Sábado, 4 de agosto de 2012 | Hoy
FABIO ALBERTI, ENTRE EL TEATRO Y SU REGRESO A LA TELEVISION
El actor y humorista explica el sentido de Políticamente incorrecto, creación teatral que va por su segunda temporada, y de su participación en La cornisa, que mereció críticas de varios de sus viejos fans. “Yo no cambié, los que cambiaron son los demás”, dice.
Por Facundo Gari
“Reparto para todos lados, no estoy con nadie: esa es mi libertad”, asegura Fabio Alberti en una mesita del Caffe Culturale Mattone, local de Palermo Soho donde expone su perfil artístico expiatorio de la “pelotudez televisiva”: el de artista plástico. No se refiere a su estado civil: está casado con Laura Quesada, productora, guionista y directora. Lo dice en relación con los temas que aborda en Políticamente incorrecto, creación teatral que va por su segunda temporada en la cartelera porteña, pero también a su participación en La cornisa (América TV), que provoca recelo en parte de los fanáticos de De la Cabeza, Del tomate, Cha Cha Cha, Delikatessen y Todo por dos pesos, emisiones ahora de culto (televisivo y viral) que en los ’90 formaron parte de la vanguardia del humor local. “Luis Majul me abrió una puerta, un espacio para trabajar. Me genero el sueldo en el ámbito privado en lugar del estatal y esa es mi única postura. ¿Es motivo para desearme cáncer?”, le pregunta a Página/12 con una serenidad que pivotea entre la indignación y la congoja.
A los 45 años, sobre el escenario se lo ve enérgico y atildado en el oficio de volverse otros. Debajo, desconcierta un poco: dice que siempre fue un pesimista. Pasado Boluda Total en Café con Ser y con un show de Peperino Pómoro en el futuro cercano, en su presente “cuasi” unipersonal (lo secunda el músico Manuel Núñez), el actor y humorista se pone una peluca que lo asemeja a Benny Hill y se vuelve un empresario con el título anglosajón de “subnormal manager”. ¿El contexto? La Primera International Meeting for Desprevening Inversors, evento de la ampulosa firma Management & Empoming, que para seducir inversores extranjeros cuenta con su set de artistas “for export”. Tiene todo lo que una convocatoria del rubro suele tener: proyecciones (de videos realizados por Mariano Cohn y Gastón Duprat), estrado con logotipo de la empresa y música de noticiero. “Era muy fanático del programa de Karina Rabolini de venta de productos. La idea de un ‘círculo dorado’ de consumidores es de ahí”, admite risueño. Sus nuevas criaturas –histriónicas, delirantes, aunque a veces previsibles– hacen de las calzas ajustadas, las rimas corales, el marketing absurdo y la crítica de sopetón sus armas más afiladas para hacer reír, bajo el abrigo del título de la obra, que le permite al intérprete más de una licencia incómoda. “No es humor político, pero roza la actualidad. Siempre hice humor de esa forma, no soy Enrique Pinti”, se desmarca.
–No obstante, la obra tiene referencias a ese espacio. ¿Qué piensa sobre la política? ¿La concibe como una herramienta de cambio?
–Para eso debería servir. Imagino que desde la política se deben poder hacer cosas por la gente. Pero no lo veo, la verdad. O veo poco, no en la calidad y la cantidad que me gustaría. A veces me da la sensación de que se ocupan de pelotudeces cuando hay cosas más importantes.
–¿Qué sería importante?
–La alimentación, la salud, la educación, el bienestar en general. Lo pienso como si fuera una economía familiar.
–¿Alguna vez hizo humor políticamente correcto?
–Creo que no. Siempre fui un poco políticamente incorrecto, siempre hice un humor irreverente. Igual me interesa hacer reír, no bajar línea.
–Sin embargo, en la obra se ríe de los “pungas” en Plaza Miserere y luego de un apocalíptico “ejército de Wachiturros zombies”. Ahí lo políticamente incorrecto se le arrima a la discriminación...
–No tiene que haber límites para el teatro, para la creación. Que después tenga autocrítica es otra cosa. El chiste es “welcome to Buenos Aires” y me río de esos videos publicitarios que muestran la ciudad de una manera maravillosa, con una mirada turística: Puerto Madero y el tango. Muestro la ciudad desde otro lugar, vendiéndote lo feo como algo agradable. “Vení a visitar Buenos Aires, simpáticos pungas te recibirán.” No tiene que ver con mi definición política: no creo que haya nadie que quiera que las cosas sean así. ¿Vos te reíste de ese chiste?
–No. Depende de la sensibilidad de cada espectador.
–La gente lo festeja bastante. No está hecho de manera ofensiva ni discriminatoria. Si no se puede hacer chistes con semejante pelotudez, no se puede hacer un chiste con nada. Viste cómo está todo: podés magnificarlo y hacer una lectura o reírte. Es humor. Es tomar las desgracias con humor. Yo fui a grabar a Plaza Miserere a las nueve un domingo y te reís un poco o te pegás un tiro, porque el lumpenaje que es Plaza Miserere a esa hora... Yo hago humor y esta obra habla sobre lo que queda mal decir.
