MUSICA › CHANGO SPASIUK VOLVIO A COSQUIN DESPUES DE SEIS AÑOS
Dos décadas atrás, el músico misionero fue consagrado en el escenario Atahualpa Yupanqui. Muchas cosas pasaron desde entonces en la carrera de Spasiuk, para quien “la diversidad es absolutamente natural”. Un set breve, pero contundente, dejó su marca en Cosquín.
› Por Cristian Vitale
Desde Cosquin
Es la noche de Raly Barrionuevo y su despertador de conciencias. De Abel Pintos y un set todoterreno que incluye a Andrés Jiménez –ayer A.N.I.M.A.L. hoy D’Mente– entre los condimentos extrapalo. De Los Tekis, y la fiesta popular. Y de un experimento que bordea lo bizarro para los cánones cosquineros: un grupo japonés, Ryukyukoku Matsuri Daiko, que pone en escena una danza tradicional de Okinawa con pistas prefabricadas. A ojo criollo, casi un dislate. Pero, sobre todo, es la noche del Chango Spasiuk. Hace 20 años que Cosquín lo consagró y hace seis que, por diversas razones, no toca aquí. Acaba de llegar del Festival de Chamamé, de Corrientes, lo esperan una gira por Europa y una actuación, posterior, en el Carneggie Hall de Estados Unidos. Tiene un disco a punto de publicar (Pynandí – Los Descalzos) y está en la antesala del retorno. Luce calmo. Como siempre el Chango parece un poeta zen. Sentado solo, rodeado de muchos periodistas –prefiere no dar entrevistas “exclusivas” hasta que salga el disco–, le baja dos cambios al, en general, nervioso tempo-faber del festival.
“Todas las cosas que suceden son parte del camino. No es fácil salirse de lo que uno cree que es el camino. Porque el camino es la vida, y mi vida es mi música y todo lo que rodea esas situaciones. Algunas elecciones y acciones son más acertadas, y otras no tanto, pero son parte de la experimentación personal que resulta llegar a lo que soy hoy”, dice. En realidad, Spasiuk parece un loop humano tratando de explicar de qué irá el concierto que está por empezar. Apenas una pequeña muestra. Serán cuatro las piezas que la tiranía horaria del festival le permitirá mostrar. Pero aun así, escueto y resumido, funcionará como una evidencia contundente de ese curioso lugar que el acordeonista rubio encontró entre la polca y el chamamé, justo donde se cruzan. En la médula de la encrucijada. Primero lo pondrá en palabras y después lo tocará. “La diversidad, para mí, es absolutamente natural. No es intelectual la herramienta que uso para pegar partes fragmentadas. Simplemente expreso lo que convive en mí de una manera natural. Es un tejido étnico muy complejo el de Apóstoles, donde nací. En casa, mi papá tocaba polcas rurales, pero a la hora de la siesta, en la radio que había en el techo de la heladera, se escuchaba chamamé. Son ambos colores de un mismo mundo sonoro, con el cual yo me crié. Con el acordeón, lo único que hago es construir mi propio mundo de sonidos.”
Spasiuk, pasadas las dos de la mañana, vuelve a la Molina con el poncho rojo sobre las rodillas y una banda –impecable– que tratará de trasplantar el aura sonora de su tierra roja a la negra y verde de las sierras. El locutor lo presenta como Horacio Spasiuk, el Chango. Y grita: “chamameceando en la Próspero Molina”. Pero la bella densidad sonora de la introducción no condice con ese “chamameceando” sin bemoles. Bordea lo psicodélico, en el literal sentido de la palabra. El ensamble de cuerdas, su fineza, trepa alto en calidad y talento. La gente toma fernet y escucha. Hay respeto. Y muchos aplausos. Hay otra forma de asumir, de aceptar, la impronta musical de la Mesopotamia.
“Estoy feliz, en especial por la oportunidad de poder tocar mi música para ustedes, que son el corazón del festival. Cuando Yupanqui dice ‘la luz que alumbra el corazón del artista es una antorcha’, a mí me gusta imaginarme que el arte es una herramienta de comunicación, no solamente de entretenimiento. Es una antorcha que usan los pueblos para ver la belleza en el camino... no puedo dejar de recordar a Blas Martínez Riera, cuando hablaba del taita del chamamé: Decía Blasito: ‘Mario del Tránsito Cocomarola el taita del chamamé, bajaste a la tumba sereno y fuerte, con una sonrisa en los labios, como si una voz del cielo te dijera ‘ven, que te espera el premio de tu virtud’”, le dice el Chango a la gente, como si tratara de centrar la mirada de cada quien en la suya, y lanza una tan formidable como heterodoxa versión de “Kilómetro Once”. Fueron cuatro temas, suficiente como para expresar su sino y para, de paso, tenderle una fina alfombra al especial del género, que anoche –bien tarde, con Tarragó Ros, Ramona Galarza y Mario Boffil– animaba, a puro sapukay, la cuarta luna. Spasiuk había dejado su estela: romper para volver a construir, como parte del mismo camino.
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