Domingo, 28 de diciembre de 2014 | Hoy
DISTINTOS MATICES QUE CONFLUYEN EN CINCO GRANDES DISCOS
La aparición, este año, de este disco póstumo de la tucumana, vuelve a ratificar no sólo la potencia de su voz y los infinitos matices de su canto. También su capacidad para marcar con canciones el aquí y ahora que le tocó transitar, esa condición de antena atenta con la que cimentó una identidad que fue folklórica, pero que también abrazó una cantidad de músicas de diversos palos y procedencias, descubriendo y redescubriendo autores y compositores a los que bendijo con su interpretación.
Angel recoge grabaciones de la cantante tucumana que permanecían inéditas y que fueron realizadas en conciertos que dio entre 1992 y 1996 en Europa y Latinoamérica. Son registros de un gran momento de su carrera, junto a su guitarrista, Colacho Brizuela –a cargo de la mayoría de los arreglos–; el tecladista Popi Spatocco, otra presencia importante en su vida musical; Carlos Genoni en bajo, Rubén Lobo en batería, Beatriz Muñoz en coros, más Lucho González invitado en un tema. Entre los artistas que la Negra fue sumando a los repertorios de sus giras está el autor del tema que da nombre al disco, el alemán Marius Müller-Westernhagen, un cantautor del rock alemán que ella trae para sus orillas, Konstantin Wecker, o el polifacético italiano Franco Battiato, por quien la cantante sentía gran aprecio, además de temas bien conocidos por estas tierras como “El amor después del amor”, de Fito Páez, o esa obra de belleza universal que es la “Zamba del Carnaval”, de Cuchi Leguizamón.
Este es un disco y un DVD, sonidos e imágenes que van armando un recorrido artístico y de vida, y también plantan un tiempo presente. El título del disco alude a aquella noche de 1984 en la que la correntina se alzaba con el Premio Consagración de Cosquín, cantando los hoy ya clásicos “Pedro canoero” y “Apurate José”. Aquel fue el primer Festival de Cosquín después de la recuperación democrática, y no casualmente era entonces que la carrera de Parodi se lanzaba al país.
La correntina apostó a grabar este disco en una estancia de San Antonio de Areco, incorporando no sólo las imágenes de ese paisaje, también sus sonidos, y la intimidad que propició encuentros con amigos y compañeros de ruta como Pedro Aznar, Liliana Herrero, Víctor Heredia, Raúl Carnota, Ana Prada, entre muchos otros que ofician de invitados. Esta apuesta a compartir un universo personal y a abrir cierta intimidad en la construcción de ese universo redundó en un disco de belleza precisa, con la producción artística de Matías Cella, el sostén instrumental de Matías Arriazu y Gaspar Tytelman, para partir hacia nuevas versiones de los clásicos de estos treinta años, pero también a lo que esta cantautora tiene para decir en tiempo presente.
El año pasado, Chango Spasiuk dio en un Teatro Colón colmado un concierto memorable. Este es el registro de ese concierto, y también el del presente de este misionero que es hoy uno de nuestros grandes creadores de la música popular argentina. La suya es una música hecha de chamamé, de polca, de paisajes y memorias de infancia, y también de la herencia de los Cocomarola, los Montiel, los Abitbol, los Riera y la mejor tradición chamamecera. Una música personal, producto de una síntesis creativa excepcional, de múltiples influencias y tradiciones, de la sólida raíz proyectada hacia otros sentires y saberes.
Spasiuk suena en este disco con el sexteto que lo acompaña desde hace años, y también con un ensamble de cuerdas, la Orquesta de Cámara Estación Buenos Aires, con la dirección y los arreglos de Popi Spatocco y el violín solista de Rafael Gintoli. Este desarrollo sinfónico propició nuevos matices para una música que parece conocer todos los colores.
Tras diez años de silencio discográfico, el rosarino dejó este año un registro de su obra con temas nuevos y versiones de sus clásicos que suenan como trenzados artesanalmente en cada arreglo, cada búsqueda de instrumentación, cada clima y cada ritmo. Fander es un disco doble: el primero presenta nuevas canciones; el segundo, nuevas versiones de viejas canciones, junto a diferentes músicos y ensambles. Uno y otro confluyen en un presente fecundo que se ocupa con belleza del delicado arte de la canción.
El río, el Litoral, el agua con todos sus significados, pero también el amor y el desamor, el paisaje que va del campo a la ciudad, son motivos a partir de los cuales Fandermole sigue construyendo canciones redondas, precisas y preciosas, presentadas en el primer CD. El segundo CD es un viaje a las canciones de los ’80 de Fander, revisadas con el aporte de los músicos con los que comparte su música actualmente, con arreglos que llevan los temas hacia otros territorios. Entre lo nuevo y lo viejo hecho de nuevo, Jorge Fandermole mostró este año un mapa identitario hecho de hermosas canciones.
Ariel Ardit dejó en claro este año que, además de ser un cantor con fundamento, es el más emprendedor de los artistas del tango actual. Con un disco de antología en el que incluye los clásicos y también, fiel a su estilo, algunos rescates del baúl de los recuerdos, el cantor celebró a Aníbal Troilo en el centenario de su nacimiento. Acompañado por su orquesta típica, dirigida y arreglada por el excelente Andrés Linetzky, Ardit va y viene por el repertorio de “El bandoneón mayor de Buenos Aires”; y lo hace con esa voz sensible y bien plantada, que sabe de genealogías tangueras. Detrás de cada gesto suyo, el tango regresa con el peso de su historia: lo cuidado del trabajo orquestal, los arreglos pertinentes a los estilos de época, la disposición en escena y el vestuario de los músicos completan un cuadro preciso de oficio tanguero. El disco, además, sirvió para un gran cierre de año troileano en su presentación ante un teatro Opera con sus mejores luces.
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