Miércoles, 21 de octubre de 2015 | Hoy
OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
Las cartas están echadas, y hay para el tanto y para el truco. El lunes por la noche, la transmisión del partido de fútbol americano entre los Philadelphia Eagles y los New York Giants reventó el rating gracias a la expectativa por lo que iba a suceder no en el campo de juego del Lincoln Financial, sino en el entretiempo. La expectativa pudo palparse en las redes sociales, donde –para desgracia de todo el que no comulga con el universo creado por George Lucas– el hashtag #TheForceAwakens se convirtió en contraseña casi única. En las doce horas siguientes, el canal oficial de Star Wars en YouTube contabilizó 13 millones de reproducciones, en franca marcha a romper el record de 20,7 millones en 24 horas que contabilizó el trailer anterior, ese que daba un golpe de gracia con la aparición final de Han Solo y Chewbacca. La preventa puesta en marcha esa noche agotó las localidades del día del estreno en varios países en tiempo record. Al cierre de esta nota, en las cadenas argentinas ya no quedaba casi nada.
Los Philadelphia Eagles ganaron 27 a 7, pero a quién le importa.
Está claro que Star Wars es una ajustadísima máquina de hacer dinero, un prodigio del marketing que, ahora en manos del gigante Disney, ha refinado aún más sus métodos: en los días que seguirán al 17 de diciembre, The Force Awakens ocupará sin dudas el lugar de la película más taquillera de la historia del cine. Pero eso es posible no solo por el aparato publicitario, sino por la razón central que genera semejante expectativa. SW es un formidable artefacto cultural, una historia apasionante que engancha a representantes de diferentes generaciones. Y ahora ha caído en manos de un tipo que parece saber muy bien qué es lo que hay que hacer para devolverle a la saga el feeling de la primera trilogía, y dejar a un lado los errores cometidos por Lucas en los Episodios I, II y III. Nada de Jar Jar Binks balbuceantes, nada de trajes y peinados estrambóticos y nada de superficies relucientes: como en la primerísima película de 1977, la mugre, el desierto, el look retrofuturista y los vestuarios sencillos o directamente baqueteados se imponen sobre la recargada puesta en escena de La amenaza fantasma. Los X-Wing vuelven a volar y el Millennium Falcon al fin parece funcionar bien en el hiperespacio, aunque siempre con ese aspecto de chatarra espacial que lo convierte en la nave predilecta de millones de fans. JJ Abrams ya convenció a otro sindicato de fans difíciles al reinventar Star Trek. Ahora va por el bicampeonato.
Esa es la pregunta que pulula en el mundo virtual desde que el domingo se dio a conocer el poster oficial de The Force Awakens, y que llegó a punto de hervor tras la difusión del trailer. Aunque ya se revelaron imágenes de un Skywalker barbado, análogo al Obi Wan Kenobi de Alec Guinness, la ausencia del héroe de la primera trilogía parece ser uno de los nudos de este primer episodio de la nueva saga. Apenas si se lo adivina bajo una túnica jedi, apoyando su mano mecánica en el legendario R2D2; como el viejo zorro que es, Abrams escamotea partes de información para que la arenga del fan crezca pero aún así se conserve cierto misterio. Está claro que algo ha sucedido con la joven promesa del sable láser. El trailer deja patente que el escenario dista mucho de ser como prometía el final feliz de El regreso del jedi. No hay una nueva orden jedi, brotan cazas TIE por todas partes y hasta cabe la posibilidad de que los Stormtroopers de la Primera Orden, encabezados por el plateado Capitán Phasma, hayan mejorado su proverbial mala puntería. Rey (Daisy Ridley) y Finn (John Boyega), los representantes de la nueva generación, hablan de “esas historias que se cuentan”, y es el mismísimo Han Solo quien tiene que asegurarles que no son meras leyendas: “Es todo verdad. El Lado Oscuro, los Jedi. Todo eso sucedió”.
