Martes, 8 de diciembre de 2015 | Hoy
JUAN IGNACIO PROVéNDOLA ES EL AUTOR DE ROCKPOLITIK, QUE ACABA DE PUBLICAR EUDEBA
El periodista comenzó este trabajo como tesis universitaria, pero con el tiempo fue más allá: en su libro detecta los mojones que llevaron al rock argentino desde la marginalidad de sus comienzos hasta convertirse en sonido ambiente de la Casa Rosada.
Por Cristian Vitale
Por Cristian Vitale
Empezó siendo tema de tesis para la facultad y terminó como tapa-impacto en varias librerías del país, gracias a una foto difícilmente olvidable: la de Charly García y Carlos Menem entrelazando manos en la quinta de Olivos, durante aquella reunión de 1998. “Había que buscar una imagen de un dirigente político fuerte con un rockero fuerte, y se optó por ésta, que es realmente provocativa y que, de alguna manera, sintetiza el espíritu del libro”, señala el primer implicado en la provocación, Juan Ignacio Provéndola. El periodista acaba de publicar ese libro bajo el nombre RockPolitik (Eudeba). Yese libro, como su nombre, foto de tapa, contenido y autor indican, ancla en la convivencia contradictoria que han tenido rock y política durante los últimos cincuenta años de la historia argentina. “Igual, la foto es ambigua porque, si bien ambos se están dando la mano y hasta parece que se quieren, en realidad no se habían visto casi nunca antes de la foto. Fue un encuentro muy loco ése, porque no se produjo por la voluntad de los dos sino por la rosca de sus operadores”, insiste –y salva– Provéndola, sobre el poder de esa fotografía.
–¿Esa imagen vale más que mil palabras? (Risas.) –
No sé. Lo que digo es que fue muy emblemático ese encuentro, porque no nos olvidemos que Charly había participado de una gira a favor de la candidatura de Angeloz, en 1989, y después dijo “si gana Nemem (sic) me voy del país”. Yno sólo que no se fue sino que sacó esa foto con él (carcajadas). Detrás del contundente icono, el autor dedica más de doscientas páginas a detectar los mojones que llevaron al rock argentino desde la marginalidad casi total de sus comienzos hasta su transformación en música de cañón para jingles proselitistas, fuente de legitimación cultural para candidatos, sonido ambiente de la Casa Rosada o vedette en galas del Colón. “Javier Martínez decía, allá por fines de los 70, que el arte no debía descender a la arena política. Eso estaba bien en aquella época, tal vez, pero hoy es diferente. Quiero decir que valoro la búsqueda ideo lógica del rock en el campo político y que ha tenido un fenómeno de rotación bastante sorprendente, sobre todo por lo que pasó en la década del 70”, señala Provéndola, que pasea su pluma rockera por las redacciones de Página/12, Rolling Stone y el diario El Fundador, de Villa Gesell, ciudad donde nació casi con la democracia, allá por 1982. “Estoy acostumbrado a hacer más preguntas que respuestas”, se ríe él, pero no le esquiva al desafío, claro.
–¿Por dónde le viene el interés por la política? ¿Es analítico, emotivo, ideológico?
–Eso de intentar entender los procesos políticos viene un poco con el laburo y la facultad, pero también hay un elemento genético que tiene que ver con mi viejo, un militante peronista de Gesell que fue dos veces concejal... Tengo recuerdos muy lindos de la militancia en los 80: Gesell fue siempre una ciudad radical y yo asocio al peronismo con un espacio de resistencia. Teníamos una Unidad Básica que se llamaba Arturo Jauretche y de pibito iba y veía reuniones entre albañiles, abogados, arquitectos, obreros: un recorte de la sociedad que tenían a Perón y Evita como nexo. Recuerdo que terminaban todos cantando la Marcha y para mí eran momentos mágicos, conmovedores... Sin eso, es imposible entender al peronismo. De ahí me viene el principal interés y, en este sentido, el rock fue un buen canal, porque me permitió entender este fenómeno no desde el lado erudito sino desde donde yo lo interpretaba: las lecturas políticas del rock.
