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Martes, 29 de diciembre de 2015

BALANCE > LO MáS SIGNIFICATIVO DE LA TEMPORADA ROCKERA 2015

El año en el que el rock volvió a homenajearse a sí mismo

Efemérides de Virus, Fito y Attaque 77, tributos a Spinetta, otro boxset de Los Beatles marcaron el tono. Mientras tanto, el mainstream y el under coexistieron nuevamente como burbujas de distinta elasticidad, con traspasos esporádicos y espasmódicos.

 Por Mario Yannoulas

¿Sería un homenaje a balances anteriores decir que el recorrido de la música urbana en 2015 tuvo que ver, nuevamente, con homenajes a sí misma? Parece ser así, puesto que los hechos noticiables –siempre subjetivos, a veces caprichosos, a veces direccionados– del año saliente en ese rubro, tuvieron que ver con evocaciones, efemérides, eventos que, de alguna forma u otra, miraron hacia atrás para verificar el presente. O, cuanto menos, echaron mano explícitamente de la tradición para eso. Allí abrevó por ejemplo Chango Spasiuk, al presentar el espectáculo Chamamé, Tradición en el teatro Opera Allianz, donde reunió a exponentes de diversas expresiones del género. “El chamamé no es solo música folclórica que se toca y baila en el nordeste de la Argentina, es un lenguaje sonoro donde convergen trescientos años de historia”, aclaró el músico en la presentación.

Desde el linaje rockero, Litto Nebbia se puso al frente de una serie de conciertos –cuyo clímax fue el debut en el Teatro Colón– para recordar los 50 años de la salida del primer disco de Los Gatos Salvajes, piedra fundamental para la construcción del rock como lenguaje vernáculo (cabe agregar que Página/12 publicó un disco doble en vivo de Los Gatos en el Gran Rex). En ese sentido, se sumaron proyecciones como la de Virus, emulando la presentación de su quinto disco con el show y posterior placa en vivo 30 Años de Locura, y también las tres décadas de Giros, trabajo que ensanchó la vereda solista de Fito Páez. Por su parte, el combo punk local Attaque 77 celebró los 25 años de El Cielo Puede Esperar con un concierto en el estadio Malvinas Argentinas, mientras que La Mississippi agasajó al rock argentino con un disco de versiones titulado Inoxidables. Reverdecieron las loas a Luis Alberto Spinetta con la edición de un primer trabajo póstumo como corolario: Los Amigo. Ocho canciones registradas en dos sesiones durante marzo de 2011 en La Diosa Salvaje, su estudio personal, junto a Rodolfo García en batería y Dhani Ferrón en bajo, que recolectaron excelentes críticas desde lo artístico y emocional. Se cumplieron además 30 años desde la salida de Gulp!, ópera prima de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, para el que no hubo –desde luego– ningún recordatorio oficial. Sí existió una confesión de su cantante, Carlos “Indio” Solari, quien en una entrevista radial dijo padecer una enfermedad que comprometería sus chances de presentarse en vivo por mucho más tiempo.

El largo desajuste

La bandada de homenajes a propios y ajenos no disimuló ni un poco la dislocación estructural que pervive entre el mainstream y lo que pretende emerger, casi como un arrastre ineluctable de la noche oscura de República Cromañón, pero también del estado nebuloso de la industria cultural –ya no sólo en el plano de la música–, y de la tímida noción que tienen los grupos sobre cómo asomar la cabeza en el gallinero lleno. Casi como ironía, este año tuvo lugar la primera edición del festival Pepsi Music Underground, cuyo nombre no aludió a la escena –tocaron Babasónicos, Illya Kuryaki & the Valderramas y El Cuarteto de Nos– sino al lugar: el subte H porteño.

Teniendo en cuenta que los medios de grabación, reproducción y difusión se siguen multiplicando –descargas, streaming, y demás–, está claro que más medios no implican necesariamente mejor difusión. Eventualmente, la organización de ciclos previamente curados y pensados para generar una escena pueden ejercer más presión, como ocurrió con el ciclo Rebeldes, Soñadores y Fugitivos, en el auditorio Caras y Caretas, con bandas emergentes como El Perrodiablo, Fútbol o Las Bodas Químicas. El mainstream y el under coexistieron así nuevamente como burbujas de distinta elasticidad, con traspasos esporádicos y espasmódicos. La industria se movió en un hall blindado: el cantante Axel fue la estrella de los premios Gardel, y se llevó el oro. El gran ganador del año anterior, Abel Pintos, festejó 20 años de carrera con una asombrosa misma cantidad de shows en el Opera, para la presentación de del CD-DVD Unico. En el perímetro más específico del rock, las excepciones no se produjeron exactamente en 2015, pero sí revalidaron su alza. Son los casos de Eruca Sativa, el power trío cordobés que saltó al Luna Park, y La Beriso, combo de raza rocanrolera que convocó a 40 mil personas en el Estadio Ciudad de La Plata. Nuevamente dentro del under, Los Espíritus asomaron un poco la nariz con su disco Gratitud.

