Fierro es la revista más importante de mi vida. Empecé ahí a los diecinueve, y les aseguro que era un lugar impresionante para que un tipo de esa edad aprendiera cosas nuevas. Era como entrar al paraíso sin morir. Todavía me acuerdo. Fue en el invierno del ’86 y me sigue resultando inverosímil. El otro elemento que quisiera rescatar es el trabajo que hizo en la primera etapa Sasturain. Me alegra saber que él está otra vez al frente junto al nuevo jefe de redacción, Lautaro Ortiz. Por su amplitud, Juan es para mí el mejor director de publicación con el que un artista se puede encontrar.

Asimismo, también me gustaría rescatar la caterva de chiflados y desamparados que se mezclaban ahí con los genios. Yo estoy, sin duda, entre los dos primeros grupos. Era una colección de especímenes que yo no he vuelto a encontrar en ninguna redacción. Un laboratorio. Te podías encontrar con Fontanarrosa, Rep, Altuna o Trillo tomando un café en la ventana. De a poco, se las arreglaron para convertirse en los docentes de la universidad que nunca hice. Gracias a ellos conocí a Borges, a Salinger y a un gran amigo que todavía conservo, Pablo de Santis. Con Pablo pasamos de ése a los laburos más divertidos de los ’90, como la serie El otro lado, que hacíamos junto a Fabián Polosecki.

En suma, me alegra mucho que Sasturain y el equipo estén concretando lo imprescindible, porque lo imprescindible no siempre sucede. No existía hasta ahora un ámbito lo suficientemente plural como para albergar todas las expresiones que hay. Yo siempre valoré el trabajo masivo y relativamente homogéneo que hacía Columba, pero readaptar a los nuevos tiempos el carácter variado que había en Fierro me parece una patriada.

Por último, una pequeña imagen que me quedó grabada. Generalmente yo llegaba al laburo y me encontraba, sumidos en el delirio futbolero, a Sasturain y a Viruta, el diagramador. Tiraban penales... unos chumbazos increíbles dentro de un espacio en el que no cabía un alfiler.