Sábado, 5 de julio de 2008 | Hoy
MUSICA › OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
El Planetario de noche. El Planetario, ese ovni aterrizado en el Parque Tres de Febrero –más conocido como “los bosques de Palermo”–, parece ejercer cierta atracción sobre los rockers argentinos. Allí ha habido más de un memorable show de verano; allí Soda Stereo puso gente a besarse en el videoclip de “Zoom”. Allí volvieron Los Fabulosos Cadillacs el martes, y fue una fiesta. Las obligaciones laborales obligaron a este cronista a seguirlo por TV pero, aun a la distancia, se pudo comprobar un nervio en la banda que entusiasma, ganas de tocar y estar a la altura, intención de evitar el autocover mostrando una canción nueva. Se los vio bien, con la soltura de varios Pellegrinis corridos, peinando (en el caso de Rotman, despeinando) canas, pero bien añejados. Y con un setlist que estimula la expectativa por el regreso, expectativa que en México se tradujo en 50 mil entradas vendidas en una semana. Dan ganas de viajar en este Cadillac, que rescata la frescura pre-Fabulosos Calavera, ese álbum que BMG cometió la torpeza de vender como “el disco que cambiará la historia del rock nacional”. Los muchachos de las compañías a veces deberían callarse un poco. O simplemente cantar eso de que “la canción que es valiente, es canción para siempre”, y punto.
Flashazos en La Rural. Jorge Sciacaluga, presidente de la Asociación de Periodistas de Televisión y Radiodifusión Argentina, quiso abrir a entrega del Martín Fierro con un discurso valiente, que echara por tierra las barbaridades que se dicen por ahí de Aptra y ese asunto de los SMS de Jorge Lafauci (tres veces presidente de la Asociación) haciendo lobby para Tinelli. El miedo escénico, el poco ensayo, quizá la falta de costumbre en eso de hilar sujeto, predicado y verbo (¿cuál es el historial periodístico del presidente de esa Asociación de Periodistas?) llevaron a que balbuceara algunas frases no muy convincentes sobre la privacidad de los asuntos de Aptra, las inexictudes que se dicen en los estudios de TV y “las polémicas estériles que buscan confundir a la gente”, como si la transparencia u opacidad de los Martín Fierro fueran una cuestión equiparable al conflicto del Gobierno con las entidades rurales. No hacía falta tanta alharaca: más allá de este diario, algunos programas de radio y un cada vez más tibio Jorge Rial, con los Fierro todos prefieren jugar a que es igual al Oscar, una fiesta de la tevé. Nadie dice con todas las letras que el Martín Fierro es una payasada decidida por 102 personas, de las cuales sólo una treintena ejerce efectivamente el periodismo, a menudo en la subcategoría chimentos.
Como sea, este año hubo un intento de “ponerle el hombro” al galardón que nomina a Alejandro Awada como actor protagónico y de reparto y a Oreiro/Arana por los mismos papeles que les valieron estatuillas el año pasado; que premia a Claudia Lapacó por el resonante éxito artístico y de rating de El capo y a los guionistas que le pusieron el gancho a un cover de Hay una chica en mi cuerpo o Una rubia caída del cielo –sólo para empezar a contar–, y que define a Son de Fierro como “telecomedia” a pesar de su final casi de Eurípides. A La Rural fueron varias figuritas y figurones a poner el rostro (decisión que Susana Giménez y hasta la misma Mirtha, al ver cómo lucen sus rostros bajo una iluminación diferente a la que acostumbran y sin photoshop, deben haber lamentado): Moria Casán, incluso, puso el rostro y una teta. Hubo tres premios a Televisión por la Identidad, como para maquillar tanta frivolidad con un poco de conciencia social. Hubo dos para Diego Capusotto, para tratar de enamorar al público joven con la ilusión de que el Fierro es del palo. Con el mismo tono culposo antes que convencido, Aptra quiso demostrar interés por la cultura premiando a Ver para leer, aunque Mirtha Legrand insistió una y otra vez con que el conductor del programa es Juan Sasturián. Mientras tanto, las mujeres decían que Dolores Barreiro y su muy cultural competencia de “la más elegante” ya cotizaban alto para los Segundo Sombra de 2008. Los hombres veían a Natalia Oreiro con el vestido ganador y, con la ya conocida contaminación que produce el conflicto del campo, sugerían que a esa De la Renta extraordinaria le hubieran hecho unas buenas retenciones.
