Miércoles, 9 de enero de 2008 | Hoy
SIMONE DE BEAUVOIR, A 100 AÑOS DE SU NACIMIENTO
Escribió, militó y vivió. La autora de El segundo sexo y Los mandarines, entre otras obras, expresó un modelo de feminidad que en su momento provocó escándalo y marcó un camino. Su figura, hoy, es objeto de debates y homenajes, que coinciden en considerarla una precursora.
Por Silvina Friera
Los franceses no saben qué hacer con esa mujer tan admirada como denostada. Sus amigos la apodaban “Castor” como símbolo de su espíritu constructor y preciso, sus enemigos la llamaban “la gran sartresa” o, peor aún, “Notre Dame de Sartre”. Cuando se pretende opacar su obra, adhiriéndola al destino de un hombre, nada mejor que apelar a la “compañera intelectual” de Jean-Paul Sartre, aunque no faltarán quienes preferirán bajarla de ese ambiguo podio de “igualdad” que compartía con el escritor y filósofo existencialista, recordándola apenas como “compañera sentimental”. Cuando se impone el bronce o el mito –algo que parece inevitable–, se la presenta como la autora del libro de cabecera de la revolución feminista, El segundo sexo, como paradigma de “la mujer liberada” que vertía reflexiones atrevidas y escandalosas para la época, que osó denunciar filosóficamente la opresión masculina a partir de la sexualidad. En el centenario del nacimiento de la escritora Simone de Beauvoir, comienzan hoy los homenajes y coloquios con biógrafos y especialistas de su obra en París (ver aparte), quienes continuarán reflexionando sobre la vida y la obra de una escritora que ha provocado heridas en la cultura francesa que aún no cicatrizan.
Simone de Beauvoir nació en París el 9 de enero de 1908 y murió en esa ciudad el 14 de abril de 1986. Perteneciente a una familia de la alta burguesía parisina, fue educada bajo una fuerte moral cristiana, pero logró emanciparse de sus orígenes para elegir un destino muy distinto al que su medio le reservaba. Estudió filosofía en la Ecole Normale Supérieure de París, donde conoció a Jean-Paul Sartre, lo que fue según ella “el acontecimiento fundamental de mi existencia”. Muy pronto vio en Sartre a alguien con quien compartir sus aspiraciones. Su historia de amor con el autor de La náusea, que con altibajos duraría hasta la muerte, ha sido considerada un ejemplo de libertad amorosa para las generaciones posteriores. “No nos juramos fidelidad, pero éramos conscientes de ser la persona más importante para el otro”, aseguró la escritora en sus memorias. Desde el principio, la relación se caracterizó por la independencia, sentimental y sexual, de ambos: no se casaron, vivieron juntos sin compromiso y no tuvieron hijos. Construyeron un puente sin aduanas hacia sus respectivos universos, aunque esta pareja paradigmática hoy está siendo revisada a la luz de sus cartas, para comprobar si la relación de total intercambio y mutuo apoyo pregonada por De Beauvoir no fue en realidad su creación literaria más convincente.
A pesar de que enseñó filosofía en Marsella y Rouen, De Beauvoir quería ser, sobre todo, escritora. Después de su periplo docente, regresó a París y en 1943 publicó su primera novela, La invitada, en la que plantea un enfoque por entonces novedoso en cuanto al tratamiento psicológico de los personajes. Pronto aparecerían La sangre de los otros (1944) y Todos los hombres son mortales (1947), un gran ejemplo de “novela filosófica” que da cuenta de la temática existencialista al defender la inutilidad de toda empresa humana. La ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial la alejaría definitivamente de la enseñanza. Con Sartre, Merleau Ponty y Raymond Aron, entre otros, fundó en 1945 la revista Les Temps Modernes. Con la abogada Giséle Halimi creó la asociación Elegir, a favor del derecho a una maternidad deseada; con la actriz Delphine Seyrig, el Centro Audiovisual Simone de Beauvoir, y en 1974 participó de la creación de la Liga de los Derechos de la Mujer, de la que fue presidenta.
El 24 de mayo de 1949 apareció El segundo sexo (en las primeras semanas alcanzó una cifra de ventas de 22 mil ejemplares, y desde entonces lleva vendidos 1.200.000 sólo en Francia), un análisis político sin precedentes sobre la condición de la mujer, una bomba que la escritora arrojó contra el sistema patriarcal. En la introducción de este gran ensayo, De Beauvoir confesaba que durante mucho tiempo dudó en escribir un libro sobre la mujer. Su postulado central según el cual “no existe destino biológico femenino”, que la supuesta inferioridad femenina es una construcción social –lo que Françoise Héritier define como “una primera manera de hablar de género”–, provocó una polémica gigantesca. Michelle Perrot, historiadora y codirectora junto a Georges Duby de la publicación en cinco volúmenes de La historia de las mujeres en Occidente, atribuye parte del impacto de la obra al hecho de que Simone de Beauvoir analizaba crudamente la sexualidad femenina. “Osó describir sin eufemismos la sexualidad de las mujeres hablando de vagina, clítoris, reglas, del placer femenino... temas que, por aquellos años de la posguerra, seguían siendo tabú”, opina Perrot.
Entre sus libros se destaca la trilogía autobiográfica Memorias de una joven formal (1958) –en la que se pronunciaba en contra del tono abstracto: “Lo que soñaba con escribir era ‘una novela de la vida interior’; quería comunicar mi experiencia”–, La plenitud de la vida (1960) y La fuerza de las cosas (1963), y las narraciones Una muerte muy dulce (1964), escrita después de la muerte de su madre, y La mujer rota (1967). El balance de una vida dedicada a la militancia existencial, política y feminista se encuentra en La vejez (1970) y Final de cuentas (1972). En 1981 publicó La ceremonia del adiós, en la que ofrece una controvertida versión de sus relaciones con Sartre. “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, dijo la escritora francesa a modo de advertencia. La novela preferida por De Beauvoir era Los mandarines, que pone en escena el antagonismo entre Sartre y Camus, y con la que ganó el prestigioso premio Goncourt en 1954. “La escribí en un momento en el que estaba verdaderamente en el fuego de la vida, yo sentía el problema del tiempo y escribí esta novela con mucha pasión”, afirmó la escritora en una entrevista publicada por Le Monde en 1978. “Mis ensayos reflejan mis opciones prácticas y mis certezas intelectuales; mis novelas, el desconcierto al que me arroja, en general como en los detalles, nuestra condición humana. Corresponden a dos dimensiones de la experiencia que no sería posible comunicar de igual modo. Tanto los unos como las otras tienen para mí igual importancia y autenticidad; no me reconozco menos en El segundo sexo que en Los mandarines, e inversamente. Si me he expresado a través de dos registros diferentes, es porque esta diversidad me resultaba necesaria”, comparaba De Beauvoir su incursión en el ensayo y la novela.
Ironías del destino mediante, la mujer que no quiso tener hijos se encuentra con miles de hijas en el mundo. De Beauvoir es venerada por las feministas, sobre todo fuera de Francia, que leen y estudian su obra. En India, según la periodista Bénédictine Manier, “las indias citan a Simone de Beauvoir en cualquier conversación sobre mujeres al cabo de diez minutos”. En el centenario de su nacimiento hay mucha tela para cortar, mucho por decir, escribir y descubrir –especialmente su literatura, tal vez desplazada de foco por sus ensayos y su militancia feminista– sobre esta gran escritora y pensadora que marcó la vida de miles de mujeres en todo el mundo.
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