ENTREVISTA CON OSKI GUZMAN, QUE HOY DEBUTA CON “¡IMPRO!”
“Los que improvisamos no somos unos improvisados”
El actor que cultiva el género del “teatro del momento” estrena un nuevo espectáculo que se regenerará cada noche.
Por Emanuel Respighi
“Un improvisador, frente al abismo, no piensa en la posibilidad de caer, sino en la probabilidad de volar. Un improvisador es un guerrero de Castaneda: vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de qué pensará cuando haya actuado. Un improvisador no se vale de ningún truco, de ninguna herramienta, de ningún salvavidas, porque su práctica es la libertad. Su desafío en el tiempo es sostenerse vivo, en el presente. Ese es el juego. El improvisador juega por la vida. Porque sabe que la pasión es huella, que la muerte es mentira.” El párrafo forma parte del editorial que figura en el programa de ¡Impro!, el nuevo espectáculo de improvisación dirigido por Oski Guzmán. A esta altura, un prolífico actor y director de “teatro creado en el momento”, como el otro referente del género, Mosquito Sancineto, Guzmán le concede a Página/12 un reportaje en el que cada una de sus afirmaciones o comentarios es reforzado, fiel al estilo que cultivó durante años, por un gesto ampuloso en su rostro o un movimiento brusco de sus brazos. “Es que no tengo otra manera de expresarme”, dispara, ante las extrañadas miradas de las personas sentadas en otras mesas del bar.
En sintonía con el buen momento que atraviesa un género relativamente nuevo en el país (ver aparte), Guzmán irrumpió este año en los medios a fuerza de una capacidad creativa que desconoce de limitaciones. Lo suyo, en cualquier papel que desempeñe, siempre tiene el valor agregado de ir un poco más allá y probar algo nuevo. Así, el actor divide su tiempo entre las funciones de Derechos torcidos, la obra infantil de Hugo Midón en La Plaza; las grabaciones de la telenovela adolescente 1/2 falta (lunes a viernes a las 18, por Canal 13), su participación en Mar de fondo (lunes a viernes a la medianoche, por TyC Sports) y el papel que realiza en TVO (sábados a las 22, por América). Y, desde esta noche, le agregará una nueva ocupación a su agitado pasar: ¡Impro! se presentará los viernes a las 23.15 y sábados a las 21.30 en el Chacarerean Theatre, Nicaragua 5565.
“Hay días que salgo de mi casa a las 7 de la mañana y no vuelvo hasta las 2”, se lamenta Guzmán. “Pero me las arreglo –se consuela–: por suerte hay otros días en que sólo estoy fuera de casa durante 12 horas.” Producido por Dalí producciones (la empresa de Alejandro Fantino y Ricardo Cohen), ¡Impro! es la última obra del grupo Qué rompimos!, que el actor dirige desde hace años (ver aparte). En el nuevo espectáculo, la estructura se desarrolla a través de una serie de improvisaciones teatrales que surgen a partir de los títulos escritos al libre albedrío por el público. Para agregarle un condimento extra, cada una de las minipuestas se realizan a través de una serie de estilos: a la manera de un unitario televisivo de los ’80, de una obra de Shakespeare, totalmente rimada, al estilo de un video educativo o como una telenovela. Para culminar el espectáculo, el progreso de la improvisación final se realiza a la manera de “Elige tu propia aventura”, donde los espectadores votan constantemente por dónde sigue el cuadro.
–¿Cómo se lleva con la masividad que alcanzó en este tiempo?
–Al principio me costó acostumbrarme, porque iba caminando por la calle y la gente me tocaba para saludarme y me asustaba. Pero yo siempre respondo con lo mismo que ellos me gritan: si me dicen “maestro”, yo les respondo “maestro”. Es un buen mecanismo. El otro día fui a comer algo a un bodegón gallego y el mozo, un asturiano, me reconoció y me dijo: “Sos un fenómeno. Es increíble con una boludez las cosas que hacés”.
–O sea que el público reconoce la capacidad de creación instantánea del actor de improvisación...
–Sí, ahora se reconoce. Antes, en cambio, la gente creía que no éramos otra cosa que unos tipos improvisados. Y no es tan así...
–¿Qué herramientas son las que utiliza un actor de improvisación para que de una consigna determinada pueda generar una minipuesta en escena?
–Si bien un actor tiene un montón de herramientas para utilizar a favor de lo que cuenta, hay una técnica precisa que es la que se desarrolla y se entrena para poder liberar todo lo que uno tiene y cree que puede llegar a servir, sin que se crucen negaciones ni críticas en ese momento de creatividad. Esa técnica hace que uno no tenga bloqueos ni inseguridades. La duda y la inseguridad son los obstáculos mayores para cualquier actor, pero a la vez son los pilares para desarrollarse en la vida. Hay un orden establecido que conspira para que la duda y el miedo estén a la par o, según quién gobierne, estén por encima de los propios pensamientos. Por eso, el improvisador entrena para liberarse de esos miedos que la educación, el esquema cultural, nos impone. La limpieza de las convenciones es la puerta de salida de la liberación de un actor.