Punto para el guión de Abrams y el veterano Lawrence Kasdan: si no hay conflicto no hay aventura, y todo indica que el estado de las cosas en The Force Awakens dista mucho de un ideal de Caballeros Jedi salvaguardando la paz en la galaxia y saliendo de picnic con los ewoks en el bosque. Es más: por lo visto ya nadie recuerda muy bien a gente como Yoda, Kenobi y un tal Darth Vader, lo que marca una interesante ruptura en un universo sobre el que Lucas llegó a girar y explicar demasiado en la segunda trilogía, tratando de hacer encastrar todo aunque fuera a la fuerza. Que no es lo mismo que La Fuerza.
Por supuesto, el director no mastica vidrio, y es por eso que este nuevo aperitivo fue más generoso con las apariciones del comandante Solo y Chewie, que parecen tener un rol de cierta importancia en el relanzamiento de la historia, y de Leia Organa, cuya expresión devastada da una adecuada idea de que el horno no está para bollos en la galaxia muy, muy lejana. En ello contribuye, faltaba más, un villano más atrayente que el Conde Dooku (a pesar de Christopher Lee, un tipo que no metía mucho miedo) o el robótico General Grievous. Kylo Ren es la clase de psicópata con deseos de venganza capaz de atesorar la máscara derretida de Vader. Kylo Ren promete terminar lo que aquél empezó. Kylo Ren tiene un sable de luz en llamas con puntas laterales. Entre los muchos atractivos de la película hay una especial expectativa por ver en acción a un malo que puede estar a la altura del gigante de la capa negra.
Como buen artefacto cultural destinado a la popularidad planetaria, The Force Awakens promete más de un “easter egg”, esas pistas ocultas que regocijan al mundo nerd. Uno de ellos es incluso un capricho personal de Abrams: ya en la primera Star Trek, el director se dio el gusto de meter algunos compases de su banda favorita, cuando puso “Sabotage” como fondo de una escena juvenil del Capitán Kirk. Como los Beastie Boys, Abrams nació en New York; como los Beastie Boys, Abrams es un blanquito judío amante del hip hop y las referencias a la cultura pop en su obra. Y en esta nueva Star Wars descarga un par de guiños que enorgullecerán a Michael “Mike D” Diamond y Adam “Ad–Rock” Horovitz, los miembros sobrevivientes del trío (Adam “MCA” Yauch murió en 2012), aunque pasen inadvertidos para el gran público. El primero es un piloto de X–Wing alienígena llamado Ello Asty, en clara referencia al disco Hello Nasty de 1998; en su casco, incluso, puede leerse –en Aurebesh, lenguaje ficcional de SW– la frase “Born to Ill”, en referencia a los discos Licensed to ill e Ill communication.
No conforme con eso, Jota Jota destina al grupo que musicalizó su juventud un homenaje mayor: entre los grandes hits de The Force Awakens aparece un droide que actualiza el look de R2D2, una suerte de Jabulani blanca y naranja que en el trailer se asoma detrás de una pared y rueda detrás de Rey, y que fue el juguete que desató mayor furor en la primera oleada de merchandising (el modelo más sofisticado se opera a través de una app y, suelto en la casa del usuario, aprende a moverse por los ambientes). La nueva adquisición de la galería de gadgets galácticos lleva el nombre de BB8, y no solo porque parezca un ocho: son las iniciales de Beastie Boys, y la cantidad de discos grabados desde el debut de 1986 hasta el final Hot Sauce Committee Part Two.
Abrams no es solo un director de cine. Como demostró en Lost, y en Cloverfield, y en Fringe y en Star Trek, es un entertainer. Un tipo que sabe lo que hay que hacer para que las dos horas en una butaca a oscuras sean esa clase de experiencia que ha hecho del cine lo que el cine es.
Y ya que todo esto arrancó con un partido de fútbol americano, valga el cierre con fútbol a secas. En los años ‘70, River Plate cortó una sequía de 18 años e hizo historia con un equipo que tenía a Angelito en el banco y una columna vertebral que se repetía de memoria: Jota Jota, Merlo y Alonso. Star Wars puede volver a hacer historia con JJ, Kylo y Han Solo.
Y que la Fuerza nos acompañe.
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