–Otro número en la misma línea es el de los Indios Lopilato: les cambian un poncho de diseñador por la tierra y ellos se muestran contentos.
–Y sí, son los espejitos de colores. ¡Si así nos cagan permanentemente!
–¿Busca incomodar al público?
–No, busco causar risa. No bajo línea. Si te quedás pensando, bueno. Ahora, si vos me preguntás qué hay que hacer con los pueblos originarios, por supuesto, devuélvanles las tierras que les pertenecen. Pienso el espectáculo para que el público se ría. Busco que la gente venga y se entretenga.
–¿El humor no debe tener límites éticos y morales?
–No tienen que mezclarse. Es mi manera de encarar lo artístico. Si arranco desde la moral y la ética, se me embarra todo, empieza la autocensura, cuestiones que no tendrían que ser parte del hecho artístico.
–¿Y por qué posa los ojos en “lo feo”?
–No es una cuestión local, de la Argentina. Siento que está todo para atrás. Tal vez yo esté pesimista. Estoy cerca de cumplir cincuenta años: me morfé diez de kirchnerismo, diez de menemismo y veinte de dictadura. Después me tocará un boludo diez años más y me voy a morir. Y no vi cambiar mucho el mundo.
–Pero esos períodos no son lo mismo...
–Claramente, obviemos la dictadura que fue “el” terror. Pero en el resto de los años, no vi cambiar muchas cosas. En 2012, te subís a un tren y te podés morir. Hace veinte años pensábamos que a esta altura íbamos a viajar volando. Desde que tengo uso de razón las clases no empiezan en marzo. Y pasa todos los años. ¿Cuándo va a pasar que los médicos estén bien, que los maestros estén bien?
–¿Alguna vez fue más optimista?
–No, de chico era “darky”, siempre fui medio pesimista. Ojalá esté equivocado y se pueda estar mejor. Pero es una expresión de deseo. No veo que las cosas mejoren mucho.
–En varias oportunidades usted se definió como un “anarquista punk”...
–Soy un anarquista en el sentido utópico: quisiera que no hubiera policía, autoridad, gobierno ni nada, que esté todo en cada uno. Pero no tengo definición política. Voté treinta veces y nunca a un presidente electo.
En La cornisa interpreta a un presentador de noticiero en su breve segmento humorístico “¿Qué nos pasó?”. Marzo lo vio volver a la televisión tras la experiencia como conductor de Duro de almorzar, de paso furtivo por bajas mediciones. En ese momento, marzo de 2009, en una entrevista otorgada a este diario, Alberti declaraba que trataría de “quedar lo menos expuesto posible” frente a “las rencillas mediáticas y los grandes asuntos sociales y políticos” de la toma de posición que la productora de Diego Gvirtz buscaba para el programa. “Aunque ya alguien me dijo que como ahora trabajo en PPT pasé a ser su enemigo”, añadía. Desde su participación en los envíos del inefable Majul, la historia parece repetírsele con parte de sus seguidores.
–¿Extrañaba la tele?
–Sí, hacía tiempo que no hacía y estaba con ganas. Lo que hago es una pelotudez chiquita, en un contexto en el que no puedo hacer Cha Cha Cha. Estoy en un programa político y los chistes están puestos en el personaje que interpreto. Agradezco la posibilidad de trabajar.
–Causó algunos enojos que este regreso sea en La cornisa.
–Sí, hay gente a la que la enoja. Yo no acepto que me banque el Estado. Hay cosas más importantes que hacer que bancarme a mí.
–¿Está marcando una distancia con respecto a Diego Capusotto?
–No, no, no tomo distancia con respecto a nadie. Me parece perfecto lo suyo. A mí me parece que hay otras prioridades. Que la gente te putee por trabajar en La cornisa es putearte porque no aceptes una fortuna por ir a trabajar en el Estado. Si lo hiciera, no me putearían.
–¿No cree que es una cuestión ideológica, por lo que el discurso de Majul representa?
–Si es así, ¿por qué me putean a mí? A ese nivel está la gente. Como si por esto fuera a votar a (Mauricio) Macri: no, boludo, no voto a Macri. Pero el argumento pareciera ser ése. ¿No te das cuenta de que hay grises? Parece estúpido tener que explicar eso.
–¿Se siente cómodo en el formato del programa?
–No puedo salir vestido de jirafa, pero después hago lo mismo que hubiera hecho en Todo por dos pesos, sólo que ahora me putean. Yo no cambié, los que cambiaron son los demás. La política no me interesa, me aburre, bastante que tengo que estar informado para hacer un poco de humor sobre política.
–¿Tiene alguna limitación editorial?
–Hasta ahora no me dijeron absolutamente nada. No me bajaron ningún chiste. Es muy naïf, no es agresivo lo que hago. Puede molestar, pero no creo que mucho. De lo único que me cuido es de no ofender a la Presidenta, por ser mujer y por ser la Presidenta. Es una cuestión de respeto formal. Después hago chistes sobre (Gabriel) Mariotto, Macri, (Daniel) Scioli, Iván Noble, quien sea.
* Funciones de Políticamente incorrecto: viernes, a las 23, en Chacarerean Teatre, Nicaragua 5565.
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