Martes, 7 de febrero de 2012 | Hoy
OPINIóN
Por Luis Felipe Noé
Un hombre público es siempre un hombre expuesto a todo tipo de crítica, pero, si además es un hacedor y proclive a decisiones determinantes, es un candidato seguro a ganarse amigos, admiradores y grandes enemigos.
En la Argentina, en el campo del arte no ha habido muchos hombres públicos que merezcan este nombre de manera categórica, pero con seguridad, se puede decir que Jorge Romero Brest y Jorge Glusberg –ambos ex directores del Museo Nacional de Bellas Artes– lo fueron. Por algo este último, que falleció el 2 de este mes, tenía como modelo al primero. Los dos hicieron del museo un organismo vivo y abierto a los artistas argentinos contemporáneos. Entre la dirección de uno y el otro, en cambio, hubo un paréntesis en el que ningún artista argentino que no hubiese fallecido podía exponer, amparándose en un reglamento inexistente. Por suerte, luego de la dirección de Glusberg, se continúa esta nueva tradición de exponer a los artistas contemporáneos. Sin embargo, había dos aspectos notoriamente diferentes entre uno y otro: Romero Brest era un didacta y un animador cultural; Jorge Glusberg fue un organizador nato de cuanto se le ocurriese hacer. Su doble personalidad de apasionado por la cuestión artística y particularmente por la arquitectura y su inteligencia comercial lo llevaron por un lado a crear una empresa de iluminación (Modulor), y por el otro, a fundar el Centro de Arte y Comunicación (CAYC). Esta institución, en las décadas de ’70 y ’80, fue un caldero de vanguardia como lo había sido el Di Tella en los años ’60, aunque naturalmente porque comprendía menos aspectos y tenía menos local, de manera un tanto más modesta que esta última. Le tocó vivir otros tiempos en el que ya no se creía en el desarrollismo y el presente era las dictaduras militares. Pero, he de notar que el CAYC nace en 1968 y el Instituto Di Tella, ubicado en la calle Florida, cierra en el año ’69. Fue una manera de decir que el espíritu de vanguardia nos seguía a pesar de las botas militares.
Allí nació el primer grupo de artistas conceptuales de la Argentina (grupo CAYC), que mereció el premio de honor Itamaratí de la XIV Bienal de San Pablo en 1977. Es así que en 1995 Glusberg recibe la medalla de oro de la muestra 30º Aniversario de la ONU en Yugoslavia y es designado codirector del Departamento de Arte de la Universidad de Nueva York.
Comenzaba así un reconocimiento como crítico de arte y autor de numerosos libros: entre otros, Mitos y magias del fuego, Del pop art a la nueva imagen, Orígenes de la modernidad, Moderno-posmoderno. Esta actividad lo llevó a ser presidente de la sección argentina de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y corresponsal de numerosas revistas extranjeras, asimismo fue distinguido con las Palmas académicas (Francia 1986).
Desde el CAYC organizó numerosos encuentros internacionales de críticos de arte y también de arquitectura. Actividades que prolongó desde que fuera designado por concurso director del Museo de Bellas Artes (1994-2003). En ese cargo creó la Bienal Internacional de Arte, que tuvo lugar en los años 2001 y 2003, las que se expusieron no sólo en Buenos Aires, sino también en Córdoba y Neuquén, ciudades en las que había creado una delegación del museo. Continúa aún la de Neuquén.
Pero su carácter y sus decisiones, que dejaba a muchos relegados, llevaron a éstos a la calumnia y al odio, y hasta provocaron un programa de televisión infame, buscando su renuncia. Más aún, fraguaron el robo de las manos de Rodin, las que aparecieron mágicamente después, cuando “el golpe de Estado” había fracasado. Sin embargo, tuvo que enfrentar juicios de los cuales con los años salió “ileso”. Pero al final los enemigos consiguieron lo que buscaban, aunque él continuó su trabajo con el CAYC como sello, concentrándose particularmente en la arquitectura. Venía desde años haciendo la bienal de esta disciplina. Gracias a él vinieron a la Argentina arquitectos del nivel de Norman Foster, Richard Meier, Zaha Hadid, Jean Nouvel y Richard Rogers, entre otros. Y promovió la arquitectura argentina a tal punto que el gran arquitecto Mario Roberto Alvarez dijese: “Si Jorge Glusberg no hubiese existido, lo tendríamos que haber inventado”.
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