Lunes, 14 de julio de 2008 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA AL BANDONEONISTA GABRIEL RIVANO
El músico ya viajó 40 veces a Europa, donde un público inquieto valora su eclecticismo genérico, que incluye obras propias y reinterpretaciones diversas, desde Piazzolla hasta Bach, pasando por el folklore criollo y Los Beatles.
Por Cristian Vitale
No es exactamente el síndrome Piazzolla, pero se parece: a Gabriel Rivano –también bandoneonista, también argentino– cuesta encontrarlo en el país. “Ahora estoy en Berna dando un workshop de tango en el conservatorio”, adelanta él, para facilitar el encuadre geográfico. Un buen acercamiento: es la vez número 40 que el músico pisa Europa tentado por ofertas diversas, heterogéneas y sorpresivas. Gusta allí más que aquí –recurrencia– que un tanguero de sangre se largue a profundizar en otras aguas. Y lo suyo, claro, es zambullirse. Un breve racconto discográfico lo presenta, versátil, reinterpretando con absoluta libertad obras en homenaje a su abuelo –Adolfo “Pocholo” Pérez–, Piazzolla, Bach, folklore criollo, Beatles, Gismonti y todos los que vengan. “Acá me reconocen como músico de tango que va más allá de lo tradicional. En Argentina no: dudan de mi conocimiento sobre el género como si dijeran `por algo será que hace otras músicas`. Traté de participar en los dos últimos festivales de tango de Bueno Aires y no me aceptaron”, es la queja sin bandoneón.
–¿Se respeta al músico argentino en general o su caso es puntual?
–En estos últimos años ocurre un descubrimiento de la Argentina y su cultura en el mundo, y en estos países en los que toco a menudo –Suiza, Alemania, Francia, Noruega, Bélgica o Italia– la música nuestra ocupa un lugar de mayor importancia que en otros países.
Cuento de nunca acabar. A juzgar por Luna y misterio, undécimo y último disco, Rivano no solo hace tango del bueno sino que le dibuja al género cara de futuro. Es un intento: las diez piezas son suyas; el ensamble guitarra-bandoneón-violín transforma cada tema en un relajado disfrute minimal; y el dúo que lo secunda (Quique Sinesi en guitarra de siete cuerdas y Leonardo Ferreyra, en violín), agrega lustre a cada riesgo. “Yo creo que es un disco maduro, en el sentido de que hay melodías lindas y solos inspirados. Un periodista que escribió sobre mi música dijo que rompí el paradigma del bandoneonista ‘machista’ y ‘trágico’ y que no me apoyo en Piazzolla, como la mayor parte de los ‘vanguardistas’” dice él, dadivoso en autobombo.
–¿Influye su arraigo europeo en sus composiciones o la fuente fue, es y será Buenos Aires?
–Yo compongo cuando estoy más relajado, con más tiempo libre, o con espacio mental. En Europa, estoy generalmente muy ocupado en los compromisos y viajes, pero es un buen lugar para pensar mejor los arreglos. El arraigo artístico suele tener que ver con Argentina o con Brasil, no sólo con Buenos Aires. De todas maneras, esta ciudad es una influencia muy importante para mi creación.
–En el caso de “I remember langenthal”, está clara la musa europea, porque nace de un viaje en tren en Suiza. ¿Y el resto?
–Fueron pocos los temas nacidos en Europa, pero a la vez son de una intensa emoción. Ese es el caso.
–“La experiencia más bella que podemos tener es la del misterio, es la emoción fundamental...” Linda frase. ¿Por qué decidió “ilustrar” el disco con este escrito de Einstein?
–Cuando la leí me pareció que tenía que ver con el título del disco. Esa curiosidad tiene que ver con la necesidad de búsqueda y descubrimiento de imágenes que llevan a composiciones. Me pareció que ese escrito explicaba de alguna manera lo inexplicable, lo que remite cuando uno escucha las palabras “luna y misterio”.
–En su obra hay señales permanentes de inquietud. Un disco dedicado a su abuelo, que fue representante de la Guardia Vieja; otro a Brasil y el trasvase a Gismonti; otros a Bach, Piazzolla, Los Beatles... ¿Dónde aparece su personalidad unificando todas las obras?
–En la versatilidad. He aprendido de estilos distintos y a la vez siento que tengo una manera personal de acercarme a la música, como si no me costara encontrar mi sello. La gente muchas veces se asombra porque improviso o toco estilos diferentes, cosa que en general no se hace en el bandoneón, pero en otros instrumentos no es tan inusual. Es simplemente un prejuicio. Digo, cada uno encuentra la manera de unir lo que lo influencia. Cuando empecé a componer, a fines de los ’70, había en mí un fuerte deseo de hacer algo nuevo, un anhelo de belleza en un mundo adverso. Al contrario que muchos músicos, no creo que esté bien o mal que haya influencias de determinada música: el arte tiene que ser libre, el prejuicio de lo que se debe hacer atenta contra la verdadera creación.
–Mestizo, su segundo disco, opera como ejemplo. Es estilísticamente disperso...
–Sobre todo por ese tema de 15 minutos que une música de la India, el norte de Brasil y el folklore argentino. Lo pensé como una obra clásica donde la percusión tiene el mismo valor que los instrumentos clásicos, esa “democratización” de los arreglos es una constante en mis composiciones. Para mí es parte del juego.
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