–¿Y cómo logra el público liberarse en medio de una obra?
–A través de la liberación que encuentra el actor, el público hace empatía y se libera también de sus prejuicios. Es ahí donde se produce el encuentro. El teatro de improvisación es una experiencia para vivirla. De hecho, nosotros en las clases nunca decimos ni que salió bien ni que salió mal. En todo caso, señalamos qué es lo que conviene y qué lo que no a la hora de improvisar.
–¿Y qué caminos conviene tomar y cuáles descartar, entonces? ¿Hay reglas para el teatro de improvisación?
–La primera regla básica es la del sí. Cuando comenzamos a dar clases, de lo primero que les hablamos a los alumnos es del sí. El sí en la vida es creatividad, arte, juego, todo lo que uno se propone. El sí como forma de aceptar lo que uno trae para jugar a ser. Aceptar es reconocer lo que está sucediendo en escena. Decir sí, no es un sí impune, donde todo vale. Este concepto, de que cuando se improvisa todo vale, es lo que durante años provocó la desvalorización del término improvisación, provocando que se use en tono despectivo “es algo improvisado...”, “es un improvisado...”. Decir cosas sin sentido, porque se me vienen a la cabeza, se parece más a delirar que a improvisar.
–¿Qué es, entonces, improvisar teatralmente?
–Improvisar teatro es generar en forma cooperativa una historia, a la que le inventamos los diálogos, la puesta en escena y hasta la música (en algunos espectáculos, también las luces). ¿Qué historia contamos? En la improvisación, la historia es algo que sucede entre el improvisador y los espectadores, que ninguno de los dos controla. Es un ente que forma parte del hecho teatral pero es totalmente independiente. Por ejemplo, los actores son los que encuentran más trabas para comprender la técnica y entregarse al juego. Los que no son actores se entregan de lleno.
–¿Por qué cree que sucede eso?
–Se puede pensar que el actor, al estar en un curso con gente que no lo es, sienta el peso de que tiene mucho más para perder. De alguna manera, quienes tienen formación actoral y reconocimiento están más atados que el común de la gente. Los taxistas, maestras jardineros, contadores se dejan llevar por el juego con total desparpajo. Un desparpajo que el actor ha perdido durante años de bloqueo profesional. El presente del medio es el momento más complicado para el artista, porque siempre le exigen una necesidad de éxito inmediato, ser efectivo. Este funcionamiento hace que uno se muestre por fuera el actor que no es, para mostrarse seguro. Y el actor que es quedó relegado a ese lugar de duda y búsqueda, que en la improvisación sale para afuera. En la improvisación sale afuera el actor que es, en un sentido lúdico.
–Pero el actor de improvisación también tiene urgencia por ser efectivo, por generar una reacción en el público...
–Claro, pero no tiene ninguna atadura: tiene libertad de creación. El público que va a ver improvisación nunca sabe con qué se va a topar, siempre es algo distinto y sorpresivo. Y esto no suele suceder en otros géneros porque son más estructurados. Es cierto que en la improvisación la risa es lo primero que aparece, pero no porque el artista haga humor, sino porque la risa se despierta en el público ante las situaciones que se crean en el escenario, casi espontáneamente. Con la improvisación el público experimenta liberación.
–¿Una liberación que no encuentra en sus actividades sociales, convencionalmente delimitadas?
–Los procesos que rigen el trabajo de improvisación son códigos que si se los extrae se los puede utilizar para hacer cualquier tipo de trabajo en equipo: sea en una empresa o en un grupo familiar. Básicamente, en la improvisación uno aprende el ejercicio de la libertad. Aceptar a uno como es y al otro con todo lo que ya trae, y a partir de ahí trabajar a conciencia. La improvisación elimina el prejuzgamiento y toma lo que se tiene en el momento. Además, la improvisación requiere escuchar al público, y esa práctica sirve para la relación con los otros. A escuchar al otro uno aprende a comprender lo que sucede. Anterior a la caída de De la Rúa, por ejemplo, nosotros intuíamos el clima social a partir de lo que el público nos proponía como temas. En esa época, también formaba parte del elenco de El pelele, con La Banda de la Risa, había una canción que decía “el pueblo va a mandar...” y la gente la cantaba de pie y llorando. No tengo dudas de que el arte, y la improvisación, en particular, es liberador de verdades y sentimientos. Tanto arriba del escenario como debajo.