MUSICA › RAUL GARELLO Y HORACIO FERRER
Un diálogo entre poesía y bandoneón
Esta noche, en Clásica y Moderna, el dúo propondrá un encuentro imperdible.
Por C. V.
Afuera, sobre Avenida de Mayo al 700, el grito de la muchachada ensordece. Está por empezar el segundo tiempo, y Boca tiene el campeonato en el bolsillo: le está ganando 2 a 1 a Olimpo y encima Gimnasia empata con Banfield. Adentro, en la Academia Nacional del Tango, Raúl Garello y el surrealista Horacio Ferrer hacen lo imposible por abstraerse del festín futbolero. No queda claro si es porque son hinchas de River o si consideran que nada puede interceptar una charla sobre tango. Lo concreto es que durante 45 minutos de entrevista escucharán un permanente Dale Bó, pero no dirán nada al respecto. Sí del recital que ofrecerán a dúo hoy en Clásica y Moderna y del camino en común que los llevó a congeniar poesía y bandoneón, luego de un largo peregrinar por las noches de Buenos Aires. “Nos conocemos desde 1966 –evoca Garello–, nos presentó Aníbal Troilo en el boliche Relieve y forjamos una amistad que nos llevó a trabajar juntos.” El primer cruce real entre el hacedor de himnos del tango de fines de los ’60 –Chiquilín de Bachín, Balada para un loco– y el bandoneonista que, en algún momento, llegó a ser arreglador oficial –y pollo– de Troilo fue en 1974, mediante el concierto Zapadas y Chamuyos, que expusieron en el café concert Gallo Loco.
Pasaron treinta años de aquella experiencia, pero el feeling entre ambos sigue intacto. “El grueso del concierto es el diálogo entre poeta y bandoneón, en el que el instrumento explica cómo mutó su mitología germánica por la porteña. Porque el bandoneón pasó de Goethe y Schiller a José Hernández y Carlos de la Púa. De Wagner y Brahms a Pichuco y Arolas. El poeta dice con formas musicales y el bandoneón con un decir poético, expresivo en sus silencios”, resume Garello que, en paralelo, continúa al frente de su sexteto de solistas y de la Orquesta del Tango de Buenos Aires. “En general, los poetas no tienen el hábito de recitar sus poemas. Los leen en alguna ocasión, pero no sienten la misión de ser sus propios intérpretes. Para mí, en cambio, la poesía es como la música. No es poesía hasta que no es dicha”, sostiene Ferrer.
En Diálogos de poeta y bandoneón conviven una mayoría de composiciones propias –Tango encontrado en una habitación vacía, Atahualpa Yupanqui– con el agregado, en vivo, de temas que pide la gente –El gordo triste, Balada para un loco–. Los temas propios son de antigua data. Yupanqui, en rigor, fue estrenado en 1980 en el Alvear –con la presencia del trovador– y hay otro dedicado a un personaje metatanguero: Woody Allen, a quien le grabaron un disco homenaje. “Son personajes que nos encantan”, justifica Ferrer. “Acabo de escribir cincuenta poemas para Picasso, que también estaría fuera del tango ¿y qué tiene que ver? Ejerzo el derecho de mi libertad de escribir. Quienes no entienden al tango como algo universal, es porque no lo conocen.” “Todos estos personajes –agrega Garello– tienen cosas en común con el tango. No me olvido más de lo que pasó en un concierto con Pichuco. Se encontraron él y Atahualpa y hablaron como si hubiesen sido compañeros en la primaria.”
–Ustedes comenzaron a trabajar juntos en los ’70, una década que muchos piensan como decadente para el tango. ¿Qué diferencias encuentran entre el estado del tango en ese momento y el de hoy?
H. F.: –Los ’70 fueron el momento culminante de una época que había nacido en los ’40. Aún había muchas orquestas (Troilo, Pontier), que no trabajaban tanto como antes, pero trabajaban. El problema fue que se fueron muriendo. Fui a un montón de entierros de amigos de la noche, de ídolos de toda la vida, como Laurenz, Demare, el mismo Troilo. Y no hubo un recambio. Por eso, hoy asistimos a un aflore del género muy interesante.
–¿A qué lo atribuye?
H. F.: –A muchas cosas. La TV, por ejemplo, era en blanco y negro y se veía muy mal. Era otro mundo, en el que nadie podía imaginar escuchar una conferencia de Julián Marías por Canal A, tomando mate en la cama.
–¿Cuál es el rol de las jóvenes generaciones en este aflore del género?
H. F.: –Tienen el mérito de atesorar los estilos. Ya va a aparecer la creación, por ahora están si- guiendo a Troilo, Piazzolla, Di Sarli. Están experimentando, como hacen los jóvenes con el flamenco en España, que siguen a Manolo Caracol. ¡Si hasta Pascal y Bacon le copiaban las frases a Montaigne!
–Tal vez la diferencia es que el flamenco se fusiona más con el rock. No así el tango, a excepción de un grupo como Alas, o algún experimento de Rodolfo Mederos.
R. G.: –Usted habla de más acá, pero el origen del tango habla de fusión por excelencia. Mezcla el Mediterráneo con todas las etnias musicales que llegaron de Europa y el folklore.
H. F.: –El tango es un devorador de todo.
R. G.: –Lo que hacen los jóvenes hoy me parece auspicioso, porque nada se genera espontáneamente. Uno necesita referentes y modelos en todos los órdenes. Están asumiendo el legado que dejaron los De Caro, los Canaro y los Salgán. Las expresiones de exploración aparecerán, con exactitud, con el tiempo. Hace veinte años esto no existía. Nos mirábamos y decíamos ¿y ahora quien viene?
H. F.: –Y vino una patota (risas). Horacio Quiroga decía “si querés aprender a escribir, aprendé irredentamente; si tenés personalidad, ya va a salir”.
–Ustedes que lo tuvieron tan cerca, ¿piensan que esta época hubiese sido más propicia para el Piazzolla creador?
H. F.: –Es una hipótesis. Para mí, él nació en la época justa. Fue un original ayudado por su infancia en Estados Unidos y por el tanguismo de su padre. Cada uno nace en el momento que le corresponde. Si yo no hubiese nacido cuando nací, no hubiese tenido una madre que estuvo en las rodillas de Rubén Darío, que conoció a García Lorca y que enamoró a Amado Nervo.