–En el libro analiza en detalle muchas canciones políticas de la historia del rock argentino y, excepto algunas piezas emblemáticas, no hay una letrística asociada al campo nacional y popular, sobre todo en los primeros años...
–Porque era un movimiento más burgués, sí... El rock, creo yo, nació como un movimiento de clase media. Incluso Pappo, que salvo el “Hombre suburbano” o alguna canción más, no tenía letras motorizadas por inquietudes proletarias. Igual hay momentos clave, como cuando ganó Cámpora en 1973, y hubo un festival enmarcado en un encuentro orgánico entre el rock y la política, donde estaba toda la primera plana del rock, o en todo caso toda esa efervescencia juvenil que encontró en el peronismo un lugar que la tentaba. Vi ahí algún acercamiento peronista al rock, lo que pasa es que después el peronismo desencantó a la sociedad y sobre todo a los jóvenes con la cosa de la Triple A, la represión... Después, en los 90, la base social del rock se expandió y empezó a ser decididamente de clase trabajadora, incluso expresiones punk como 2 Minutos, Attaque 77, Flema, o el Ricardo Iorio de Almafuerte, un tipo que se exhibe como es y no te la cuenta cambiada. El fue laburador de la última cadena del mercado central y conoce muy bien al laburante. Era el que bajaba las papas del camión... Hay que tener respeto por esas miradas, por los que tienen la tierra entre las uñas.
RockPolitic, que tiene un antecedente en el capítulo sobre rock y política que su autor escribió para el libro Rock del país, en 2010, cuenta con un profuso trabajo de archivo que, mediante testimonios, comentarios y transcripciones literales de canciones, marca la historia del rock argentino. Un derrotero signado por ninguneos mutuos entre éste y la política; represiones, acercamientos, tensiones, usos (y abusos) como aquel polémico festival por Malvinas de 1982, radicalizaciones, cruces y diatribas generacionales, resistencias, construcciones mutuas, continuidades y rupturas. “Digamos que es bastante reciente esto del rock analizado como fenómeno cultural por distintas ciencias sociales”, dice Provéndola.
–¿No es un modo de mataral rock?
–Lo estamos metiendo en el museo, ¿no? (risas). O quitándole su carácter vivo y dinámico, con el fin de entenderlo... Pero bueno, también tiene su mérito, porque el rock en la Argentina ya cumplió cincuenta años de vigencia y presencia, y aún tiene cosas para decir, algo que no pasó con el tango de autor, por ejemplo. El rock tiene esa capacidad de actualizarse y de interpelarte desde la juventud, así tengas 60 años, y eso hace que lo proyectes en un espejo largo y finito. Prefiero entender que el rock, como narrativa juvenil, fue encontrando nuevos caminos para actualizarse en tiempos institucionales distintos. Hace treinta, cuarenta años, el enemigo era más identificable, ahora no lo es tanto. O está disperso. Es ese capitalismo que no tiene cara. Yeso se nota.
–Y tiene otros canales de resistencia, en este caso orgánica, que encuentra en Cromañón a un punto de inflexión, y que usted también pondera en el libro.
–Sí, porque Cromañón abrió una grieta entre los músicos consagrados, que ya tenían su laburo, y los emergentes, que se encontraron de repente con clausuras que los asfixiaron en términos laborales. Yacá destaco un proceso claro del rock como organización colectiva, al contrario de esa definición del rockero de póster. De golpe, esta falta de lugares provocó que muchos músicos tuvieran que juntarse para buscar soluciones colectivas como la UMI, la Ley de la Música, la participación institucional del rock... Me parece muy bien esto, en un momento en que se van acabando los megaproyectos que llenan estadios. Y espero que vaya por ese lado, sobre todo por la supervivencia del rock en las nuevas generaciones.
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