Martes, 20 de mayo de 2008 | Hoy
MUSICA › OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
El rock argentino no ha sido muy pródigo en cuanto a obras en colaboración. Existen, sí, infinidad de casos de artistas invitados, músicos que dan un aporte desinteresado a la canción del colega. Pero lo otro, el dúo que trabaja cabeza a cabeza en pos de un disco, deja apenas un puñadito de ejemplos: el La La La de Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, los Colores santos de Gustavo Cerati y Daniel Melero, los dos volúmenes de Tango paridos por Charly García y Pedro Aznar, el Peso argento de Flavio Cianciarulo y Ricardo Iorio, ese Palacio de las flores que cranearon Andrés Calamaro y Litto Nebbia, pero al cabo sólo firmó el Salmón.
La reflexión viene a cuento de lo sucedido el sábado por la noche en Costanera Sur: a pesar de los esfuerzos por rebuscar en la memoria, este cronista sólo puede exhumar el brevísimo “Vietnam” (parte dos) de Nadie sale vivo de aquí para encontrar otro cruce Cerati-Páez. Una combinación que, dada la estatura de ambos y la naturalidad con la que se encontraron, termina llevando a la pregunta de cómo no sucedió antes: ya había sido una agradable sorpresa reencontrarse con un Fito electrizado, por añadidura recuperando perlas de su repertorio como “Lejos en Berlín”, “Gente sin swing” y “Taquicardia”, pero la intensidad con que el dúo abordó “Crimen” y “Puente”, y ese apoteósico cierre de “Ciudad de pobres corazones” no pudo menos que encender la fantasía, ponerle unas fichas a Cerati-Páez o viceversa.
¿Por qué no? Es probable que Fito y Cerati se hayan planteado lo del sábado sólo como un aporte más a la causa de ALAS, un golpe de efecto en uno de esos eventos hechos de golpes de efecto, necesarios para llamar la atención sobre un tema tan preocupante como la desprotección infantil en América latina. Pero... ¿por qué no soñar con un intercambio creativo entre dos tipos que han demostrado ser altamente creativos de por sí? En los albores de sus respectivas carreras, Fito Páez y Gustavo Cerati parecían correr por carriles bien distintos: uno venía del riñón de la segunda trova rosarina, integrando la banda de un Baglietto de look indisimulablemente hippie; el otro encarnaba una modernidad que venía a cambiarle la cara y el sonido a Buenos Aires. Cualquier diferencia se fue licuando con el correr del tiempo, a medida que uno y otro edificaban una obra en la que ya no había lugar para estereotipos. Hoy, Cerati y Páez suben a un escenario y ofrecen un set breve y contundente, prestándole los versos a la garganta del otro con apreciable espontaneidad y excelente resultado.
¿Por qué no reservar unas horitas en la sala de ensayo, y ver qué pasa?
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