Viernes, 19 de septiembre de 2008 | Hoy
MUSICA › MARGIE BERMEJO PRESENTA SU DISCO AL COMPAS DE UN TANGO
Por Cristian Vitale
Dos culturas, una sangre. Mitad mexicana, mitad argentina. Margie Bermejo tiene 60 años y hace 40 que canta. Nació aquí, en Flores, y en 1961 emigró a tierra azteca. Hija de Guillermo Bermejo, mexicano fundador del trío Calaveras, y de Luz, argentina, cantante de tango y figura de la música infantil de los ’50, pudo al fin grabar un disco-homenaje a su cuna real: Al compás de un tango. En él, luego de pasearse por un sinfín de estilos durante catorce discos, Margie se entrega a clásicos del género: “Niebla del Riachuelo”, “Mano a mano”, “Maula”, “Garúa” y alcanza los objetivos... su voz huele a Buenos Aires. “No tuve resistencias en cantar tango. Pero sí tenía un gran respeto por mi madre, que los cantaba, y me parecía que yo no podía hacerlo si ella lo hacía tan bien; pero con el tiempo me pareció justo hacerlo, porque se trata de una música mía”, confiesa a PáginaI12 en la previa del concierto de hoy a las 21 en La Casa del Tango (Guardia Vieja 4049).
Cosas de sangre, también: Margie es sobrina de Alberto Suárez Villanueva, notable compositor, pianista y director de orquesta, que supo anudar talento con Enrique Cadícamo en los ’40. De él recrea la pieza que da nombre al disco y “La luz de un fósforo”. La tríada madre-padre-tío, entonces, conforma el microcosmos porteño que la intérprete, cuya voz impacta, supo atesorar pese a la lejanía. “Tengo muy bien marcados los dos sentimientos, las dos raíces. Conviví siempre con ellas, porque mi madre se ocupó de infundirnos todo lo argentino, de la educación a la comida. Y la música, porque mis padres llegaron a formar un dúo como ‘embajadores’ de la canción mexicana en Argentina. Se presentaban en las radios El Mundo, Splendid, Belgrano... Mis cuatro hermanos y yo –todos músicos– los acompañábamos a las giras”, recuerda.
Margie actuará acompañada por un pianista ruso –radicado en México– que la acompaña hace doce años: Dmitri Dudin. Compositor y arreglador que se atrevió a meter mano en composiciones de Virgilio Expósito, Mariano Mores o Alfredo Le Pera. “Se apropió muy bien del tango”, defiende ella. “Tiene orígenes muy apasionados: no le fue para nada difícil sentirlo.” Bermejo, que lleva editados catorce discos como intérprete de jazz, bossa nova, bolero y ranchera, ancla por cuarta vez en Buenos Aires. La primera fue en 1993, cuando se presentó a toda gala en el Cervantes; luego, a fines de los ’90, en el Opera; y la tercera como invitada al ciclo Jazzología 2004, que se llevó a cabo en el San Martín. “Cada vez que vengo, me nace un sentimiento de raíz, de querer quedarme, de recuperar lo que dejé hace tiempo. Me da nostalgia... recuerdo cuando, por las tardes, mi tío Alberto tocaba el piano mientras mi madre cantaba, la abuela cosía y charlábamos al ritmo del tango.”
–¿México es tierra ajena para el género?
–Sí y no. Tiene mucho auge en el baile, pero el tango cantado se escucha menos y las pequeñas orquestas tocan mucho Piazzolla, poco tango clásico y mucho Gardel. No hay como Buenos Aires para sentirlo.
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