El oro fue para Lalola, definido por Juan Di Natale en Day Tripper como “el fracaso más premiado de la historia”. A Lafauci le anularon el voto: la Unión de Trabajadores de Prensa debería tomar cartas en el asunto.
Teléfonos sonando en habitaciones vacías. Volviendo a los muchachos de los sellos: el 18 de enero de este año, PáginaI12 dio pistas sobre la tormenta que se cernía sobre EMI. Guy Hands, cabeza del grupo Terra Firma que compró la legendaria compañía discográfica por 4200 millones de dólares, anunciaba que se recortarían al menos dos mil puestos de trabajo. Ese cambio de mentalidad, la búsqueda de una rentabilidad financiera antes que un desarrollo artístico, provocó la partida de artistas del peso de Paul McCartney, The Rolling Stones (que, tras una frustrante reunión entre Mick Jagger y Hands, se fueron a hacer negocios con Universal) y Radiohead, que terminó su contrato, se puso a experimentar con el pagá lo que quieras con In Rainbows y luego lo editó en un sello chico. Esta semana, aquella tormenta se tradujo en un tsunami en Buenos Aires, cuando EMI Odeón Argentina se desprendió de al menos la mitad de sus empleados: las versiones más insistentes indican que los destinos de artistas como León Gieco, Catupecu Machu o Los Nocheros –sin empezar a hablar del catálogo de EMI, uno de los más potentes del negocio– se decidirán en EMI Brasil. Habrá más novedades.
Judíos en Alaska. El mapa mundial tras la Segunda Guerra es radicalmente diferente al conocido: quizá tenga que ver la bomba atómica que cayó sobre Berlín en 1946, o que en agosto de 1948 los judíos fueron violentamente expulsados de Jerusalén. Fue entonces cuando Estados Unidos les abrió las puertas de Sitka, colonia judía en Alaska donde han vivido sesenta años. Pero el Asentamiento es temporal, la radicación definitiva es una quimera y asoma una nueva Diáspora. El presidente J.F. Kennedy (y la primera dama Marilyn Monroe Kennedy) no parecen muy dispuestos a modificar ese panorama. En ese contexto, el detective Meyer Landsman y su compañero Berko Shemets deben investigar el asesinato de un yid que se hacía llamar Emanuel Lasker, pero que podría ser alguien más, alguien muy importante. Alguien relacionado con una secta de sombreros negros que no son sólo los más ortodoxos de todo Sitka sino, también, una organización mafiosa que deja pálidas a la Cosa Nostra y las Tríadas, liderada por el gigantesco rabino Heskel Shpilman.
Sin dudas, El sindicato de policía yiddish, de Michael Chabon, es la lectura recomendada del mes.
El Planetario de día. El pronóstico meteorológico para este fin de semana no es muy auspicioso, pero quizás el sol brille un poco y levante algo la temperatura. No sería mala ocasión para salir a caminar, clavarse el reproductor de música y seguir con el precalentamiento para el River del 12 de diciembre, cantando ese himno de batalla dedicado a un ex manager: “Hablás toda la noche como un boy scout, hablás sobre mi vida como tu papá / los Cadillacs tocando para vos, los Cadillacs tocando para vos”. Y permitirse una pregunta muy, pero muy ochentosa, código de viejos habitués de shows en Cadillac: ¿tocarán “Belcha”?
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