SERIES › EL VIERNES ARRANCA LA SEGUNDA TEMPORADA DE NARCOS, POR NETFLIX
Andi Baiz, director de gran parte de la entrega, sostiene que “sería mucho más cool solo mostrar el aspecto criminal, pero que estén los agentes de la DEA le da una perspectiva global”. Página/12 recorrió los sets de filmación.
› Por Federico Lisica
“¿Me estás zapeando?”, pregunta un sicario a su mujer en un rancho perdido entre montes colombianos. Se insultan, amenazan, pelean por dinero, al tipo no le importa que haya una beba de por medio, y se intuye que el final de la escena de Narcos será con plomo y sangre. Página/12 fue uno de los pocos medios internacionales invitados a palpar la realización de la serie original de Netflix que tendrá el estreno de su segunda temporada el próximo viernes. El actor Leynar Gomez lleva toda la mañana en la piel de Limón, uno de los laderos más fieles de Pablo Escobar (Wagner Moura). Se lo nota agitado, pega saltitos para entrar en personaje hasta que el director, Andi Baiz, pide silencio y la toma debe repetirse. La lluvia y la niebla han copado el cerro de Chicaque –al sur de Bogotá– y le suman por si hiciera falta más aspereza a la situación. “¡Silencio!”, grita un asistente y entonces allá va Limón, entra a la casita para humillar, matar sin piedad, tomar unos billetes sucios y escapar con su jefe. Puede que sea una circunstancia más, y de un personaje secundario, dentro de la narrativa de la serie pero muy afín a su caleidoscopio de violencia. Especialmente en lo referido a su cierre. Porque en estos diez últimos episodios de Narcos se verá justamente eso: el derrumbe del capo y el de su séquito.
El experimento de contar la historia del Cartel de Medellín en los ‘80 fue arriesgado más que original. Primero debía salir airoso de la comparación con las narconovelas, los documentales y las películas centradas en la figura de Escobar. Inteligentemente, en sus primeros episodios ofrecieron un abanico amplio y colorido con gran detallismo y fruición de figuras como Gonzalo Rodríguez Gacha y otros nombres fuertes del narcotráfico. En el entretejido aparecieron, además, los roles de la política, la injerencia norteamericana, la policía, la fuerza militar y civiles, todos entremezclados por el negocio de la cocaína. El segundo desafío tuvo que ver con el rol protagónico, e incómodo, que cumplen en la ficción los hombres de la DEA, Steve Murphy (Boyd Holbrook) y Javier Peña (Pedro Pascal). El primero de ellos es quien comanda el relato a partir de una voz en off cínica y confiada. Y aquí no hay dobleces. Los agentes estadounidenses, roles basados en sujetos de carne y hueso, son héroes pragmáticos en medio de una situación que se ha desmadrado. “No era la caza de un solo hombre, era una guerra. El problema es que Pablo es más peligroso cuando casi lo tienes”, asegura Holbrook en uno de sus monólogos.
La serie se destaca por su factura técnica y la confección del relato, con ritmo, estética y tono que recuerdan al Martin Scorsese más desbocado. En esos diez frenéticos episodios se contó más de una década de Escobar y los suyos. La segunda temporada comienza en el mismo tiempo y espacio del final de la primera: su increíble fuga de la cárcel y su vida en la clandestinidad. Será otra decena de capítulos con la particularidad de que, en este caso, se cubre su último año y medio de vida. Está la obsesión por capturarlo, la irrupción de las fuerzas parapoliciales –Los Pepes–, con los criminales desatando aún más terror, hasta que el capo sea abatido en los tejados de Medellín en 1993.
