KOKI Y PAJARIN SAAVEDRA, REFERENTES FUNDAMENTALES DEL FOLKLORE, ENTRE LA TRADICION Y LA MODERNIDAD
“Para desestructurar hay que conocer los esquemas”
Sus nombres representan un paso ineludible en la evolución de la danza folklórica. Hijos de Carlos y sobrinos de Juan Saavedra, ellos se definen como eternos aprendices. Con su compañía Nuevo Arte Nativo, integrada por jóvenes bailarines, presentarán desde hoy el espectáculo Entresueños, con música de Dino Saluzzi.
Por Karina Micheletto
En el mundo de la danza folklórica hay nombres que hicieron historia: Santiago “el Chúcaro” Ayala y Norma Viola, Carlos y Juan Saavedra, entre los más reconocidos. Si hoy hay dos herederos claros de aquella tradición, en un panorama que se fue restringiendo con el tiempo, son los hermanos Koki y Pajarín Saavedra, hijos de Carlos y sobrinos de Juan. Ellos se definen como eternos aprendices y portadores de un legado que asumen con entusiasmo. “Pero no siempre fue así”, aclara Pajarín. “A finales de los ’80 empezamos con nuestra propia propuesta, cuando dejamos Los Indianos (la compañía que formaron en París). Y ahí nos dimos cuenta de nosotros. Es decir: entendimos que había una historia de la que formábamos parte y que empezaba mucho antes. Y decidimos que la íbamos a asumir”, explica sobre el momento fundacional de esta dupla creativa, empeñada en seguir innovando en las danzas folklóricas, con una concepción artística que exige tomar elementos de otras disciplinas, como la danza clásica, y desarrollando pautas de exigencia y rigurosidad en el trabajo. Con su compañía Nuevo Arte Nativo, integrada por jóvenes bailarines, Koki y Pajarín presentarán desde hoy y todos los martes de octubre a las 20.30, en el teatro Metropolitan (Corrientes 1343), el espectáculo Entresueños, con música de Dino Saluzzi.
“Esta puesta abre perspectivas para seguir creando, y eso para nosotros es el aliento principal. Mientras mostramos esto, ya estamos con otras cosas en el tintero”, sigue diciendo el mayor de los Saavedra, Pajarín. “La juventud de los bailarines que nos acompañan también es un impulso. Si bien no nos exigen con palabras, los jóvenes siempre son exigentes. Muchas veces con un mal encauce, que es lo que pasa en estos tiempos, donde lo que importa es el éxito rápido y fácil. Parece que la vagancia es un aire de época. Falta disciplina, trabajo, investigación, que es lo que nosotros inculcamos. Porque así nos inculcaron a nosotros, pero además por una decisión: a través de los años comprobamos que es la única manera de poder hacer y decir algo.” “Es como en cualquier profesión: para lograr algo que valga la pena, es necesario dedicarse. Plantearse objetivos e ir tras ellos. Y no sólo es importante el trabajo físico concreto, también la formación intelectual del bailarín”, agrega Koki. “Ensayar, por ejemplo, para nosotros no es un sacrificio. Claro que implica un esfuerzo, pero también es un placer. Es nuestra profesión, y así lo asumimos.”
–Históricamente, el esfuerzo y la disciplina estuvieron incorporados a la danza clásica, mientras que el folklore parece haber quedado como una danza más amateur. ¿Por qué creen que ocurre esto?
Koki: –Es cierto, la danza clásica lo tiene incorporado desde hace mucho tiempo, pero también tienen sus problemas por resolver, no todo es color de rosa. Tenemos un teatro Colón que se dice uno de los mejores del mundo y no funciona como tal, y eso habla de una realidad. Con la danza folklórica hubo una especie de involución. No lo digo para erigirme en parámetro de nada. Pero, siendo joven todavía, tengo un tiempo experimentando cosas, y pude ver. Lo pude ver al Chúcaro: no me lo contaron, lo vi bailar a él y a su ballet, que después se volvió el Ballet Nacional. Vi cómo trabajaba mi padre, cómo trabajaba mi tío. Y a otros bailarines menos conocidos, que también hicieron historia: Mario García, Juampi Figueroa... Vi la creación y la evolución en la danza folklórica. Pero a partir de cierto momento hubo un quiebre, y en eso por supuesto que influyó la dictadura. Nosotros estuvimos afuera mucho tiempo y cuando volvimos, ¿qué pasó? Muchos de los que habían aportado a nivel coreográfico y de ideas seguían haciendo lo mismo que cuando nos habíamos ido. Habían dejado de proponer cosas, empezaron a repetir y dejaron de crear.
