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Viernes, 23 de enero de 2009

MUSICA › EL ACORDEONISTA RAUL BARBOZA TOCA EN BUENOS AIRES

“Mi música habla sin palabras”

Es una de las grandes figuras internacionales de su instrumento. Vive desde hace dos décadas en Francia, donde se quedó, dice, por cosas del destino. Y tocará en el Centro Cultural Torquato Tasso hoy, mañana, el 30 y el 31.

 Por Karina Micheletto

Ya se le hizo costumbre, y dice que piensa seguir sosteniéndola hasta que pueda: desde hace unos siete años, todos los veranos, Raúl Barboza le escapa al frío de París, donde en este momento, según le cuenta su esposa por teléfono, se disfrutan unos diez grados bajo cero. Allí está radicado el acordeonista y compositor desde hace dos décadas, pero de un tiempo a esta parte enero y febrero son meses con calor y viajes para él, y en su periplo nunca falta una escapada al litoral para nutrirse del paisaje del chamamé. Este año, además de presentarse en lugares como Corrientes, Entre Ríos, Salta, Mar del Plata o Brasil, lo hará hoy y mañana a las 22 en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575) y repetirá las presentaciones los próximos 30 y 31 de enero, junto al guitarrista Horacio Castillo y el bajista Nardo González.

Tiene, además, otro proyecto por aquí, la grabación de su nuevo disco, El árbol y el colibrí. “Hicimos un par de temas que inventé en el momento, se me ocurre una idea, la desarrollo y va tomando forma con los muchachos. También hay temas que compuse hace muchos años, algunos hace tres, cuatro décadas. Hay melodías que ya fueron grabadas alguna vez, otras habían quedado a medio hacer, y hay otras recién horneadas”, cuenta en diálogo con Página/12.

–¿Cómo retoma temas que compuso hace cuarenta años?

–Hay ideas que no tienen tiempo, por eso no pasan de moda. Tienen que ver con sensaciones de vida, y esas sensaciones no cambian por más que pasen los años: la tristeza, el amor, un momento desagradable o uno feliz, en compañía de amigos o de la persona amada. De eso hablo con mi música. Quizás hoy toco esos temas que compuse hace tanto tiempo para chicos que tienen 20 años, y me dicen “¡qué moderno, Raúl!”. Al fin y al cabo, el tiempo es sólo una vivencia personal.

–Ahora lo felicitan por moderno. Cuando recién creó esos temas, ¿lo criticaban?

–En realidad nunca me sentí mal criticado, pero es cierto que de alguna forma no encajaba. Antiguamente el chamamé era una música que sólo se podía exponer en los salones de baile, y muchos se quejaban: “¡Con Raulito no podemos bailar porque nos deja con una pata en el aire, toca todo atravesado!”. El “pistero”, como se llamaba antes, el que tenía que llenar su sala de baile, debía programar números bailables. En realidad conmigo la gente no salía a bailar, pero se quedaban fascinados escuchando. En fin, me vi obligado a emigrar, primero viví un tiempo en el Brasil, finalmente la vida me llevó a París.

–¿Lo llevó la vida o lo decidió usted?

–¡Nooo...! Los seres humanos creemos que decidimos muchas cosas, pobrecitos nosotros. En el ’87 fui de gira a Japón, y luego me fui a Francia, pero para ver cómo era la cosa, no tenía en mi mente dejar el país. Resultó que el destino, una vez que estuve ahí, me jugó una mala o una buena pasada; me fui quedando, me fui quedando... y me quedé. Me ofrecieron un concierto en una casa muy importante, pero para cumplir con ese trabajo debía quedarme tres meses más que la validez de mis pasajes. Entonces con mi señora decidimos probar, lo cual implicaba empezar todo de cero. Yo ya tenía 50 años, no era ningún joven. Pero, vaya a saber por qué cosas del destino, comencé todo de nuevo, haciéndome conocer despacito, con el acordeón al hombro. Por entonces todos querían que tocara tangos. Si aceptaba tenía trabajo enseguida, pero hubiera desvirtuado mi personalidad. Y yo no había cambiado de geografía para ganar más dinero. De todos modos, si me pongo a comparar, creo que para mí las cosas fueron fáciles. Siempre se necesita coraje para imponer las ideas propias.

–En el caso de la música, ¿en qué consiste ese coraje?

–Hay que tener el coraje de hacer un concierto y que no vaya gente, y seguir igual sólo por propio convencimiento. Eso le pasó a Piazzolla, él tuvo que vender su auto, su casa, porque la gente no iba a verlo. Por eso lo admiro tanto, porque él no dijo: “Bueno, si lo mío no funciona, voy a tocar como D’Arienzo”. No, era Piazzolla. Fue gracias a él que continué mi carrera en Europa, porque escribió una carta al periodismo de Francia donde decía: “Yo sería incapaz de tocar un chamamé, los que pueden son Cocomarola, Montiel y Raúl Barboza. No es un comerciante, y merece toda mi estima”. Fue un gesto que siempre le agradeceré.

–¿Usted también se definiría dentro de la línea tradicional de Cocomarola y Montiel?

–¡Por supuesto! Mi música tiene una base absolutamente tradicional, sólo que dentro de lo tradicional, yo no me quedé encasillado en 40 años atrás. Todo cambia en 40 años, hasta la forma de enseñar las matemáticas, y la música también. ¿Qué es la tradición? Para muchos es andar con abrojos en la alpargata, pero la gente ya no usa alpargatas. La tradición es una forma de vida: el respeto al hombre y a la mujer, a los ancianos y a los niños, a los animales y a la naturaleza. Ser tradicional es básicamente ser solidario, como lo son los aborígenes, de quienes tanto aprendo en cada encuentro con ellos.

–Viene de presentarse en Alemania, Israel y Palmas de Mallorca. ¿Cómo es recibida su música en culturas tan diferentes?

–Yo no noto diferencia. Mucho tiempo atrás quizás tenía esa duda: ¿cómo van a recibir esto, me aceptarán? He llegado a la conclusión de que ese sentimiento, en el fondo, se debe a siglos de esclavitud. Las comunidades europeas que llegaron nos hicieron sentir que nuestra cultura no servía para nada, ni nuestra religión ni nuestra música, y que hasta era desagradable ser moreno. Hemos aprendido eso a sangre y fuego. Pero mi música habla sin palabras de lo que siento. Y si en Alemania, Israel o Palma de Mallorca la gente se pone de pie para aplaudirme, quiere decir que puedo compartir lo que siento con ellos, nos entendemos. Podremos vivir en diferentes geografías, pero compartimos algo básico, nuestra condición de seres humanos.

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Raúl Barboza aprovecha el invierno europeo para nutrirse de sus raíces en América.
 
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