Sábado, 17 de junio de 2006 | Hoy
SE CUMPLEN HOY 30 AÑOS DE LA MUERTE DE FRANCISCO “PACO” URONDO
Poeta inclasificable y militante de Montoneros, consiguió armonizar la escritura de poesía con la lucha por una sociedad más solidaria. Subestimado durante años como un mero “autor de denuncia”, en los ’90 se abrió un espacio de lectura y de recuperación de su obra que aún continúa.
Por Silvina Friera
Los poetas siempre fueron hombres de transición. En “Solicitada”, de Poemas póstumos, Francisco Urondo escribió: “Realmente, si un poeta, amigo mío, no ve las transiciones que saltan a su alrededor como brotes de lava humeante, mejor que deje de serlo, ceda ese guiso perfumado a otros olfatos más perceptivos”. No fue el caso de Paco, que nunca cedió ese guiso en el que se cocinaba su vida, su obra, su militancia. En mayo de 1976 fue enviado a Mendoza por Montoneros para reorganizar a los militantes que continuaban resistiendo la represión militar, según la versión oficial de la organización. Pero la causa de ese destino altamente peligroso –hasta se dijo que “lo mandaron al muere”–, habría sido que no respetó el código de Montoneros en lo referente a su vida privada, ya que no se había separado de su anterior pareja, Lili Mazzaferro, pero tenía una nueva mujer y una hija con ella que pronto cumpliría el año de vida. Hace 30 años, perseguido a balazos por la policía, Paco se tomó la pastilla de cianuro que llevaban los militantes para no ser capturados con vida y delatar a sus compañeros durante las torturas.
Después de su muerte, sus poemas se deslizaron hacia el silencio incómodo, una forma del olvido, acaso la peor de todas. Durante buena parte de los ’80, se lo consideró un mero coloquialista, un autor de poesía de denuncia o de propaganda. En los ’90 se abrió un espacio de lectura y de recuperación de su obra que aún continúa.
“La poesía de Paco está absolutamente a salvo, su militancia nunca dañó su obra”, asegura Horacio Salas en diálogo con Página/12. “Hay algunos poetas-militantes que sufrieron ciertos avatares. Estoy pensando en Neruda, cuando escribió los poemas a Stalin, o en cierta zona de la obra de mi queridísimo Raúl González Tuñón. Pero Paco siempre resguardó una poesía de tono íntimo muy enriquecedora.” También poeta y periodista como Urondo, Salas cuenta que a Paco le gustaba caminar y trasnochar por Buenos Aires. “No lo puedo recordar sin su sonrisa, sin hacer chistes, sin tratar de levantarse alguna mina que andaba por ahí.” El autor de Lecturas de la memoria estaba exiliado en España cuando se enteró de la muerte del poeta. “Para mí fue un golpe terrible –admite–. Yo no estaba en Montoneros, pero eso nunca impidió que tuviéramos una excelente relación.” Daniel Samoilovich señala que la poesía de Paco es más bien “melancólica, de una cierta elegancia, y muy personal”. Y añade: “Quizá sea una de las elaboraciones más personales de la poesía del ’60”. El poeta y traductor advierte que, después de muchas idas y vueltas, “hoy permanece un intento de acercarse al habla usual, que en realidad ya había empezado con César Fernández Moreno”.