Un intento por salvar diferencias económicas se cristalizó en el trabajo del Instituto Nacional de la Música (INaMu), que este año echó a andar un plan de fomento por el que más de 2 mil músicos registrados de todo el país pudieron participar por 50 subsidios de 40 mil pesos, y otros 50 por 10 mil. Además, se pusieron en funcionamiento tres sedes regionales (Centro, NEA y NOA), para que los músicos de esas zonas pudieran acceder a 150 subsidios –50 por región– de 10 mil pesos, más 240 vales de producción para replicar discos y 120 para impresiones de artes de tapa.

El organismo que preside Diego Boris depende de la actividad de la actualmente intervenida Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), por lo que su futuro es incierto. Como iniciativa estatal, la puesta en marcha del Centro Cultural Kirchner también significó más espacio para espectáculos de calidad y gratuitos.

Rockpolitik

El rock argentino hinchó el pecho por medio siglo de historia, pero tal vez el mejor homenaje a sí mismo como espacio de resistencia no tuvo que ver con ningún concierto, reedición discográfica, reunión, o similar. Sí con la carta que Charly García envió públicamente al titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos del gobierno entrante, Hernán Lombardi, con respecto a la designación de Carlos Manfroni como Subsecretario de Asuntos Legislativos del Ministerio de Seguridad, cartera que dirige Patricia Bullrich.

García había leído un artículo en Página/12 que citaba publicaciones de Manfroni en la revista Cabildo durante la última dictadura militar, en las que sostenía cosas como: “(...) la ‘filosofía’ del rock conduce al deseo desesperado de la muerte e induce al suicidio, como lo demuestran las letras de las canciones de Charly García, Spinetta y Moris. Ofrece la posibilidad de convertirse en un animal o un marica”. El músico respondió, textual: “Ahora, resulta que soy un animal, pervertido, drogadicto, homosexual, etc. Hágame un favor, a mí y a los demás que trabajan por el arte y con buena intención. Si este pensamiento está con ustedes (que ya lo veo así), van a corroborar que soy todo eso. ¿Será que tener un cargo público arruina a la gente? Merezco una disculpa. Yo compuse ‘Los Dinosaurios’, y luché contra la dictadura y un pelotudo está en contra de la Revolución Francesa???? De John Lennon??? Del amor?? No cuenten conmigo, ignorantes. Siento que la lucha fue en vano, Pero aun así, estaremos presentes en nuestras letras... todos nosotros... como en aquellas épocas negras”. Finalmente, la designación de Manfroni quedó sin efecto. No es menor que el pronunciamiento de un músico –no cualquiera, claro– haya impactado directamente en una decisión palaciega. La publicación del libro Rockpolitik, de Juan Ignacio Provéndola –en cuya portada se lo ve a García en reunión con Carlos Menem–, se resignifica en un contexto en el que los roles de acompañamiento, resistencia y abstinencia son susceptibles de revisión.

Visitas, festivales, y otra Cajita Feliz

La ciudad de Buenos Aires y alrededores fueron de nuevo huéspedes de una serie de arribos internacionales, entre los que sobresalieron distintas generaciones de clásicos británicos. David Gilmour, mítico guitarrista de Pink Floyd, concretó su debut en suelo argentino ante 60 mil personas en el Hipódromo de San Isidro, en una jornada plena de problemas logísticos. Desde una órbita más new wave, llegaron Sting –quien inauguró el DirecTV Arena, cerca de Tortuguitas– y Morrissey, que desde su postura más dark e intransigente tocó dos veces en la ciudad de Buenos Aires, reclamó soberanía argentina en Malvinas y versionó “Morrissey”, el hit de Leo García. También retornó Blur para presentar en Tecnópolis The Magic Whip, su primer disco en 12 años.

Desde Estados Unidos, las bandas grunge y post grunge Pearl Jam y Foo Fighters convocaron al Estadio Ciudad de La Plata para fortalecer sendos affaires con la audiencia local. El universo creado por las bandas de Seattle a comienzos de los 90 lamentó la pérdida de Scott Weiland, quien en la voz de Stone Temple Pilots había logrado expresar un sentimiento equivalente, pero desde California. Lo encontraron muerto por sobredosis hace pocas semanas en Minnesota, dentro del micro que lo trasladaba junto a su nueva banda, The Wildabouts.

