MUSICA › LA CHARANGA HABANERA TRAE LA “TIMBA” A BUENOS AIRES
“La voz del artista es muy fuerte”
El líder de la agrupación, David Calzado, explica por qué La Charanga es un fenómeno popular en Cuba. Y de paso, le pega al fenómeno Buena Vista.
Por Karina Micheletto
De un tiempo a esta parte, la música cubana se pobló de energéticas bandas multitudinarias, que ponen clave de son al hip hop o el soul, el latin jazz, los ritmos africanos o el más reciente regueaton. El mercado local, crisis de 2001 mediante, sólo les abrió las puertas en círculos salseros acotados, pero un par de visitas bastaron para percibir que valía la pena una segunda vuelta. Ahora, una de las formaciones más convocantes de esta nueva propuesta que genéricamente se conoce como “timba”, La Charanga Habanera, dirigida por David Calzado, vuelve a presentarse en la Argentina, inaugurando el tour la salsa salió de Cuba, que completarán en los próximos meses otras bandas como Los Van Van y Manolito Simonet. El centro de operaciones de esta visita de la Charanga Habanera será en Florida, en el partido de Vicente López. Después de una primera presentación ayer, los cubanos volverán a poner en escena su máquina del ritmo hoy y mañana, a partir de las 21, en el Club Atlético Platense de esa localidad (Sufrategui 2021).
La Charanga Habanera son catorce músicos-bailarines en escena, cultores de una imagen que hasta hace poco mixturaba la estridencia caribeña con cierta estética de pandilla rapera neoyorquina (“los Back Street Boy de la Salsa”, se los apodó aquí), y que ahora dicen haber virado “a un vestuario más europeo”. En sus giras internacionales llegaron a compartir escenario con artistas como Stevie Wonder, Ray Charles, Donna Summer, Tina Turner y Frank Sinatra. El secreto, explica David Calzado, está en las mujeres: “Hacemos un show que primero conquista al público femenino. Donde hay mujeres, van hombres. No falla”.
El de bandas como La Charanga es el camino que siguió el son, devenido en un nuevo género musical que se conoce como “timba” (un término popularizado por Juan Fornell, bajista y director histórico de los Van Van, recientemente relevado por su hijo Samuel). Si en los ’70 la mixtura vino por el lado del jazz y el rock, con grupos como Los Van Van y el exquisito Irakere de Chucho Valdés, de los ’90 en adelante la timba copó la isla, en un fenómeno paralelo al del redescubrimiento del son tradicional, de la mano de los “viejitos del ritmo” de Buena Vista Social Club. David Calzado, el líder de La Charanga Habanera, tiene una posición tomada al respecto: “El fenómeno Buena Vista, como ustedes lo llaman, existe hace más de 50 años. Que ustedes no lo hayan conocido hasta que no vino Ry Cooder a mostrárselos, es otra cosa”.
–Pero no puede negar que sirvió para redescubrir el son, también hacia adentro de Cuba.
–Ninguno de los artistas del Buena Vista –de los que quedan vivos, porque Ibrahim y Compay, pobrecitos, ya fallecieron– tiene hoy popularidad en Cuba. Porque lo que hacen no es antiguo: es muy antiguo. En Cuba no hay emisoras de radio que pasen esa música. Fue muy famosa en los ’40, en los ’50, pero después hubo una evolución. ¿Qué ocurrió? Ocurrió que llegó una persona con mucho dinero y cogió a los viejitos que quedaban vivos, que ni siquiera fueron los más representativos en su época. Quiero aclarar que a nosotros nos llenó de felicidad que a esos viejitos se los reconociera por primera vez de una manera más seria.
–¿Y entonces?
–Le voy a poner un ejemplo: Yo hoy meto 250 mil personas en un concierto (se refiere a las actuaciones de La Charanga en festivales multitudinarios cubanos como el de la Juventud). ¿Se imagina si en Cuba, de aquí a 50 años, me homenajean haciéndome tocar lo mismo que toco ahora? Sería muy triste. Lo que ocurre es que en el mercado de la música, lamentablemente, lo único que importa es que el artista esté marqueteado.
–¿Y ustedes no recurren al marketing?
–¡Por favor, no tenemos una maquinaria como la del Buena Vista detrás! Traigo otro ejemplo: en una gira en Milán, coincidimos con Omara Portuondo, que daba un concierto a los pocos días. Yo fui a verla y me hizo muy feliz que ella esté allí, reconocida. Pero fíjese los números: Ella actuó en un pequeño teatro, frente a unas mil personas, y cobró un cachet de 25 mil dólares. Nosotros juntamos unas catorce mil personas y cobramos 6 mil dólares. ¿Cómo puede pasar eso? Por el marquetineo, no hay otra explicación. A eso súmele el bombardeo norteamericano que todos los cubanos tenemos que soportar. En 2003 me nominaron al Grammy y no pude ir a la ceremonia: me negaron la visa por ser cubano. Si hoy La Charanga fuera a actuar a Miami, estoy seguro de que sería una explosión. No vamos porque somos cubanos, así de simple.
–Se dice que hasta influyeron en la manera de vestir de la juventud cubana. ¿Cómo es eso?
–Fuimos haciéndonos cada vez más populares, hasta el primer gran suceso, Me sube la fiebre, un tema que se hizo superfamoso. Llamábamos la atención por la forma en que nos vestíamos, que en aquel momento era estrafalaria para la isla: por ahí nos poníamos un pantalón con una bocamanga cortada y la otra no, mucho jogging, ropa de gimnasia, era un vestuario muy influido por la cultura negra norteamericana. Los jóvenes empezaron a vestirse como La Charanga, se decía “estás charanguero”, esa era la moda.
–¿Y cómo le caen al estado cubano?
–Al principio tuvimos algunos problemas. Llegaron a sancionarnos, después del show que dimos en el Festival de la Juventud del ’97. Hicimos algo que los cubanos nunca habían visto y eso creó un escándalo. Sobrevolamos la plaza con un helicóptero, caímos allí con grandes humos, luces... Y en aquel momento había un cantante que hacía movimientos pélvicos que no llegaban a ser sexuales, pero sí muy eróticos. Y todo eso salió por la televisión, en un horario que no era el de protección al menor. Se armó un revuelo importante. Pero con el tiempo las cosas cambiaron. Ahora, vamos ganando el Premio a la Popularidad, que se da en Cuba en base a una encuesta nacional, durante cinco años seguidos. Estamos instalados, nos tratan muy bien, tenemos una linda casa. Hay una verdad de peso: la voz del artista es muy fuerte. Cuando un político se presenta en una tribuna, hay que organizar a la gente para que vaya a escucharlo. Cuando un artista se presenta en un escenario, la gente va sola a verlo. Ese es un poder muy grande, y los políticos lo saben.