“Ahora no parece incompatible esa búsqueda del habla usual con un uso métrico más cuidado que en algún momento del ’60 se disolvió. No en los mejores, que siempre sonaron y suenan bien, como Juana Bignozzi, Gelman y Paco Urondo. Nunca cayeron en una cosa desmañada”, admite el autor de El carrito de Eneas y Las encantadas. Hacia fines de los ’70 y principios de los ’80, la obra de Paco fue una de las tantas “víctimas” que se cobró el retorno a la idea de una poesía alta y sublime. “El neorromanticismo y el neobarroco hicieron tabla rasa con la poesía del ’60. Plantearon una ruptura que colocaba en masa a toda la producción de esa época bajo el rótulo de coloquialismo, que no abarcaba la riqueza y la variedad de esa generación –explica Samoilovich–. En algunos casos se trataba de una reacción justificada frente a cierta vulgata; en otros, resultaba excesivo porque era negar una parte de nuestra propia historia que tenía posibilidades de más de una lectura.” El poeta y director de Diario de poesía publicó un dossier especial sobre Urondo en 1999, pero no siente que hayan sido precursores en la reivindicación de Paco. “No creo que estuviéramos solos en esta relectura; me parece que en los noventa empezó a abrirse un espacio para recuperar su obra, que continúa abierto”, observa Samoilovich.
Aunque para Daniel Freidemberg se modificó el lugar de Paco en la literatura argentina, dice que su reconocimiento sigue siendo un tanto ambivalente. “En gran medida el rescate de Urondo viene de la mano de su figura política, y no es nada injusto porque él era un combatiente y eso está relacionado con su poesía. Pero hay mucha dificultad para apreciar y darse cuenta de la calidad y de la extrema singularidad de su obra poética. Creo que la gente joven lo está empezando a descubrir”, plantea Freidemberg, poeta, periodista y crítico literario. “Urondo, en mi opinión, es un poeta extraordinario. Cuando lo leo, me da vergüenza escribir... ¡cómo se puede ser tan bueno!” El problema que percibe Freidemberg es que la obra de Paco se resiste a las clasificaciones. “No fue un gran renovador o un provocador, no planteó rupturas; no es un coloquialista, aunque sí tiene que ver con el coloquialismo. Tampoco está en la vanguardia de Poesía Buenos Aires, aunque estuvo vinculado con ella. No hay un lugar dónde ubicarlo fácilmente.”
“A través de formas muy distintas, de poemas cortos con muchos silencios, blancos y sobreentendidos, hasta los poemas casi conversacionales y omnívoros, que abarcan todo el mundo circundante, parecía escribir con una naturalidad absoluta –analiza Freidemberg–. Tenía algo que decir todo el tiempo, sin necesidad de destacarlo o llamar la atención. Es un poeta en el que importan mucho los silencios. Siempre hay algo que no está dicho.” El autor de Blues del que vuelve solo a casa y Lo espeso real, entre otros poemarios, pone el énfasis en la búsqueda intelectual de Paco. “Es como si él se estuviera revisando a sí mismo y al mundo y cuestionándose todo, lo que es totalmente coherente con su vida –argumenta Freidemberg–. No es una mirada nada fácil, sencilla ni simplista. Algo está faltando todo el tiempo, y al final la idea de participar en la lucha armada lo alivia de esa sensación, a pesar de que en su poesía hay mucha celebración de la vida, de los placeres, del amor, de las mujeres, de las bebidas y de la amistad. Era una persona extremadamente compleja que se hacía cargo a fondo de su complejidad. El se cuestionaba a sí mismo permanentemente y no se ajustaba a una fórmula o a una visión.”
A pesar de la evidente admiración que siente Freidemberg por Urondo, reconoce que sus últimos poemas, que integrarían el libro que se iba a llamar Cuentos de batalla –la mayoría se perdieron en la larga noche de la dictadura militar–, “no tienen el espesor de sus poemas anteriores”. Sin embargo, Freidemberg aclara: “No son panfletarios en el sentido de que nunca, en ningún momento de su obra, Urondo presupone un lector al que sea fácil convencer. Al final, sí se nota que es una poesía que está escrita en circunstancias donde lo principal que él hacía no era escribir. La poesía se convierte en un registro inteligente y muy cuidadoso de las razones que lo llevan a la lucha armada. Me recuerda a otro poeta combatiente, Miguel Hernández, que en plena guerra civil española consigue armonizar la escritura de poesía con estar en las trincheras”. Y tiene razón el querido Leónidas Lamborghini: “Urondo sabía lo que había que hacer”.
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