El blues tuvo una predecible pero no por eso menos triste despedida: la de B.B. King, el “rey del blues”. El dueño de “Lucille” –nombre cariñoso para su Gibson ES-335– falleció el último mayo en la ciudad de Las Vegas, siendo el último de la tríada King –completada por Freddie y Albert– en partir. Sus hijas sospecharon que había sido envenenado por el manager, pero la autopsia atribuyó el deceso a “causas naturales”. Lo recordaron desde Eric Clapton hasta el presidente norteamericano, Barack Obama. Casualmente o no, su despedida se produjo casi a diez años exactos de la muerte de Norberto “Pappo” Napolitano, emblemático guitarrista y compositor del rock y el blues argentinos, y amigo personal del blusero del Misisipí.

El marco festivalero local había iniciado el año con una accidentada decimoquinta edición del Cosquín Rock, que padeció los embates del trágico temporal que azotó a una parte de la provincia de Córdoba en febrero. Por primera vez, el típico evento coscoíno debió posponer una fecha. Otros festivales relevantes acarrearon un buen ramo de visitas extranjeras. Además de haber traído a Pharrell Williams, una de las figuras del momento, la segunda edición del Lollapalooza incluyó a altas figuras del rock mundial conectadas por un mismo sentimiento, como el ex Led Zeppelin Robert Plant y el camaleónico fundador de The White Stripes, Jack White, que se cruzaron en un escenario para parir “The Lemon Song”, track atesorable de Zepp. Los amantes locales de la música electrónica tuvieron un reencuentro vivo con algunas de sus mayores inspiraciones en el festival Sónar, en Vicente López, donde Hot Chip y, fundamentalmente, The Chemical Brothers, pasearon sus repertorios.

2015 también presentó un nuevo lanzamiento vinculado con The Beatles. Se trata del boxset 1+ –sí, uno más–, que incluye un CD recopilatorio, dos dvd o Blu-ray con 50 clips, y un libro de fotos de 124 páginas. Con material sorprendentemente nuevo –o renovado–, hay evidencias mejoradas de cómo los Fab Four descubrieron, junto a Brian Epstein, al videoclip como la poderosa herramienta de difusión que es, en épocas en las que las giras mundiales no abundaban. En el mismo sentido, Ringo y Barbara Starr organizaron una subasta en la que vendieron la copia número 1 del disco epónimo del cuarteto –popularmente rotulado El álbum Blanco– por el precio más alto que se haya pagado jamás por ese tipo de objeto. El récord fue entonces roto dos veces en 2015: si hasta hace menos de un mes, lo máximo que se había ofrecido por un acetato habían sido 300 mil dólares –los desembolsó Jack White por un original de Elvis–, en diciembre, el magnate Jim Irsay –dueño del equipo Colts, de la NFL– pagó 790 mil dólares por uno de los álbumes más influyentes de la historia.

Cuando las águilas se atreven

El grupo californiano de hard rock Eagles of Death Metal nunca fue tan famoso como después del 13 de noviembre de este año. Desde luego, no fue en el marco de lo que sus integrantes hubiesen deseado, sino por haber obrado como la banda de sonido involuntaria de uno de los ataques terroristas que se atribuyó el grupo ISIS en París. Un grupo de hombres armados entró a los disparos durante su concierto en la sala Bataclan, dejando como saldo 89 muertos y alrededor de 200 heridos, incluyendo gente cercana al cuarteto. El grupo, que en la gira europea no contaba con su fundador y líder de Queens of the Stone Age, Josh Homme, fue recibido al poco tiempo en la misma capital francesa por Bono, y tocaron junto a U2 “People Have the Power”, de Patti Smith. La serie de atentados despertó un espectro de reacciones entre los músicos: mientras que la mayoría decidió suspender actuaciones –como los propios U2 o Foo Fighters–, Madonna eligió seguir: “Lo que quiere esa gente es callarnos”, expresó. Por su parte, en una entrevista con el portal Vice, el guitarrista y cantante de Eagles of Death Metal, Jesse Hughes, se refirió a la necesidad de volver cuanto antes a suelo parisino: “Quiero volver, quiero ser el primer grupo en tocar en Le Bataclan cuando vuelva a abrir. Porque estuve ahí cuando se hizo el silencio. Nuestros amigos fueron a escuchar rock y ahora están muertos. Quiero volver y vivir.”

Por último, en tiempos en los que el poder global parece reconfigurarse, y cuando las corporaciones pueden asumir un rol más visible en los entramados políticos, el histórico cantautor canadiense Neil Young lanzó su trigésimo séptimo trabajo de estudio, titulado The Monsanto Years (“Los años de Monsanto”). Como obra conceptual, busca despertar conciencias acerca del rol que ocupa la productora multinacional de agroquímicos y biotecnología en el tablero mundial, y sobre cómo distribuye sus influencias sobre los gobiernos del mundo. El de Young es un nuevo ejercicio explícito de activismo político, con una de las multinacionales más poderosas que existen en la mira.

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Spinetta siguió siendo noticia. Y salió el CD Los Amigo.
 
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