LA GLOBALIZACION ANALIZADA POR EL FILOSOFO OTFRIED HÖFFE
El intelectual alemán, invitado al Congreso de Filosofía de San Juan, reflexiona sobre el rol del Estado y el funcionamiento de la democracia en el mundo actual.
› Por Silvina Friera
Uno de los maestros actuales de la filosofía alemana, Otfried Höffe, estuvo en Buenos Aires presentando Ciudadano económico, ciudadano del Estado, ciudadano del mundo (Katz), y dio una conferencia en el II Congreso Internacional Extraordinario de Filosofía en San Juan. En su nuevo libro, el filósofo alemán afirma que la globalización –entendida como los procesos de progresiva supresión de límites, las estrategias que los hacen posibles y los resultados que de ellos se obtienen– se produce en tres dimensiones: en una comunidad global de violencia, en una más rica comunidad global de cooperación y en una comunidad global de riesgo, carencias y sufrimientos. “La razón reside en que desde hace tiempo el crimen organizado y el terrorismo, amén de los problemas ambientales y climáticos y de los grandes movimientos de emigrantes y refugiados, han hecho explotar los límites nacionales e incluso los continentales”, señala Höffe, conocido por sus trabajos sobre la filosofía moral de Aristóteles y sobre el pensamiento de Kant.
“Los partidos políticos son esenciales para la democracia como intermediarios entre el pueblo y el gobierno, pero existe el riesgo de que este intermediario sea cada vez más autónomo y siga sus propias regulaciones”, plantea el filósofo alemán, director del Centro de Investigaciones en Filosofía Política de la Universidad de Tubinga, en la entrevista con Página/12.
–¿Por qué en su libro alienta formas de democracia directa?
–Estuve quince años en Suiza, enseñando filosofía política y moral, y no voy a decir que es el paraíso de la mejor democracia en el mundo, pero algunos aspectos de la democracia directa que ellos tienen podrían ser apropiados por otros países europeos, como el referéndum, la iniciativa popular o el plebiscito donde el pueblo tiene derecho a postular determinadas leyes o pedirle al gobierno sobre una cuestión particular. El gobierno está obligado a que la gente pueda pronunciarse sobre determinadas cuestiones, como es el caso de la ampliación de la Unión Europea, si los turcos deberían ingresar o no. Hay argumentos a favor o en contra, pero en general la gente es la que tiene que vivir con las consecuencias de esa decisión. Lo mismo sucede con la moneda europea. Parece ser una historia exitosa, pero al ser un cambio tan radical en la economía y en la situación de cada uno de los países, los ciudadanos tienen el derecho de ser preguntados acerca de lo que desean. Una de las consecuencias de la democracia directa es que la gente está más informada sobre los temas y más involucrada en el debate de los problemas, y entonces se da una participación mucho más profunda.
–¿Pero las formas de democracia directa, podrían hacer peligrar la democracia representativa?
–Desde un punto de vista estrictamente analítico se puede decir que hay dos tipos de democracia, pero en la realidad, en la práctica política, pueden convivir una con la otra. Necesitamos siempre partidos políticos, votos, elegir representantes y un gobierno. Pero otra vez el riesgo es que los partidos políticos se vuelvan muy autónomos o independientes de las necesidades de la gente. Por eso se necesitan los contrapesos de la democracia directa y una sociedad civil muy activa.
–Cada vez estamos más globalizados, no sólo en el sector económico y financiero, sino también en la ciencia, la medicina, la tecnología, la cultura. ¿Qué características tendría el ciudadano del mundo que usted postula?
–En algún punto me gustaría corregir su pregunta porque no habría que preguntar cuáles serían esas características sino cuáles son efectivamente. Ya somos ciudadanos del mundo, lo prueba esta entrevista, la cooperación científica, la ecología; hay cooperaciones muy intensas en el mundo, la cooperación electrónica en Internet se practica todos los días. El ciudadano del mundo no es un ideal utópico, no es algo desconocido para nosotros, es una existencia políticamente esencial en la actualidad, aunque debería ser más desarrollada y para eso se necesita cierto marco legal global. Este asunto no debería decidirse a partir de disputas políticas o de poder sino sobre la base de argumentos y derechos. Y eso también debería aplicarse a las cuestiones transnacionales e internacionales. Hay muchas organizaciones internacionales no sólo en el campo económico sino también en los deportes, en la cultura, en el arte. Paso a paso vamos en la dirección de ser ciudadanos del mundo.
–Quizá un ciudadano argentino todavía se sienta primero ciudadano del Estado argentino, lo mismo en el caso de un ciudadano uruguayo, boliviano o polaco, para poner como ejemplo un país de Europa. ¿Hay una conciencia tan generalizada de que ya somos ciudadanos del mundo?
–Puede ser que tenga razón; no es que esté mal o que sea un contraargumento, ya que estamos acostumbrados a vivir en diferentes legalidades y campos. No digo que soy primero alemán sino que soy el esposo de mi mujer, el padre de mis hijos, el abuelo de mis nietos, el profesor de mis alumnos, y todo esto que soy está dentro del marco lingüístico, cultural y político de Alemania. Pero si pienso desde el punto de vista de mi condición de profesor universitario, en este rol no soy primariamente europeo o alemán sino que me siento parte de la humanidad y del interés de esta humanidad por discutir y repensar estos temas. En ese sentido podría decir que somos todos griegos, estamos básicamente influidos por la cultura, la ciencia y la filosofía griegas. No es exclusivamente ni de alemanes ni de polacos ni de argentinos. Por eso nos invitan a mí y a otros profesores al Congreso de Filosofía como representantes de diferentes corrientes de la filosofía.
–¿Por qué en su libro recupera al Kant de La paz perpetua?
–En mi formación filosófica hubo dos filósofos que me impresionaron: Kant y Aristóteles, que tiene buenos argumentos para decir que el hombre es un ser político, y que se pueden actualizar permanentemente. Pero lo que la filosofía política no tenía o le faltaba son los aspectos internacionales o supranacionales. Y entre los grandes filósofos, sólo Kant defendió la idea del ciudadano global, y no es un aspecto menor en el corpus kantiano. La filosofía kantiana es profundamente cosmopolita. Es el único de los clásicos que pensó en el ciudadano global y actualmente sus argumentos son muy contemporáneos y convincentes porque necesitamos principios para un orden global. Aunque se podrían rastrear otros antecedentes filosóficos de cosmopolitismo en los estoicos, Kant fue el primer gran teórico de la globalización.
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