Mié 27.04.2016
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FERIA DEL LIBRO › MILENA BUSQUETS Y LAS IDEAS DETRáS DE TAMBIéN ESTO PASARá

“Me da mucho miedo esa gente que se complace en su dolor”

La escritora, que ayer se presentó en La Rural y hoy hablará en el Malba, señala que la temática de su libro no le impidió apelar al humor: “El sentido del humor es un instrumento de educación y de civilización. La risa es un instrumento de salvación”.

El cielo intenso de su mirada se nubla unos segundos, como si empezara a lloviznar, cuando recuerda a su madre. Las pecas de Milena Busquets sonríen para conjurar esa tristeza súbita que emerge al hablar de lo difícil que es ser huérfana. Tenía 40 años cuando murió su madre, la editora y escritora Esther Tusquets, devorada por el mal de Parkinson, en julio de 2012. No era fácil sortear el asedio de la sombra materna, la presencia “bestial” de la fundadora de la editorial Lumen. En el horizonte del duelo, apareció la escritura postergada como una necesidad íntima para exorcizar los fantasmas. Pronto irrumpió la voz levemente irónica de Blanca, la protagonista de También esto pasará (Anagrama), en el funeral de su madre y durante los días posteriores en Cadaqués, esa especie de paraíso de su infancia, adonde se refugia con sus hijos pequeños. “Nunca volveré a ser mirada por tus ojos. Cuando el mundo empieza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos convertimos, poco a poco, al ritmo de las muertes, en desconocidos. Mi lugar en el mundo estaba en tu mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que nunca me molesté en averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña hasta los cuarenta, dos hijos, dos matrimonios, dos relaciones, varios pisos, varios trabajos, esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que no me convierta directamente en una anciana”, dice Blanca tan cercana a la impresiones de Busquets, que ayer estuvo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y hoy se presentará a las 20 en el Malba.

También esto pasará se está traduciendo al inglés, francés, alemán, italiano y portugués, entre otras lenguas, y será llevada al cine por la productora de Daniel Burman. “Yo no quiero escribir como Colette porque no puedo, ya lo hizo ella mejor que nadie y sería ridículo”, aclara Busquets en la entrevista con Página/12. “Los libros que fueron y han sido una tabla de salvación tan importante en mi vida quedaron un poco aniquilados por la muerte de mi madre. Pero los he recuperado. Me ayuda más leer que escribir”, cuenta la escritora que nació en Barcelona, en 1972, autora de la novela Hoy he conocido a alguien (2008).

–¿Cómo fue escribir una novela tan autobiográfica?

–La parte de la novela más autobiográfica es la relación madre e hija. En el libro no digo que se llamaba Esther Tusquets ni que era editora porque no me gusta que piensen que me aprovecho del nombre de mi madre. Escribí el primer capítulo muy rápido, entonces vi muy de prisa que podía ser una novela. No creo que sea ni más fácil ni más difícil escribir cosas autobiográficas o muy cercanas a uno. Si hubiese escrito una novela sobre el Renacimiento italiano, también hubiera sido un ejercicio complicado, porque para escribir has de ser muy honesto, has de poner tus tripas encima de la mesa, pero al mismo tiempo has de tener cierta distancia para poder ver las cosas. Esta combinación de cercanía y en algunos momentos distancia es lo más difícil para un escritor. Tuve en claro desde el principio que quería que sonase cercano y muy coloquial, que no podía ser una vomitona de sentimientos.

–La voz narrativa de Blanca expresa mucho dolor pero con humor, con la risa como principal aliada, ¿no?

–Esa voz se parece bastante a mi voz. El sentido del humor es un instrumento de educación y de civilización. Puedes estar viviendo cosas muy intensas –yo soy muy apasionada y muy latina en ese sentido–, pero siempre hay que intentar, aun cuando estés hundido en la más pura miseria, relativizar un poco todo. La risa es un instrumento de salvación para mí. Hay gente que es más reflexiva o que le salvan otras cosas. La risa y el llanto están muy cercanos. Incluso en una situación terrible, de repente ves algo no sé si cómico pero que tiene algo de ligero, de luminoso. Y está bien poderlo ver porque si no nos hundiríamos en lo más terrible.

–¿El peligro de la novela era la tentación de caer en la tristeza y la pena permanente?

