Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
LAS CARTAS DE NESTOR PERLONGHER,REUNIDAS POR PRIMERA VEZ EN UN LIBRO
El volumen presentará doce misivas, enviadas entre 1978 y 1986 al escritor Osvaldo Baigorria, que vivía en Canadá. La política sexual, Malvinas, la democracia y el marxismo deambulan por aquellas páginas.
Por Facundo Garcia
Era un mundo distinto, en el que enviar cartas era desafiar a la suerte. Una vez que el poeta e investigador Néstor Perlongher depositaba el sobre en el buzón, sólo le restaba esperar. Y temer: si el texto lograba sortear la vigilancia del Estado setentista, todavía tenía que cruzar el continente hasta una zona de Canadá que en invierno se cubría de un metro de nieve. En ese lugar casi deshabitado vivía Osvaldo Baigorria, un amigo que cada tanto salía de los bosques para pasar por la casilla del correo y hacer honor al vínculo epistolar. Ahora Editorial Mansalva está a punto de editar, bajo el título tentativo de Un barroco de trinchera, algunos de los mensajes que Perlongher mandó hacia el norte, como quien arroja una botella al mar. Tipeadas a doble faz y con interlineado simple, las cuartillas amarillentas muestran recovecos de una sensibilidad que captó su tiempo con sutileza irrepetible y sintetizan un modo de comunicación infrecuente en estos tiempos de chat y escritura informatizada.
El volumen presentará doce largas misivas de Perlongher, pertenecientes al período 1978-1986. También se incluirá su último currículum y dos “informes” inéditos sobre la situación política y sexual en Chile y Córdoba a principios de los ochenta. La selección, el prólogo y las notas estuvieron a cargo del mismo Baigorria, que encontró en el libro la oportunidad de recordar sus años en América del Norte, cuando vivía a veinte kilómetros del pueblo más cercano y recibía, entre cuatro y seis veces por año, las meditaciones de quien luego forjaría libros tan innovadores como Alambres (1987) o Parque Lezama (1990).
Se habían conocido en 1972, en las reuniones de un grupo que estudiaba temas de identidad sexual. Siguiendo la pista trazada por autores como Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, muchos jóvenes de aquella época buscaban un camino que combinara las luchas “populares” con reivindicaciones de las minorías, en un esfuerzo de síntesis entre marxismo y psicoanálisis. “Perlongher todavía no era reconocido como poeta, pero nos recomendaba libros muy novedosos en aquel momento. Material de Deleuze, Guattari, Foucault. Tenía una especie de profesorado extraoficial en las reuniones”, rememora Baigorria, que en aquel momento tampoco intuía que iba a convertirse en escritor y docente de la Universidad de Buenos Aires.
Por entonces Perlongher militaba en Política Obrera, una organización trotskista. Cuando el grupo se negó a asumir públicamente la lucha en favor de los homosexuales, se integró al Frente de Liberación Homosexual (FLH) fundado por Manuel Puig y Juan José Sebreli, entre otros. “Consideramos que la lucha por la libertad sexual no se libra aisladamente sino que se da en el marco de la lucha por la liberación nacional y social, por lo cual nos hemos identificado con las reivindicaciones de los sectores populares”, declaró en un reportaje que la revista sensacionalista Así le realizó en 1973. Era el principio de una “militancia por los márgenes” que influiría en su poesía y lo acercaría a las experiencias místicas. Por su parte, Baigorria había emprendido su propia búsqueda a través de un viaje de casi tres años que lo mantuvo considerablemente aislado de los contactos locales.
En el momento en que Perlon-gher sacudió al mundillo poético con su inaugural Austria-Hungría (1980), su amigo viajero ya se había establecido en un refugio ubicado a doscientos kilómetros de Vancouver. “Había estado casi tres años viajando y con mi compañera de ese momento decidimos quedarnos un tiempo en una comuna rural”, recuerda Baigorria. Una mañana llegó a aquel lugar insólito una carta desde Buenos Aires. Perlongher se comunicaría durante años con las mismas hojas casi transparentes de aquella primera vez, mechando episodios de su vida y su trabajo con opiniones sobre la guerra de Malvinas y la vuelta de la democracia. Dueña de estilo barroco que lograba transmitir sensaciones íntimas y orilleras, la mano que tipeó aquellas páginas no dejó línea sin pensar y recorrió sus dudas estéticas con la intensidad de quien se juega la vida en cada palabra.
No era fácil responderle. El correo se acercaba a la población montañesa sólo dos veces por semana. “Y en invierno directamente no podías salir afuera”, destaca Baigorria, que en aquel momento se encargaba de cultivar y talar árboles. Tan diferente era la experiencia por la que estaban pasando ambos amigos, que el contacto parecía producirse entre dos polos casi míticos. Perlongher, buceador de la realidad urbana, se divertía imaginando a su interlocutor acorralado por los barcos de un ejército zarista con base en Vladivostok.
Sin embargo, había aspectos menos risueños en el intercambio. Con demasiada frecuencia, los sobres llegaban a las tierras del Norte abiertos o rotos, tras la probable revisación de algún funcionario argentino a la caza de insubordinados. En respuesta a esas advertencias, Rosa –pseudónimo con el que Perlongher completaba la doble tarea de ocultarse y celebrar a su admirada Rosa Luxemburgo– se refugió en un lenguaje excéntrico, que habilitaba un espacio de intercambio por fuera del poder instituido. Minuciosamente elaboradas, sus expresiones remontaban el plano de lo sugerido más allá de lo que hubiera podido decir desde un registro más llano.
A principios de los ochenta, el viajero volvió a Argentina y Perlongher inició su propia experiencia internacional radicándose en Brasil. Aunque el desencuentro fue parcialmente remendado por la continuidad de los envíos postales, muchos papeles quedaron guardados en la cabaña canadiense. Cuando años después Baigorria volvió a la región, se sorprendió al descubrir que todo lo que había dejado estaba intacto.
El final de esta historia de letras y amigos es agridulce. En 1992 Perlongher murió de sida. Baigorria leyó sus cartas en distintos homenajes y comprobó el impacto que causaban. La emoción aparecía, quizá, porque a diferencia de lo que pasa con los e-mail, el que se sentaba a escribir por aquellos días estaba obligado a imaginar a su lector en un futuro impreciso y posiblemente trágico. Esa intensidad hace que los párrafos de Un barroco... no quepan detrás de los modernos rótulos de “anterior” o “ya leído” a los que nos tienen acostumbrados las rutinas informáticas. Quien ha escrito y recibido mensajes de papel sabe bien que muchas líneas que parecen destinadas al cajón pueden reaparecer cualquier tarde, con una actualidad mayor a la que tenían al momento de ser escritas.
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