VIDEOCONFERENCIA DEL FILOSOFO Y URBANISTA PAUL VIRILIO
Mirada sobre las catástrofes
En el marco del Encuentro de Pensamiento Urbano, el pensador francés afirmó que “es un escándalo hablar de optimismo o pesimismo cuando el problema es sobrevivir a la catástrofe”.
Por Silvina Friera
“Soy urbanista porque la filosofía nació en la ciudad, incluso la ciudad es anterior a la filosofía. No lo digo por falsa modestia, sino por realista.” Con esta declaración de principios, Paul Virilio empezó la videoconferencia Claustrópolis o la ciudad del pánico, en el Primer Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano. Desde La Rochelle, Virilio señaló, ante quienes estiman que sus enfoques están teñidos por una suerte de callejón sin salida de la desesperanza, que “es un escándalo hablar de optimismo o pesimismo cuando el problema de la población es sobrevivir a grandes catástrofes” como las guerras, los atentados terroristas o las tragedias naturales, de la que hay una prueba reciente irrefutable: Nueva Orleans. Con los nuevos medios de transporte y de transmisión, con el incontrolable crecimiento demográfico, “es el hombre quien se sobredimensiona y el mundo el que expone sus límites”. Y una de las palabras claves, que se desprendió del diálogo que entabló con el sociólogo argentino Alberto Silva, fue, precisamente, los límites de una ciudad que crece desmesuradamente, que es “una caja de cambios”, según la definió el urbanista francés, y en donde “el accidente es la cara oculta del progreso”.
“El crecimiento demográfico de las ciudades no es un poder, no es un signo de salud como se consideraba la gordura, sino una de sus mayores debilidades –bromeó un Virilio locuaz y de excelente humor–. La ciudad se transformó en la gran catástrofe del siglo XXI. El crecimiento demográfico en las megalópolis está destruyendo las democracias locales, pero estamos al borde de un riesgo mayor: el terrorismo y las catástrofes naturales ponen en cuestión a la propia ciudad como lugar que favorece la supervivencia.” El urbanista francés, autor de una veintena de ensayos, entre ellos La máquina de visión, El arte del motor y Un paisaje de acontecimientos (Paidós), advirtió que las peores amenazas se despliegan en el espacio urbano. “El progreso y la catástrofe son el anverso y el reverso de una misma catástrofe. No sólo hay que hacer un censo del accidente, sino una Universidad del desastre”, subrayó Virilio, que hace cinco años inauguró en Japón el Museo de las Catástrofes. Y para corroborar la importancia que tiene el accidente en la vida cotidiana, la videoconferencia empezó con demoras por problemas de transmisión en La Rochelle, y hubo una breve interrupción cuando el urbanista explicaba cómo la mundialización exacerba las obsesiones y los miedos de los ciudadanos.
“Estamos viviendo un nuevo tipo de guerra, que empezó en Guernica y terminó con Hiroshima –explicó Virilio–. Es una guerra dirigida a la destrucción de las poblaciones civiles, pero con los atentados terroristas ocurre algo similar: sólo apuntan contra los civiles.” La diferencia, según el urbanista, reside en lo que él denomina la “metropolítica del terror”: grupos de individuos que con poco poder pueden hacer tantos destrozos como en la Primera Guerra Mundial, utilizando la fragilidad de las ciudades, como sucedió en Londres. “El gobierno inglés tuvo una política de hospitalidad y pagó las consecuencias”, agregó, para poner el énfasis en un aspecto ya señalado: quienes atentaron contra Londres eran miembros integrados a la vida de esa ciudad. Y para llevar al máximo los desafíos y los peligros que implica vivir en grandes ciudades, tomó un teléfono celular y dijo: “Este teléfono de lo más amistoso, que me permite comunicarme con mis amigos, se puede transformar en un arma de destrucción masiva”. Si antes había una visión objetiva del mundo, Virilio anunció que ahora, con las nuevas tecnologías, esta visión ha devenido en “teleobjetiva”, por la multiplicación de las cámaras de seguridad en París, Londres o en Buenos Aires, “que van a modificar la relación con los otros”.
¿Se puede democratizar la inmediatez, la velocidad del tiempo real en la era de la instantaneidad? Virilio, sin negar esta posibilidad aunque poniéndola en duda, aseguró que el tiempo y su aceleración constituye una amenaza a la democracia, porque es un poder que no está controlado políticamente. Esta duda ya había sido esbozada en El desequilibrio del terror, ensayo de principios de los años 90 que integra Un paisaje de acontecimientos: “Si desde la Atenas clásica hasta la revolución de los transportes en el siglo XIX la democratización de las velocidades relativas ha sido claramente una constante histórica fundamental que ha acompañado el desarrollo de la civilización occidental, ¿se puede prever seriamente un mismo proceso de democratización de la velocidad absoluta en la era de la revolución de las transmisiones instantáneas?”.
Silva definió a Virilio por lo que no es; no hay duda de que no es un pensador de gabinete y que el urbanista francés ha reflexionado como pocos sobre los dilemas de la vida urbana: la supervivencia en un espacio que muta a una velocidad inaprensible, y a veces incomprensible, las deslocalizaciones del empleo, las amenazas terroristas, el nuevo tipo de guerra contra las poblaciones civiles, las catástrofes naturales. “Vivimos un mundo finito, lo que no significa que el mundo se termine históricamente como plantea Fukuyama, pero hay una finitud del espacio vital.” Es a partir de esa finitud, de ese vaciamiento, en donde el pensamiento de Virilio opta por desplegar nuevos puntos de vistas y perspectivas que ponen entre paréntesis la esperanza, o la suspende para comprender los signos del presente.