–Sí, me da mucho miedo esa gente que se complace en su dolor y cree que su dolor es único. En esto tuve mucho cuidado para no resultar cursi porque es un tema muy delicado: la madre, la enfermedad, la muerte. Cada vez que veía algo que me parecía que estaba rozando lo sentimental o lo autocomplaciente del tipo “pobre niña, está perdiendo a su madre” –¡tío, pues todos vamos a perder a nuestra madre, es una putada horrible!– lo sacaba.

–La narradora de También esto pasará es huérfana y tiene que mirar la vida de otra manera porque ya no tiene la mirada del padre ni de la madre. ¿Qué implica esa orfandad?

–Me cuesta mucho explicarlo porque tengo amigas que aún tienen a sus padres. Cuando tienes padres, tienes algo detrás. Y de repente te encuentras con el vacío más absoluto. Y caminas por la calle de otra manera. Yo me acuerdo que el día que murió mi madre cuando salí del hospital, sentí que la calle era un decorado: puedo apoyarme contra una pared y la tiraré al suelo. La tierra bajo mis pies no era firme como había pensado hasta entonces. Esta sensación nunca se me ha ido del todo. La conservo porque pienso en los momentos en que me gustaría hablar con ellos, en que me gustaría verlos. He pasado a ser la responsable única de mi vida. Esto es extrañísimo porque por un lado te haces adulto de golpe; pero hoy en día, algunas personas más que otras, somos niños durante mucho tiempo. Yo soy muy infantil, yo necesito a mis padres. Nunca me gustó el mundo de los adultos.

–La madre le dice que la muerte del padre no fue como Blanca cree, que no fue tan digno en la enfermedad y la muerte... Es un momento fuerte de la novela porque instala el aguijón de la duda, ¿no?

–Me lo dijo, es literal: “La muerte de tu padre no fue así, no fue como tú piensas”. De repente mi madre, que era la persona más buena del mundo, se volvió mala. ¿Sabés lo que es eso? Cuando le detectaron el Parkinson, me dijeron: “Olvídate de tu madre porque desaparecerá”. Para la gente que ha sido más activa y más independiente el Parkinson es peor, porque cuando se rompe el dique se rompe mucho más. La enfermedad es implacable, es un monstruo, te convierte en peor persona. Como la infelicidad. La infelicidad nos vuelve más miserables. No hay derecho porque tendría que ser al contrario: encima que sufres, pues al menos que te vuelva algo bueno. Pero el sufrimiento no dignifica ni mejora a las personas.

–¿Pudo averiguar cómo fue la muerte de su padre?

–No, nunca lo sabré y no quiero indagar más. Me parece muy peligroso cuando alguien ha muerto empezar a descubrir cosas. Soy muy curiosa, pero no soy nada chismosa. Los trapos sucios de la gente no me gustan. En la novela hablo poco de lo más feo. A mis muertos los quiero y he intentado mirarlos con la máxima objetividad. No quiero investigar sobre los muertos, prefiero investigar sobre los vivos. Mire que soy arqueóloga, debería interesarme por los muertos, pero no me interesan mucho. Tengo más miedo a la muerte que a los muertos; es muy fácil cuando has perdido a gente que has querido mucho vivir muy cerca de los muertos, es algo muy absorbente y atractivo convertirte en un alma en pena, en una persona absolutamente nostálgica. Creo que eso es peligroso porque estamos vivas, hemos perdido a la gente que hemos amado, pero la verdad es que estamos en el terreno de los vivos. Los muertos te ayudan y te empujan en algunas ocasiones, pero también son muy peligrosos. Ya que la vida se acaba y seremos muertos dentro de unos años por toda la eternidad mejor aprovechar esto un rato (risas).

–La narradora cuenta que poco antes de morir la madre le regaló una inmensa maleta con la serie de álbumes familiares que empezó su abuelo y continuó su madre. ¿Se animó a mirar esas fotos?

–Las he mirado un poco de reojo. Yo no he leído los libros que escribió mi madre todavía. Me dan un poco de miedo. Siempre quise que mi madre fuese mi madre, no que fuese la escritora o la editora. No me interesaba eso como no le interesa a mis hijos que yo sea escritora.

–¿Por qué siente nostalgia por la “gauche divine” de la Barcelona de los años 60 y 70?

