Viernes, 23 de enero de 2009 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA AL CANTANTE, COMPOSITOR Y VIOLINISTA PETECO CARABAJAL
El músico debutó en 1979 en la Plaza Próspero Molina, como integrante de Los Carabajal. Desde entonces, sólo se ha perdido cuatro o cinco ediciones. Dice que la receta es “animarse, sin hacer tanto hincapié en que uno está presentando algo nuevo, sino cantar naturalmente”.
Por Cristian Vitale
El sonido ambiente de la casa de Peteco Carabajal, en Moreno, está impregnado de vocecitas. Benicio y María, los mellizos que ya irán por los siete meses, andan cerca del teléfono. Gritan, piden cosas en un idioma inentendible, lloran un poco, se ríen. Merodean la zona. “Acá están ellos, conmigo, jugando. Después tengo a Homero, que tiene 17, y a Juan, de 24”, comenta él. Peteco de entrecasa. Sus hijos, los cuatro y en foto, figuran en la lámina ilustrativa de su flamante disco: Aldeas. “El que está en la playa, con un arito, es Juan”, orienta el músico tal vez más inspirado del enorme clan parido por las entrañas de La Banda. Son los momentos previos a la partida. Peteco y su grupo (Demi Carabajal, Daniel Pafanchón y Martín Ulrich) están a punto de viajar a Cosquín para presentarse el miércoles próximo, en el festival que abre hoy. La duración del show está estipulada (40 minutos) y el repertorio también: no habrá clásicos sino ocho canciones de Aldeas (la mitad del disco) más dos invitadas: Laura Ros y Graciela, su hermana. El cálculo a ojo canta que es la vigesimoquinta vez que Peteco pisa el escenario de la Próspero Molina: debutó en 1979, cuando aún era parte de Los Carabajal y, excepto cuatro o cinco ausencias, estuvo siempre. “Me ha pasado de todo allí... es un lugar que respeto mucho”, dice.
Tal vez la última secuencia fuerte ocurrió el año pasado. El y Demi, su hermano, habían sido invitados por Divididos para sumarse al set folklórico que Arnedo y Mollo tenían previsto con el fin de sintonizar tendencias. “La idea era hacer dos o tres temas con Arnedo y Mollo en guitarra. Ensayamos, quedó lindo, pero cuando terminamos todo, Demi y yo les dijimos que queríamos tocar `con` Divididos. Ver qué pasaba con nosotros en ese sonido. Al final terminamos haciendo ‘Qué ves’, con Demi en bombo y yo en violín”, refresca Peteco sobre una situación que motivó, además del placer que de por sí implica unir mundos, la participación de Ricardo Mollo y Diego Arnedo en una de las canciones de Aldeas: “Entidad musical”. Sigue el violinista: “Después nos invitaron a tocar en River y se profundizó la relación. Es cierto que ellos son power, pero también son changos que saben lo que está pasando con la música popular. Cuando llegaron al estudio ya estaban las bases del tema, Mollo cantó y tocó la guitarra y Arnedo, el bajo. Todo bien”.
–¿Habían compartido alguna experiencia antes?
–No. Yo había sido muy amigo del padre de Arnedo, Mario Arnedo Gallo. Incluso hemos grabado juntos con piano y violín... pero a Diego no lo conocía.
–¿Qué implica, según su mirada y su experiencia, el Cosquín Folklore?
–Personalmente me impongo un respeto con el festival, más allá de lo que realmente pase con los demás artistas, la prensa, la gente o la comisión. Yo me predispongo personalmente a estar bien en el festival, y a proponer un recital con respeto. Ese escenario ha sido transitado por los más grandes de la música popular en todos los tiempos. Digamos que ya han pasado los momentos en los que sufría un poco cuando cantaba con Los Carabajal... el olvido o esa cosa de programación en la que nos mandaban últimos y nadie podía registrar lo que hacíamos en aquel momento. En los últimos años se me ha dado un lindo espacio y trato de aprovecharlo bien.
–¿Críticas?
–Por ahí, no me gusta que ciertos artistas quieren “matar”. Salen con todo y siempre golpean en el vacío. Es como Jesús María, hay artistas que van a proponer “a ver cómo grita Cosquín” antes de tocar una nota. Arengan antes de tocar, en vez de confiar en lo que hacen artísticamente. Yo siempre me he preparado en ese sentido y con mi grupo subimos muy tranquilos, seguros de lo que hacemos.
–Se intuye que las ocho canciones que va a mostrar de Aldeas son las más folklóricas: “Padre de mi corazón”, “Flor de cenizas”, el mismo “Aldeas”. ¿Es así?
–En parte sí, pero en una de ésas mostramos algo de lo distinto que tiene el repertorio. No sé, “Mediterráneo” de Serrat o “Milonga del peón de campo”, de Atahualpa Yupanqui. Y si tuviese tiempo haría la de Spinetta.
