TERMINO EL V FESTIVAL INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES
Entre la artesanía teatral y la innovación tecnológica
En varios de los espectáculos extranjeros que se vieron prevaleció lo experimental. La muestra congregó a 100 mil espectadores.
› Por Hilda Cabrera
y Cecilia Hopkins
¿Cómo crear una ilusión de representación? El V Festival Internacional de Buenos Aires –que finalizó ayer con el espectáculo musical Frédéric Galliano and The African Divas, la participación del grupo argentino Pornois y el francés Vitalic– lo intentó con un programa que cruzó tecnología de última generación con recursos de la artesanía teatral. The end of the moon, de la estadounidense Laurie Anderson, combinó esas dos formas de generar un espacio escénico con un sintetizador –cuyos sonidos eran atravesados por los fraseos del violín que la artista ejecutaba– y un sosegado relato en primera persona unido a la intimidad que creaba el conjunto de velas distribuidas sobre el escenario (señales de un rito de despedida o de un lugar de aterrizaje).
De los cuarenta y ocho espectáculos de la muestra, doce fueron extranjeros y varios de éstos, experimentales. Los ciegos, por ejemplo, poema dramático del belga Maurice Maeterlinck, dirigido por el canadiense Denis Marleau, donde no se necesitó de actores en vivo. Estos aparecieron como proyección. Según Marleau, aplicó “la poética de representación del fantasma”. El trabajo de Maeterlinck fue innovador en su época. Tal como constatan los estudiosos, no existían a fines del siglo XIX antecedentes de creaciones como aquélla, en clave simbólica y con personajes casi estáticos. En la puesta del canadiense el sostén es el video y el resultado, un artilugio que le sirve apenas para jugar con los límites de la apariencia. Al espectador le tocó compartir la oscuridad y el sonido, y retomar el debate que treinta años atrás originaron las afirmaciones del polaco Jerzy Grotowski respecto del teatro. Entre otras, “que el teatro puede existir sin maquillaje ni vestuarios especiales, sin escenografía, escenario ni iluminación, pero no puede existir sin la comunión de la percepción directa y viva de un actor y un espectador”.
En el elogiado érection, su intérprete y creador Pierre Rigal, formado en los rigores del atletismo, mostró –en colaboración con Aurélien Bory, a cargo de la puesta– un espectáculo ascético, minimalista, acerca del hombre acorralado por un mundo de urgencias y restricciones. Una lectura similar alentó Night Moth (polilla), de la bailarina y coreógrafa checa Petra Hauerová, aun cuando el registro interpretativo no tuvo ningún punto de contacto con el anterior. Se emparentaron sí en el “relato” que propició la utilización de tecnología de avanzada. En una y otra obra la luz persigue y aniquila al protagonista que no logra dominar su avance devastador: en érection, mata al hombre al desalojarlo de su territorio, y en Night Moth el personaje sucumbe a consecuencia de la persecución obsesiva de la que es objeto por parte de una miríada de haces de luz generados por láser. El interrogante que plantean estas propuestas se relaciona con el poder de esas fuentes luminosas. ¿Podrían éstas dar cuenta de otro relato y encarnar energías ligadas a la plenitud en lugar de corporizar sólo amenazas?
Si bien Daddy, I’ve seen this piece six times before (Sudáfrica) se mete con temas tan polémicos como el racismo sudafricano, no fue más allá del plano de las enunciaciones. Dos de los seis intérpretes (incluida la actriz bailarina empolvada con harina) que llevaron adelante la acción no lograron mayor creatividad en sus irónicos apuntes sobre sus propias intervenciones. Se escucharon frases triviales del tipo “esta noche estamos muy contemporáneos, ya van a ver lo que tenemos para ustedes”. Siempre en el campo de la experimentación, Telesquat (Brasil), del coreógrafo y bailarín Bruno Beltrao, se ocupó del tema de los mediadores en el campo de la TV y el de su más devota audiencia. La confusión y las contradicciones de ese intercambio contagiaron al público. Otro tanto ocurrió con Displey Píxel 3, una apuesta de los franceses Vincent Epplay y Antoine Schmitt que describió fenómenos de escritura sonora, con formatode cine y actuación en vivo. El espectáculo, complejo y apabullante, unió elementos del videojuego con teorías sobre el constructivismo.
A modo de remanso entre tanto sonido y furia hicieron su aparición los clásicos, revisitados –como se dice habitualmente– por directores y elencos prestigiosos. Y allí estuvo Endstation Amerika, actuada por la Volksbühne, de Berlín, dirigida por Frank Castorf. Inspirada en Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams, incluyó el video aludiendo tangencialmente al actual fetichismo de la información. En esa atmósfera, el sexo y la violencia resultaron patrimonio de los fuertes (no necesariamente de los poderosos a nivel social), en tanto los conflictos interiores fueron encauzados por la acrobacia y la parodia, un poco al estilo de las comedias televisivas estadounidenses.
En otro registro, Noche de reyes, de William Shakespeare, a cargo de la compañía rusa Chekhov International Theater Festival, dirigida esta vez por el británico Declan Donnellan, develó con una exquisitez fuera de lo común las picardías de los amores entrecruzados y los cambios de identidad. El montaje alcanzó su mejor clima en el segundo tramo de la representación, donde descolló el trabajo de toda la compañía. En la puesta del belga Luk Perceval, responsable de la versión (junto a Jan Van Dyck), de Tío Vania, de Anton Chejov, extrañó el uso de un lenguaje vulgar –aquí el cotidiano de la lengua flamenca– traducido a un porteñismo abundante en puteadas y expresiones del lunfardo. El humor y el ridículo se trenzaron entre ironías con el fracaso y la infelicidad. Estas últimas vivencias se acentuaron en algunos pasajes de extrema quietud de los protagonistas y en las dificultades que suponía para ellos transitar por un piso en desnivel. La idea de una tarima de este tipo surgió, según la escenógrafa Annette Kurz, después de observar el piso de un café de Amberes, arruinado por la cerveza derramada. Dos personajes, algo lineales en esta puesta por su ridiculización extrema, son rescatados sin embargo con gran ternura por el director. Se trata, antes que del resentido tío Vania, de la solterona Sonia y el doctor Astrov, un apasionado de los bosques. Los intérpretes sobresalieron en sus respectivos papeles, aun cuando la atmósfera creada por Perceval no era la que destacó en su tiempo el escritor y dramaturgo ruso Máximo Gorki a propósito de las obras de un Chejov “que supo dibujar con veracidad el cuadro vergonzoso y desalentador de la vida en el opaco caos de su mezquindad cotidiana”.
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