Jueves, 18 de mayo de 2006 | Hoy
“SALIDA AL MAR”, FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA
Organizado por poetas y editores independientes, hoy comienza una nueva edición de Salida al mar, un festival que reúne a poetas emergentes y consagrados y que intenta reflejar el mosaico de estilos y tendencias.
Por Silvina Friera
“Lo hacemos con más aire que pulmón”, dice María Medrano, una de las responsables de Salida al mar, el único festival internacional de poesía, organizado por poetas y editores independientes, que actualmente se realiza en Buenos Aires desde 2004. La tercera edición, que empieza hoy en el Instituto Goethe y en el CCEBA, tendrá como invitado de honor a Leónidas Lamborghini (ver aparte). Además de la participación de los poetas argentinos Mirta Rosenberg y Martín Prieto, entre otros, se presentarán los chilenos José Angel Cuevas, Diego Ramírez y Sergio Parra y las brasileñas Angélica Freitas y Laura Eber. Abierto a todo el público y de ingreso gratuito, el festival incluirá una feria de publicaciones de editoriales y revistas de poesía, mesas de lectura, performances, exhibición de videopoemas y diversos talleres. Para cerrar el encuentro llegará desde Alemania el poeta, dramaturgo y actual director del Festival Brecht, Albert Ostermaier, “un anarquista de las palabras”, que hará una performance de sus poemas con acompañamiento musical en vivo del percusionista y DJ Saam Schlammiger y lecturas de la poeta argentina Gabriela Bejerman. Aunque falte pulmón, parece que aire es lo que sobra.
Si hace tres años, en el manifiesto fundacional de Salida al mar, se definían como “bolivarianos desocupados” que inventan otros mercados, en esta edición Medrano plantea que hay que abrir más esos mercados. “El festival reúne a poetas de distintos países de nuestro continente, en un arco que va de poetas emergentes, sin libros publicados, a otros que ya cuentan con trayectoria y reconocimiento internacional. Intentamos generar vínculos y relaciones, escucharnos y conocer nuestras tradiciones”, señala Medrano. “Esta vez decidimos invitar una mayor cantidad de poetas ‘más grandes’ porque no queríamos hacer un festival de poesía ‘joven’ –aclara-. En realidad, no buscamos hacer recortes estrictos en cuanto a generaciones o estéticas. Sólo nos interesa escuchar a los buenos poetas.”
–¿Hay barreras o dificultades para comunicarse entre las distintas generaciones de poetas?
–No me parece. Quizás el error sea de los que organizan otros encuentros de poesía, que suelen separar un tanto las aguas. Por eso nosotros buscamos el pluralismo, la diferencia; nos preocupa más la calidad poética que nuestros propios gustos personales. Cuando se organiza un festival de estas características es necesario tener una mirada amplia de lo que está ocurriendo en la escena poética y dejar de lado el amiguismo o los grupos cerrados.
–¿Cómo ve el panorama actual de la poesía argentina?
–Hay muchos poetas, mucha gente que escribe poesía, un gran movimiento de intercambio entre poetas argentinos y latinoamericanos y cada libro de un poeta que decide publicar se transforma en editorial. Me pregunto qué quedará de todo esto. No creo que mucho, lo que sí sé es que una buena parte de esos proyectos me interesan poco o nada porque no veo ideas ni conceptos ni ideología detrás que los sustenten.
–¿Por qué hay más gente que escribe?
–Para los jóvenes, la poesía o el arte en general ocupa el espacio que antes ocupaba la militancia política. Y la poesía tiene algo de esa rebeldía propia de la adolescencia y la beligerancia de la juventud.
–¿Y en qué consiste esa rebeldía?
–Una vez escuché que alguien decía que la poesía es como el yuyito que crece entre las baldosas: uno lo corta y sigue creciendo. Es raro que la poesía sea el menos leído de los géneros literarios o el que menos salida comercial tiene, y sin embargo siempre está ahí. Para mí esa rebeldía está relacionada con ese yuyito que es imposible de sacar y que persiste como en una guerra de guerrillas.
Medrano coordina desde hace cuatro años el taller de poesía de la Unidad 31 de Ezeiza. Una vez por semana un puñado de mujeres se reúnen en la Biblioteca de la Unidad Penitenciaria para leer, escribir y conversar. La mayoría nunca había tenido contacto con la poesía y muchas decidieron anotarse –cuenta Medrano– para “matar el tiempo” o para ver “de qué se trata”. Pero, poco a poco, ese taller se fue transformando en un espacio vital, en “el cacho de libertad” que no tienen, y otros poetas cruzaron esas rejas tenebrosas que definen el “adentro” y el “afuera” para conversar con ellas, como Diana Bellessi, Damián Ríos, Leonor Silvestri, Anahí Mallol y Juana Bignozzi (que se quedó para coordinar otro taller). Y esas mujeres encarceladas mataron tanto el tiempo, y entendieron tan bien de qué se trataba, que hasta publicaron una antología poética, Yo no fui, con sus propios poemas.
–¿Cómo se escribe poesía en la cárcel?
–Al principio, lo que escriben siempre está relacionado con el encierro, con la falta de los afectos, con la vida en la cárcel. Pero después que pueden hablar de esas experiencias, empiezan a meterse con otras temáticas. Y hay un crecimiento increíble en cuanto al lenguaje, un proceso que parte de no poder corregir lo que escriben, porque tienen la idea de que la poesía es la expresión del alma, algo sagrado, hasta que aprenden a trabajar sus propios textos.
–¿De dónde viene esa percepción de la poesía como algo sagrado?
–La responsable principal es la escuela, donde se enseña que la poesía es inaccesible y no se entiende, y que los poetas hablan raro.
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