–La “gauche divine” acabó antes de que naciese. Pero de alguna forma la vi. Yo me pasaba en mi casa observando a la gente. Tuve la suerte increíble de que me pude aburrir; ahora los niños no les dejan aburrirse, les hacen hacer cosas. Y creo que uno se vuelve persona cuando está en un rincón mirando al mundo un poco sin que te miren, sin que te entretengan, sin tener que aprender inglés, ballet o fútbol. Ese mundo de los mayores me fascinaba, pero no tenía ningún acceso. Yo venía del Liceo Francés en Barcelona, de un colegio bastante burgués, y en Cadaqués la sensación que teníamos es que estábamos un poco asalvajados. Cuando era joven, los veranos duraban tres meses. A mí me enviaban a Cadaqués con mi niñera, mi hermano, los hijos de mi niñera que eran como nuestros hermanos, y estábamos ahí dos meses. Cadaqués es el descubrimiento de la libertad. En Cadaqués había hippies alemanes y de todo el mundo, gente que me fascinaba porque eran muy distintos. Se puso de moda decir que los 70 fueron una mentira y que los jóvenes de los 70 se convirtieron en yuppies después. Yo no estoy de acuerdo. La década del 70 es importantísima y creo que somos hijos directos de los 70. Así como los 80 es una década que detesto porque fue la década en la que de repente el dinero se convirtió en Dios y fue una década que ha sido borrada. No nos queda nada. Nos queda el miedo, la cobardía, la crisis brutal económica. Los 70 descubren para empezar la juventud. En los 70 ser joven se convierte en algo. Yo soy muy hippie. Y mi madre también lo era. Esta idea de que como individuos tenemos derecho a buscar nuestro camino, nuestra libertad y a decidir si queremos nuestra familia, si queremos casarnos con una mujer, todo esto es un legado del 70; es increíble lo que se consiguió en aquella década. Soy un poco nostálgica de los 70.

–¿Cómo fue la experiencia de tener la editorial RqR con su madre?

–Yo estuve trabajando un año en Lumen, cuando la había comprado Random House Mondadori, pero no iba mucho con mi carácter las estructuras tan cerradas. Y no soy nada obediente. Entonces mi madre sugirió la idea de montar una editorial, que dirigiría yo, pero estarían ella y su hermano detrás. Y dije que sí, pero no fue buena idea porque tanto Oscar, mi tío, como mi madre son personajes con mucha personalidad, con mucho carácter; pero para ellos yo siempre soy la niña de seis años. Me cuesta tomarme en serio a mí misma, me cuesta pensar que puedo ser algo más que ser graciosa, y encima tener a estas dos bestias era de locos. Yo tenía un pisito en Cadaqués y lo vendí para fundar la editorial y cuando se acabó el dinero me fui. No es casualidad que me haya puesto a escribir en serio una vez muerta mi madre; era una sombra muy alargada, era muy bestia la presencia de ella, no porque fuese dominadora conscientemente o manipuladora. Era por mí, porque tengo un problema para tomarme en serio. No me dieron esa seguridad, creo que soy como el monito gracioso.

–¿Por qué es tan compleja la relación madre e hija?

–No sé... son dos mujeres que viven el paso del tiempo, pero una se va acercando a la muerte mientras la otra está en la plenitud. Tarde o temprano, hay un momento de competencia entre madre e hija que puedes no verlo. Es la relación de amor más complicada; te ha llevado en su tripa, es complicada separarse de eso. No tengo una explicación. El éxito del libro en parte es porque han venido muchas chicas y mujeres a decirme: “Yo también tengo una madre de armas tomar”. Pero esa es la percepción de la hija. Una escribe sola y yo me sentía muy bicho raro cuando escribía la novela. Lo mejor del fenómeno del libro es que el amor y el dolor lo vivimos todos igual. No es una tragedia griega, es una comedia dramática. Y eso que me encantan las tragedias griegas. La novela en el fondo es un homenaje a Esther. Con lo narcisista y egocéntrica que era, creo que le hubiera encantado. Pero no lo sé, por desgracia no lo leerá nunca. Cuando me hablan del éxito de la novela, el éxito se basa en un fracaso capital y es que no lo leerá nunca la persona para la que la escribí. Igual necesitaba sacarme a mi madre de encima porque en vida no fui capaz. Mi madre, como lo digo en el libro, se convierte en otro hijo.

–Lo más difícil es ser madre de su madre por la enfermedad, ¿no?

–Es horrible, me niego porque ya tengo a mis hijos que me encantan y me apasionan. ¿Madre de tu madre? Es el niño pesado, tozudo, negativo, insoportable, narcisista. Es el peor hijo, el hijo que nunca hubieses querido tener.

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