“Se sabe muy poco en realidad sobre lo que hizo Escobar luego de su escape, sabemos lo que hicieron las fuerzas colombianas y estadounidenses, que él quiso enviar a su familia a Alemania, y cómo murió, pero no mucho más. En esos meses ficcionalizamos sus pensamientos y sentimientos, aunque es desde un perfil muy fiel a la realidad. La aparición de Los Pepes es muy importante en esta temporada”, apunta Andi Baiz, director de gran parte de la entrega. Otros de los realizadores que participaron fueron el mejicano Guillermo Navarro (usual colaborador de Guillermo del Toro) y el brasileño José Padilha (Tropa de Elite) que también fue uno de sus productores ejecutivos. Esta mezcla de realización internacional, con distribución global desde una plataforma audiovisual web, le imprimen un sello distintivo a la producción. Según Wagner Moura es más complejo que “gringos hablando de Latinoamérica” y Boyd Holbrook cree que “si uno se fija bien los verdaderos héroes del relato pertenecen a suelo colombiano”. “En ese entonces parecía lo más lógico del mundo ir a dar con el tipo y voltearlo, aunque seguramente haya sido una política que no haya solucionado el verdadero conflicto”, añade el actor. Narcos muestra sin tapujos la injerencia armada de la potencia del norte en Colombia, no elude el hecho de que es uno de los principales consumidores de cocaína pero con un tono de confesión dura. Para Baiz, elegir ese punto de vista, fue una decisión técnica y de captación de un público internacional: “Que sean agentes de la DEA lo hace atractivo para los estadounidenses, si hubiera sido solo sobre Pablo Escobar y Colombia, no hubiese tenido tanto éxito. Lo bueno es que se siente orgánico, no es algo forzado. Es obvio que sería mucho más cool solo mostrar el aspecto criminal, los antihéroes siempre son más simpáticos para la ficción, pero que estén los agentes de la DEA le da una perspectiva global al asunto”, le dice Baiz a la prensa de Francia, Alemania, Estados Unidos, Brasil y Corea, interesada por la historia que para Colombia fijó un estereotipo. Dicen, sus involucrados, que una de las intenciones de Narcos es romper ese molde. “Acá no idealizamos a un criminal, es una serie que habla de sentir y reflexionar sin bajar línea de lo que es bueno o malo, no le damos lecciones a la audiencia. Me importa un carajo lo que se diga en ese punto. Lo que es muy interesante de este retrato es que se aleja de la idea de paraíso de la droga, de la fiesta, de la cocaína. Yo soy el único director colombiano de la serie y crecí en esa época. Que se haga esta serie en Colombia demuestra que hemos dejado atrás ese período”, razona el director.
El centro de la historia será Escobar pero la dupla Murphy/Peña se amolda al subgénero de pareja despareja. Murphy es el orgulloso gringo que no duda del trabajo que le han encomendado y viaja con toda su familia hasta Medellín. “La estructura de los compañeros de policías funciona, desde True Detective a Arma Mortal –dice Holbrook–. Acá eso lidia con el hiperrealismo que tan bien conoce José Padilha, hasta tiene una veta documental, entonces no se siente constreñido a un género. No es que van por ahí trompeando a los malos”. Javier Peña, por su parte, cree que jugando con las reglas y modos narcos va a poder dar con Escobar. Y lo hará. Cara a cara. “Pablo es el rey de la cocaína y mi personaje es muy consciente de que el rey debe caer. En la primera temporada, a él ya se lo veía muy inmerso en este universo. Él es un latino criado en los Estados Unidos así que conoce bien ambas culturas. Tiene esos filos”, dice el actor Pedro Pascal sobre su rol. El intérprete chileno, reconocido por su paso en Game of Thrones como Oberyn Martell, había comparado ambas series con un titulazo: “Acá no necesitamos dragones. Tenemos cocaína”. Pascal larga una risotada cuando se le recuerda la frase. “Estuve muy despierto en esa ocasión”, se planta. En estos nuevos episodios otras cosas tomarán vuelo. “Están los asuntos éticos vinculados a una industria ilegal, de la violencia que se desata, de todo lo que significa el negocio multimillonario, pero por sobre todo, Javier tiene a Pablo como un objetivo en su lista, comprometiéndose a un nivel que deja su propia moral de lado”. El cazador obsesivo también define al personaje de Steve Murphy. “Es casi un viaje psicótico porque interfiere con su propia vida, con las preguntas que se hace sobre ser alguien íntegro, las líneas sobre lo que se puede o no se puede hacer se vuelven cada vez más grises”, dice Holbrook con el tono monótono y grave de su personaje.
Si los entrevistados tuviesen que elegir una escena de esas diez horas que componen la segunda temporada, escogen la persecución final por los tejados de Medellín, que a su vez fue el comienzo del mito y del culto. Porque Narcos es otro ejemplo cabal de que Escobar, a casi un cuarto de siglo su muerte, sigue asolando. Fijate que en las conversaciones se habla de él en presente. El hecho de que esté muerto no significa que la cocaína esté muerta. Todo está muy vivo”, remata Holbrook.
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