Convocados por su tío Juan, en los ’70 los Saavedra se fueron a París, donde crearon la compañía Los Nativos, con la que recorrieron Europa. De paso, se empaparon de todas las tendencias que fueron descubriendo, desde lo clásico a lo contemporáneo, el jazz o el flamenco. “Fue una oportunidad que nos dio la vida, y la aprovechamos”, dice Pajarín. Volvieron a la Argentina en 1991, pensando en cumplir con una actuación aislada y regresar a Europa. Pero terminaron quedándose y reformulando su carrera, ya transformados en una dupla decidida a continuar la tradición familiar de la danza. “Fue una discusión entre nosotros. Yo me quería quedar en Europa un tiempo más, porque teníamos mucho trabajo, y mi hermano quería volver. Al final me ganó él”, recuerda Koki. “Y ahí fue empezar de cero, darnos cuenta de lo difícil que era, la involución que había en la danza en la Argentina, la cantidad de mentes estrechas. Pero al mismo tiempo había muchos otros con una ganas de abrirse, de recibir y volcar lo suyo”, dice Pajarín.
–¿Qué evaluación hacen del estado actual de la danza folklórica?
Pajarín: –Es una realidad que en todo el país se baila folklore muchísimo, es increíble. Pero, al mismo tiempo, está todo por hacer, y hay grandes falencias en cantidad y calidad. Antes la danza estaba en todos lados, los bailarines nos encontrábamos en la calle y ya ahí pasaban cosas, te saludabas bailando, te despedías bailando y seguías, vos le pasabas algo al otro y el otro a vos. Eso se fue perdiendo. Se perdieron los eslabones de maestros, que pasaban naturalmente la posta. Hubo un quiebre y ahora se necesita reconstruir, volver a visualizar algo de calidad, donde se pueda buscar, ahondar. Algo que es simple pero al mismo tiempo complejo. El folklore argentino es riquísimo, y si sobrevive es justamente porque es tan rico. No sólo eso: sostiene a todo lo superficial, a todo un sonido y una poesía que reaparece como la moda. Porque así como hay un folklore histérico en la música, también lo hay en la danza: perseguir cosas raras, perder el tiempo. Pero la música de raíz popular es tan fuerte que sostiene a todas estas cosas, y hoy hay muchos chicos con ganas de aprender y desarrollarse. Por eso es que digo que está todo por hacer.
–Se suele situar su trabajo entre la tradición y la modernidad en la danza. ¿Hasta dónde se puede innovar, romper, cuando hay esquemas prefijados?
Koki: –Eso depende del creador. En la danza folklórica hoy se habla mucho de desestructurar. El tradicionalista, al revés, defiende que siempre hay que bailar igual. Ni una cosa ni otra. Para aventurarse a desestructurar hay que conocer muy bien los esquemas, que no son nada sencillos. Por eso en la danza hay mucho por hacer: por rescatar y cambiar. En el estado actual de la cultura, tenemos que recuperar y después avanzar. Porque si el folklore es tan rico, ¿por qué vamos a tener vergüenza? A mí me gusta todo tipo de música, pero el folklore también, y por eso lo bailo y lo gozo.
Pajarín: –Yo no estoy en contra de la tradición, para nada. Sí de aquellos que se visten de bombacha, corralera y pañuelo al cuello y ya suponen que son gauchos, por una simple vestimenta, que hasta puede ser un disfraz. ¿Qué me importa cómo están vestidos? Esos tradicionalistas, que montan a caballo y hablan de la patria, muchas veces parecen lo que no son; otras veces no, hacen las cosas muy bien. Pongamos un ejemplo: el zapateo argentino es único, no se parece a ningún otro, ni al flamenco, ni al hindú, ni al irlandés, tiene su originalidad. Pero esa originalidad, que surge de una mezcla de culturas, fue evolucionando con el tiempo. Y hoy en día esas características propias que tenía el zapateo argentino se olvidaron, no se pudieron reproducir más, porque era difícil seguirlas. Entonces, en ese sentido digo que estoy con esa tradición, la del hacer bien, el pasarle al otro, aunque sea empíricamente, la estética de los pies, las botas, las formas de los movimientos, el ritmo, las melodías...
–¿Y cuáles son los quiebres que rescatan?
Pajarín: –Quiebres hay todo el tiempo, de eso se trata todo arte. En nuestra música hay infinidad de ejemplos, y muchos que todavía no descubrimos: tenemos que seguir escuchando lo que se hizo desde los ’60 hasta hoy, con el corazón abierto, para reconocer y no equivocarnos. Doy otro ejemplo, entre tantos: cuando aquellos santiagueños de Salavina, los hermanos Díaz, crearon la chacarera La vieja, que salió trunca, me imagino que algún revuelito debe haber armado. Porque era compleja, no sólo para los músicos, también para los bailarines: sobre la misma fórmula, hay algo que cambia. Y si no lo terminás bien quedás con el pie arriba, todo mal. Se innova sobre algo que ya está. Y cuando la creación es fuerte, queda, esa parecería que es la regla de oro de la vida. La vieja, de los hermanos Díaz está. Con Saluzzi –por nombrar a uno de los que vienen de hace tiempo empujando los límites– pasa eso: las cosas que hizo van a perdurar. Y qué se yo si es vanguardia o retaguardia, el asunto es que es. También hay algo que tiene que ver con la memoria individual y colectiva, lo que somos como pueblo. Si tenemos olvidos individuales, también tenemos olvidos colectivos. Y hay que tener cuidado con ambos olvidos.