Miércoles, 18 de marzo de 2009 | Hoy
MUSICA › LOS DETALLES DE LO ANUNCIADO POR GARCíA CAFFI PARA EL COLóN
“El teatro debe recuperarse”, se dice. Pero no se aclara de qué. Una programación racional y abierta, aunque con zonas oscuras, y ciertas cifras falaces marcan un comienzo con algunos datos auspiciosos y otros preocupantes.
Por Diego Fischerman
Macedonio Fernández decía de sí mismo que era un hacedor de talentos. A su lado, afirmaba, todos parecían talentosos. Una paráfrasis de aquella boutade permitiría suponer que ése ha sido el destino del doctor Sanguinetti: convertirse en hacedor de buenos directores del Colón. Y es que al lado de quien renunció después de haber anunciado formalmente dos temporadas falsas e informalmente una mediocre, en tan sólo un año en que además paralizó el teatro, ya resulta meritorio cualquiera que no anuncie para el mismo día y en el mismo horario la Tetralogía completa, las 15 Sinfonías de Shostakovich y una “gala” con una sucesión de lugares comunes interpretada por veintisiete cantantes y nueve directores distintos.
Después de un mes de haberse hecho cargo de la dirección del teatro, que el ex rector del Nacional Buenos Aires abandonó demasiado tardíamente, Pedro Pablo García Caffi anunció una temporada artística de emergencia y algunos cambios estructurales de peso, que implican la jubilación de los empleados con la edad para acogerse a ella, la no renovación de los contratos, la reubicación de empleados y el próximo llamado a concurso para cubrir las vacantes. En uno y otro caso, la mezcla de informaciones verdaderas y datos erróneos y de gestos positivos y otros dudosos hace necesarias algunas precisiones. En relación con lo artístico, lo que quedó más entero de la gestión anterior, dado que tuvo una relativa autonomía, fue la programación de la Filarmónica de Buenos Aires. Algunos muy buenos directores y solistas y un repertorio amplio, sumados al carisma de su director musical, el mexicano Arturo Diemecke, y a la empatía que lo une con la orquesta, son parte del crédito a favor. Como contraparte, sigue observándose la excesiva dependencia de los “aniversarios redondos” casi como único criterio de programación. Con la esperanza de que no caiga cerca algún sesquicentenario de Bouildeau, sería deseable que se pusiera en juego un grado mayor de imaginación. Un concierto, al fin y al cabo, no es la mera sucesión de obras sino una suerte de narración en que cada pieza, de alguna manera, debe iluminar y permitir una escucha diferente de las otras.
En el terreno operístico, la oferta comprende sólo cuatro títulos, uno de ellos un oratorio, que se representarán en el Teatro Coliseo. Los teatros programan con dos y tres años de antelación, por lo que ya es un logro que se haya llegado a armar algo para 2009. Y el panorama que va de Gluck (Orfeo y Eurídice) a Honegger (Juana de Arco en la hoguera) pasando por Mozart (El rapto en el serrallo) y Verdi (I due Foscari) es, en versión sintética, mucho más interesante que la monotonía italiana del siglo XIX que la gestión anterior hubiera programado de haber sabido cómo hacerlo. Sin embargo, hay algunas turbulencias que, en tan escaso universo, resultan llamativas. Por un lado, se anunció a Mario Pontiggia como director de escena del título verdiano, pero este diario pudo saber que el régisseur hasta el momento de la presentación de la temporada no había confirmado su participación en la misma y que, de hecho, en la fecha prevista (fines de noviembre y comienzos de diciembre) los compromisos ya contraídos le impedirían hacerlo. Por otra parte, la ópera de Mozart –que formaba parte del último intento de temporada propuesto por Sanguinetti– ya había sido ofrecida a un puestista y un escenógrafo diferentes del que se comunicó. Los convocados originalmente habían sido Daniel Suárez Marzal y el notable escenógrafo Emilio Basaldúa, pero en la temporada definitiva la régie estará a cargo de quien fue, a la vez, designado como director del Centro de Experimentación, Willy Landín. También en Orfeo y Eurídice hubo cambios; Roberto Oswald será quien tome a su cargo la puesta en escena que el director anterior había encargado a Betty Gambartes.
Una de las muletillas en el discurso oficial acerca del Colón es la de su “recuperación”, señalando una difusa decadencia “de décadas”. Lo que no se dice es que, posiblemente más al gusto de unos que de otros, y, obviamente, con altibajos, el Colón, en el momento de la asunción de Macri como jefe de Gobierno, estaba funcionando. No hace tanto que allí tuvo lugar el Bomarzo con puesta de Alfredo Arias, el Pelléas et Melisande dirigido teatralmente por Jorge Lavelli, un Così fan tutte impecable o, incluso, ya fuera de sede, un Wozzeck y una Elektra memorables. Tampoco hace tanto que un CETC ya sin sala propia, por las reformas fijadas por el Masterplan, se las arregló para producir un Festival Kagel que estuvo muy lejos del elitismo que el nuevo director le atribuye a ese Centro. Es decir: lo que se trata que pase desapercibido es que el Colón debe recuperarse de lo que este mismo gobierno le ha hecho, como producto de la mezcla letal entre ignorancia y soberbia.
También son falaces algunas de las cifras aportadas por las autoridades. Comparan, por ejemplo, la cantidad de empleados actual con la de 1908 y la de los años sesenta, sin aclarar que hasta 1925 el Colón no tuvo ni orquesta ni ballet propios y que contrataba compañías completas que llegaban desde Europa y que, en los ’60, la mayoría de las escenografías eran todavía telones pintados. Los delegados de ATE, que hasta ahora han sido los únicos en abrir la boca, denuncian estas imprecisiones y agregan que, en momentos de mucha producción, no sólo no sobraban sino que incluso faltaban trabajadores, haciendo necesario el contrato de refuerzos. Dicen, por otra parte, que en las épocas a las que las autoridades se refieren como “ideales” tampoco existía el CETC. Sus argumentos son justos, por cierto, pero también encierran ocultamientos parciales. No dicen que el “no llegar a tiempo” con una producción, para obligar al contrato de personal agregado y a la adición de horas extra, fue un recurso corriente en el teatro y que lejos de hablar de eficiencia delata lo contrario. Tampoco dicen que no hubo hasta ahora director del Colón que quisiera convencer a los técnicos de que el CETC era parte del teatro y, que, cuando éstos se avinieron a prestar servicio en el Centro de Experimentación, lo hicieron siempre con contratos adicionales. Y lo que también callan con celo es que gran parte de los contratados ahora en conflicto no acredita demasiada antigüedad ni una larga foja de inestimables servicios al teatro. Son, en su mayoría, parientes de empleados de planta que, como “premio” a su fidelidad, fueron nombrados durante la funesta gestión de Tito Capobianco.
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