FIBA. ENCUENTRO DE DIRECTORES Y ACTORES CON PROGRAMADORES EXTRANJEROS
El Punto de Encuentro del Festival Internacional de Buenos Aires se convirtió ayer por la mañana, café y medialunas mediante, en una suerte de zoco, donde teatristas locales se lanzaron a seducir a programadores de todo el mundo.
› Por Facundo Gari
Suele hacer ruido vincular arte y mercado. A Guillermo Cacace, director de la obra A mamá, le ocurrió. “Más en el siglo XXI, en una avanzada tan fuerte del capitalismo, cuando el mercado suele condicionar la producción artística con sus lógicas operativas”, amplía. No obstante, y él lo apuntaría, para lo que pasó ayer en Punto de Encuentro (Sarmiento 1272), en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires, “mercado” quedó sólo en un plano nominativo. “No me puse a vender nada y me sorprendí intercambiando miradas sobre el teatro contemporáneo con gente de Canadá, Brasil y Alemania. Sería auspicioso cambiarle el nombre a un espacio tan rico: podría ser ‘Desayuno’, porque te desayunás de algunas cuestiones”, propuso.
En esta novena edición del FIBA, la idea fue proponer un espacio para “estimular la exportación de teatro local”. Acudieron unas 70 personas, entre programadores de festivales extranjeros y hacedores escénicos vernáculos, que compartieron además café y medialunas durante dos horas. “Está bueno porque podemos ver cara a cara a los programadores y charlar de una manera distendida”, dijo Luciano Cohen, actor de Un Vania, junto a su productora ejecutiva, Silvia Barona. Sobre la mesa que tenían copada había una computadora con un reproductor de video abierto. “Es que trajimos un trailer para convencerlos de que vengan a ver la obra”, añadía él. Una de las asistentes de prensa del encuentro ya había observado junto a Página/12 la curiosidad de ver a actores, directores y productores teatrales poniendo su histrionismo al servicio de una seducción más pragmática. “Por supuesto –coincidió Cohen, entre risas–. Nos ponemos en vendedores, pero en función de difundir y conseguir trabajo. Las estrategias son muchas.” “¡Mira cómo vine yo!”, apuntó Barona un índice a Lorenzo, que lleva seis meses en su panza.
Era sencillo identificar en la sala a los representantes de festivales internacionales. No por el sticker que tenían pegado cada cual en su pecho (con indicaciones de si venían de Italia, Francia, Estados Unidos, Corea o Colombia, entre otros destinos), sino porque alrededor suyo se juntaban varias personas, algunas haciendo fila para invitarlos a ver una pieza, otras escuchando para determinar una simpática estrategia de abordaje. Como los pibes del Combinado Argentina de Danza, compañía que le pone el ritmo del cuerpo a Tu casa. “Te acercás y no sabés si decir ‘hola’ o ‘hello’. Quedás medio careta si te toca un alemán”, observaba Nelson Simonelli (“aka Wizard”, según él mismo). Agustín Franzoni lo acompañaba. Eran de los más jóvenes entre los presentes. “Fue una de las primeras experiencias de este estilo en las que participamos, así que resultó bastante loco. Habíamos tenido unas charlas en el Mica, pero las entrevistas estaban pactadas: sabíamos con quiénes nos íbamos a encontrar. Acá fue ir a tocar hombros”, distinguió el segundo. ¿Y cómo explicaron su espectáculo a los extranjeros? “Fue difícil”, concedió. Simonelli, cuya cresta pinchuda atraía las miradas, se puso desafiante: “Si tenemos que bailar, bailamos. Pero hacemos... ¿viste Villa Diamante, que hace Mash-ups? Lo nuestro es lo mismo pero bailando”. Dudoso que lo entendiese así el alemán en cuestión.
Parecía que el calor le estaba haciendo pasar un mal rato a Matías Umpierrez, que se refregaba al paso la frente con el brazo. Dramaturgo y director del espectáculo virtual Distancia y responsable del área de teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas, dijo que para un artista ponerse a vender es complicado. Pero ponderó que “el gran tema del arte es vivir del arte” y que con este encuentro “nos acercamos un poco más a lograrlo; ésa es una posibilidad súper importante”. Destreza y/o suerte, logró que varios programadores se comprometieran a ver su pieza. “Ellos buscan algo específico. Cada uno de acuerdo con las características de sus festivales. Tiene que ver la escala: hay obras de veinte personas y de tres”, explicó. En cuanto a contenido, sostuvo que los emisarios sabían que “nuestras temáticas son muy diversas”. “Por la multiculturalidad histórica de Buenos Aires pueden encontrar cosas muy distintas que no tienen que ver necesariamente con la tradición, sino con nuestra existencia en el mundo contemporáneo. Hay estéticas que podrían suceder acá o en cualquier ciudad del mundo. Estamos acostumbrados a sorprendernos.”
Si bien era sencillo distinguirlos, era complicado hablar con los popes de los festivales: había que hacer la fila. Otra opción era perseguir a los fumadores que despuntaban el vicio en la puerta. Allí estaba Cassio Pinheiro, del Festival Internacional de Teatro de Belo Horizonte. “Son pocos los lugares del mundo que promueven este tipo de encuentros. Edimburgo los tiene, Belo Horizonte comenzó a tenerlos, pero de forma tímida. Buenos Aires está avanzada”, elogiaba entre pitadas. Junto a su comitiva estaba confirmando todas las noches la cantidad y diversidad de propuestas de la escena porteña. Si algo le criticó a la cita de ayer es la dificultad de “asimilar todos los ofrecimientos recibidos”, pero le contrapuso “paciencia y empatía” para con los hacedores argentinos. “Allá gusta mucho la dramaturgia argentina, al igual que en toda América latina. Pero necesitamos que Brasil entre también en esa construcción, porque está un poco aislado, tal vez por la lengua. Hay que quebrar esa barrera. Tenemos que hablar español y portugués los latinoamericanos, aprender a entendernos, porque somos parecidos: la geografía es similar y tenemos los mismos problemas. El teatro habla de eso”, pisaba el pucho.
Sergio Boris y Patricio Aramburu, respectivamente director y actor de Viejo, solo y puto, permanecieron de pie a un costado de las mesitas. “Este es un espacio más para hacer funciones. Ya tenemos una gira de un mes a Francia, que surgió el año pasado. Y queremos enfrentar la obra con otros públicos”, subrayó Aramburu. “No vinimos a vender ni a convencer a nadie. No son nuestros objetivos como artistas. Tomamos estas instancias para problematizar lo teatral, preguntarnos qué pasa afuera”, lo secundó Boris. Desde su mirada, un aspecto del teatro argentino que resulta atractivo en Europa es que “se hace sin plata” y que eso deviene en un “fenómeno de actuación”. Detrás de ellos estaba Martin Faucher, consejero artístico del Festival Transamèriques, de Canadá. “El teatro de acá tiene una buena combinación de calidad actoral e imaginación.” Aseguró que llegó a Buenos Aires abierto a cualquier propuesta, que vino a descubrir el paisaje. “En Montreal presentamos trabajos de Daniel Veronese y Ricardo Bartís, por ejemplo; arte que tiene algo esencial que decir. No busco el ‘cliché oficial’ del teatro local, una obra no tiene que tener necesariamente relación con lo que los canadienses imaginamos que es la Argentina. Buscamos arte que tenga algo para decir. Y acá hay mucho.”
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