En uno de sus últimos conciertos en Buenos Aires, Washington “Canario” Luna –festivo y áspero– salió a cantar con una banderita del Frente Amplio pintada en la mejilla. Era apenas una muestra icónica de filiación política, ya que el set –murguero, carnavalero– tuvo poco, prácticamente nada, de activismo. Paso lento y elegante de candomblé, alguna vivencia triste hecha canción (“Reír llorando”) y el paso obligado por piezas que hicieron historia (“Brindis por Pierrot”, “Que el letrista no se olvide”) configuraron una noche que podría ser como la de hoy, en el teatro IFT, si es que pasa la prueba. “Depende de la cantidad de gente que venga a la primera función”, dice él, despojado de toda intención de estrellato. Simple, en pocas palabras. El inventor de Falta y Resto cruzó el charco fugazmente para presentar su reciente trabajo, El tablado callejero –sucesor de Por la vuelta–, producido por Alejandro Balbis, y lo estaba consumando ayer frente a un auditorio colmado de uruguayos y algún que otro murguero argentino... un mix en que el infaltable “Brindis...” –regrabado– convivía con versiones melodiosamente ricas de “Spencer” o “Vino triste” y un homenaje a los clubes de barrio, que Canario considera la columna vertebral de su cuarto disco.

“El disco tiene mucha calle, mucha murga. Yo digo siempre que no hay cosa tan linda en la vida como cantarle al hincha del cuadro chico”, dice él, al teléfono, rozándoles el travesaño a los 70. Confeso hincha de Villa Española y Danubio, una de las voces agudas, potentes y emblemáticas del país celeste, que en su momento sirvieron a Jaime Roos para completar el mapa musical del Uruguay, conserva su perfil bajo. No habla de cracks ni de estrellas (“La única estrella es mi señora, que además se llama Estrella”, bromea), se autoasume como un bohemio eterno y repite una máxima inmóvil: “Yo me crié en la calle, la mejor escuela de la vida”.

–Frase latiguillo: la usa siempre.

–Es que fui toda la vida un bohemio, y lo voy a ser hasta que me muera. Es lo más lindo que hay, porque el que es bohemio de verdad no es ni egoísta ni envidioso... toma whisky, tanto como vino cortado o cerveza. Come guiso con ravioles, o ajo y perejil. Fíjese, yo llevo 44 años casado y lo más grande que tengo es mi familia, mis hijos, mis nietos, mi señora y, sin embargo, sigo siendo bohemio... no hay contradicción. El mayor problema que tengo es con mis dos yernos, que dos por tres me toman todo el whisky. Los voy a matar.

El fútbol, la calle, los códigos, los afectos primarios y un arraigo al barrio, entonces, son los rasgos que configuran los diferentes colores que pintan la paleta de Canario, un hombre aferrado al pago urbano de Montevideo, impregnado por la melancolía del puerto, sus personajes y atardeceres. Sus seres empinados, que le doblan el codo a la vida a través de un trago de ginebra. “Yo soy así, y lo traslado a mi grupo. Lo primero que digo cuando viene un muchacho nuevo es ‘acá no hay cracks’. Yo valgo tanto como el primer y el último músico. Así es la vida.”

–Puede leerse como un traslado de sus ideas políticas. ¿Sigue apoyando al Frente Amplio?

–¿Por qué no? Yo soy frentista y fundador. Ningún país va a ver los cambios en veinte días. El Frente agarró el país sin guita, sin laburo y con 180 años en contra, ¿se arregla en cinco años? El gran problema es que en 180 nadie pagó nada, y ahora hay que empezar a pagar. Entonces, los que más tienen están molestos. Y yo no tengo mucho, pero soy el más rico del mundo, con solo poder hacer un guiso todos los domingos junto a mi familia. ¡Le gané a Onassis, loco!