Peteco se refiere a “Los libros de la buena memoria”, una de las joyitas que atesora Aldeas, cuya presentación completa será el 12, 13, 14 y 15 de marzo, en el ND/Ateneo. Siempre inquieto y con una cuota de riesgo que excede largamente la media del folklore argentino, el santiagueño se apropió de aquella gema de Invisible y pudo, casi sin esfuerzo, traducir el aura de la canción a su forma. “Es de las pocas canciones que he podido hacer a un estilo mío, cantarla en un tono más bajo, porque las canciones de Spinetta sólo las puede cantar él, con su tono de voz agudo y un registro inimitable. Yo no puedo alcanzar esa suavidad spinetteana en las partes altas. Tendría que gritar y no da (risas). Pero lo pude acomodar a mi voz y, de paso, rendirle honores a uno de los creadores más grandes que hay en la música popular argentina. Spinetta es una referencia para un artista de cualquier género”, sostiene. Peteco también versionó, entre otras, “Chacarera del Tucu”, de Adolfo Abalos y Carlos Carabajal; “Sebastián”, de Rubén Blades; “Oh melancolía”, de Silvio Rodríguez, y “Tiempo de Pandorgás”, el escondido de Agustín Carabajal y los hermanos Ríos, pero la visita a “Mediterráneo”, por interpretación y arreglos, porta un brillo extra.
–¿Costó trabajo?
–Para nada. Es una canción que siempre canté en rueda de amigos, en cumpleaños y en reuniones donde hay chicas sobre todo. Como “Aquellas pequeñas cosas”, “Lucía” o muchas de Silvio Rodríguez que me gustan cantar en la intimidad.
–Sorprende el arreglo. Hay una rítmica distinta, un corrimiento de género, incluso.
–Pero siempre respetando su velocidad. Para mí era muy importante cantarla en el mismo tempo que la original, porque eso te permite una flexibilidad en la garganta... poder cantarla y no quedarte, no frasear mucho.
–El estilo, en principio, tiene como un aire de joropo o algo así, medio venezolano...
–Nosotros internamente lo sentimos como una chacarera, pero es cierto: hay una cosa afrolatina que todos tenemos desde la irrupción del español en América. Cuando llegaron ellos, trajeron mucho de Africa, porque pasaban por Canarias y traían esclavos negros. Es lo que se funde con los parches que hay aquí. Es una herencia y para los santiagueños es muy común, siguiendo a la chacarera, meternos en cualquier ritmo latinoamericano.
–¿Por qué eligió “Oh melancolía” de Silvio, entre las tantas que canta en esas reuniones con amigos?
–Porque la considero una de las canciones más bellas que existen. Cuando hice la gira con Mercedes Sosa en 1990 por Europa, ella la cantaba y yo no tocaba nada. Entonces me quedaba en un costado del escenario a escucharla y, de los veinte conciertos, no hubo uno en que no me haya hecho llorar en algún momento de la canción. La letra, la voz, no sé. Era un poco la situación de estar lejos, la emoción de estar con ella. La elegí en honor a todas esas vivencias. Considero que la melancolía es todo nuestro pasado. A veces se la asocia con el bajón o lo negativo...
–¿Es receptivo el público de Cosquín a esas propuestas que van por los bordes del folklore?
–Creo que sí. Hay una predisposición por parte de la gente y sólo hay que animarse, sin hacer tanto hincapié en que uno está presentando algo nuevo, sino cantarlo naturalmente. Hay que empezar a de-sacostumbrarse a esa idea de que uno tiene que lograr el griterío, o que te pidan diez veces que vuelvas. Yo ya estoy acostumbrado a eso y a veces me resulta cómodo cantar lo que tengo pensado y si no me piden bis, todo bien, me bajo y vuelvo a casa tranquilo, sin resentimiento. No lo siento como un fracaso. ¿Sabe qué pasa?, después uno se malacostumbra. Hay artistas que consideran que tienen que estar dos horas y media en el escenario, y así les quitan espacio a los demás. Eso no va.
–Al disco otra vez: “Añatuya”. Como santiagueño, seguro que no podría haber musicalizado otro texto de Homero Manzi en el que refiere a su tierra, que es la misma que la suya. “Un lugar que jamás podré olvidar...”
–Me han regalado un libro suyo y lo saqué de ahí. Es un libro en el que se ve la parte santiagueña de Homero, que no es tan conocida. Hay documentos, libretos, poemas, cuentos, guiones para películas, documentales. El armaba esas cosas. Cuando leí “Añatuya” enseguida entendí que sabía cómo armar una canción. No tenía música, pero la tenía implícita. La métrica del poema era fácil de seguir. Y tengo el honor de decir “comparto una canción con Homero Manzi”. Después, Acho, su hijo, me dijo que Los Fronterizos ya lo habían grabado con música de Oscar Alem. Y bueno, ahora hay dos.
–Compuso “Padre de mi corazón” con Demi. Resulta gracioso cuando la presenta en los recitales: “No se asusten, chicas, que soy el mismo, pero es una canción dedicada con todo amor a los hombres”.
–(Risas.) Es un homenaje al hombre: al padre, al hijo, al abuelo, pero no al nuestro específicamente, sino al padre en general. Hay un amor a lo que el hombre sabe ser cuando tiene familia: un padre, un amigo, un hermano, un hijo. A todas esas vivencias que uno tiene en conexión con un hijo. Por ejemplo esa que dice “sobre tus hombros yo sentí tocar el cielo y ser un rey”. Esa estrofa prácticamente me la dio Homero cuando era chico y lo llevaba al jardín. Lo que más le gustaba era subirse a mis hombros y, de ahí arriba, decirme que era un rey.
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