la obra, me propuso para el del plomero Mingo”, contaba el actor, que al año siguiente volvió a trabajar junto a la Merello en Pasó en mi barrio, de Mario Soffici. También para Soffici hizo Barrio gris (1954), mientras que en La calle del pecado (1954) se disputaba con Santiago Gómez Cou los favores de Zully Moreno. Pero su consagración en el cine argentino llegaría con el protagónico absoluto de El jefe (1958). Con dirección de Fernando Ayala sobre un guión de David Viñas, la producción inicial del sello Aries era –según José Pablo Feinmann, en su artículo “Cine y peronismo”– “la historia de un desengaño: el pueblo descubría en su jefe a un ídolo con pies de barro (...). El jefe era una película contra los jefes. Y sobre todo contra uno: Perón”.
Reconocido también como actor teatral, De Mendoza fue contratado en 1961 para inaugurar el Teatro de Bellas Artes de Madrid, con una puesta de Divinas palabras, de Valle Inclán. Y ese regreso a España marcaría un giro en su carrera. Italia, Francia, España y Alemania producían en esos años una abundante cantidad de cine de género, cuyo principal atractivo radicaba en la presencia de actores de Hollywood, no precisamente en sus mejores momentos. Fue así como Alberto De Mendoza llegó a trabajar con nombres como William Holden, Jack Palance, Ernest Borgnine, Peter Fonda y Ann-Margret. Su rol más recordado de esta etapa internacional es el monje ruso desquiciado del clásico del terror de los ’70, Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972), coproducción anglo-española donde lo acompañaban Christopher Lee, Peter Cushing, Telly Savalas y otro argentino, el afrancesado Georges Rigaud. Pero sus papeles más interesantes en el cine europeo serían en el campo del giallo: tanto Una sull’altra (1969) y Una lucertola con la pelle di donna (1971), ambas de Lucio Fulci, como Lo strano vizio della Signora Wardh (1970) y La coda dello scorpione (1971), dirigidas por Sergio Martino, están entre lo mejor del género. En estos cuatro films, De Mendoza luce especialmente entusiasmado interpretando a sofisticados villanos con una debilidad por bombas sexies de la época como Edwige Fenech y Marisa Mell. Durante su paso por Europa, el argentino también filmó bajo las órdenes de directores más prestigiosos, como Claude Sautet (Armas para el Caribe, 1965) y Mario Camus (Volver a vivir, 1968; La joven casada, 1975) y fue dirigido en dos ocasiones por su compatriota León Klimovsky (Operación Rommel, 1968; Ultimo deseo, 1976), con quien ya había trabajado en la Argentina (Marihuana, 1950).
De Mendoza volvió al cine argentino en 1980 con El infierno tan temido, de Raúl de la Torre, sobre cuento de Juan Carlos Onetti, un film que inició un fructífero renacimiento de la carrera nacional del actor: a la película coprotagonizada por Graciela Borges le siguieron El hombre del subsuelo (Nicolás Sarquis, 1981, sobre Dostoievski), y dos noirs bien argentinos: Los tigres de la memoria (Carlos Galettini, 1984, sobre novela de Juan Carlos Martelli) y Noches sin lunas ni soles (José Martínez Suárez, 1984, sobre novela de Rubén Tizziani). De este período son también sus dos telenovelas más populares: El Rafa (1981) y El Oriental (1982). En el teatro local se lució en el Don Fausto (1995), de Pedro Orgambide, y en Las últimas lunas (1999), del italiano Furio Bordon. “En cine hice cosas que no me gustaron: la necesidad obliga”, decía. “Pero en teatro sólo hago aquello que me interesa y creo poder hacer bien.”
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