Martes, 7 de febrero de 2012 | Hoy
MUSICA › FERNANDO TARRéS Y JUAN QUINTERO PRESENTAN SU NUEVO PROYECTO CONJUNTO
Ambos reivindican como fuente el folklore latinoamericano. Y grabaron canciones acompañados por una “paleta orquestal”.
Por Diego Fischerman
Podría tratarse de un dato sin importancia. Y es que el hecho de que Fernando Tarrés sea de Córdoba y Juan Quintero, tucumano tiene un alcance que va mucho más allá del posible pintoresquismo o del abordaje de ciertos repertorios. Si bien es cierto que, más allá de rondar el jazz y las músicas académicas, ambos reivindican como fuente de materiales esa cantera a la que se identifica como folklore latinoamericano, la particularidad de lo que hacen, juntos y por separado, parece tener que ver más con una cuestión de tiempos internos, de miradas, de intimidades y reflexiones.
Tarrés, guitarrista y compositor, además de videasta, puede ir con naturalidad de la escritura más compleja y de referencias tan altas como un cuarteto del compositor estadounidense Morton Feldman a la resonancia de un solo acorde (y a la comprobación de su poderío). Sus dos ediciones discográficas más recientes, una verdadera relectura creativa de la música de Astor Piazzolla y el extraordinario tercer volumen de su serie de Songbook, junto a la cantante colombiana Lucía Pulido, ponen en escena esa fluidez para encontrar el tono y el lenguaje para cada pieza y esa capacidad para demorarse todo lo que sea necesario; para no responder a otra cosa que su propia necesidad estética. Juan Quintero, graduado en dirección coral en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata, cultiva un gesto similar. Tanto en dúo con Luna Monti como con su grupo Aca Seca, que conforma con Andrés Beeuwsaert y Mariano Cantero –una de las propuestas más originales surgidas en los últimos años–, deslumbra con la amalgama de dos virtudes generalmente antagónicas: un swing cargado de picaresca y un rigor intelectual a toda prueba. “Hace unos cuantos años, Fernando me propuso hacer una experiencia con canciones, donde yo no tocara sino cantara, solamente, y buscar un grupo de gente para hacerlo, pensando no siempre en una orquesta, pero sí en una paleta orquestal a la cual recurrir”, resume acerca de la idea que los unió. Una idea para la que se toman, claro, todo el tiempo del mundo y que por ahora tuvo sus primeras manifestaciones en una serie de conciertos con una orquesta juvenil de Córdoba y en algunos videos que registran el hecho y que pueden verse por YouTube.
El próximo paso será la grabación. El repertorio lo eligió, sobre todo, Quintero. “El criterio inicial era buscar compositores que nos parecieran relevantes, dentro de la música popular de Latinoamérica. A partir de eso fuimos eligiendo, también pusimos algunas canciones anónimas y después entró en juego una nueva variable, que fue mi comodidad para cantarlas. No me refiero a una comodidad técnica, sino a que sintiera que podía hacerlas mías.” El trabajo de Tarrés fue, entonces, orquestarlas. Y, tal como en su songbook, lo hizo tomando a cada una de esas canciones como un universo en sí mismo. “El género de la canción está buenísimo”, dice Tarrés. “Me he ido acercando de afuera hacia adentro y de a poquito lo he ido entendiendo cada vez un poco más, en cuanto a cómo funciona cada canción como unidad. Me parece similar a lo que sucede con un cuento; hay un tiempo muy breve donde un discurso debe hilvanarse, donde debe haber también inquietud y el equilibrio es sumamente delicado. Trabajando con Juan, y también con Lucía, he ido viendo ese vínculo extrañísimo que tiene el cantante con la canción. Y también he aprendido a tenerle respeto. Hay algo que tiene que ver con la desnudez, con una alevosa exposición, que tiene el cantante y que a los instrumentistas por ahí nos cuesta entender en su real dimensión. Y ni siquiera tiene que ver con la situación de cantar en vivo, con la posible presencia de un público. Es, simplemente, algo entre la canción y quien la canta.”
Quintero completa esa idea diciendo que “en ese proceso yo puedo elegir una canción que me encanta y que creo que me encantará cantarla y, en algún lado, me doy cuenta de que no cierra. No pasa nada en especial. Uno no entiende. Pero no entra en el cuerpo.” Tarrés cuenta, por su parte, que “todos los arreglos que he hecho para Juan, lo mismo que para Lucía, los he pensado con la voz de ellos en la cabeza. No es que me pongo en piano a escribir en abstracto. Trabajo sobre la voz. No es algo demasiado analítico. Es meterme en lo que la voz dice. Y hay algo, también, en cómo Juan toca la guitarra, en su manejo de las voces, que a mí me dispara cantidad de ideas.” Esas canciones tienen, además, texto. Y la relación que ambos establecen con esas palabras es, también, reveladora. “Lo que puedo decir, claramente, es que para mí el texto no está exactamente en el principio”, asegura Quintero. “No me considero un intérprete del texto. A mí las canciones me entran por un costado más corporal y no tan intelectual. Por supuesto va a llegar un momento en que algo pensaré acerca de las palabras que estoy diciendo. No me voy a poner a gritar como loco si estoy cantando sobre la calma o la paz junto a un lago. Pero, más bien, me dejo llevar por la música.” Quintero, que se confiesa fanático de Los Fronterizos, admira “toda una tradición muy refinada en las maneras de cantar del folklore; incluso algunas maneras que aparentan una rusticidad obedecen a decisiones, a elecciones estéticas. Y yo me siento muy cerca de esas tradiciones. Y de esa voluntad de explorar que, también, allí está presente.”
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