Mar 24.03.2009
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MUSICA › RECITAL DE PETER GABRIEL EN LA CANCHA DE VéLEZ

Un clásico que repasó su historia

Antes unos 30 mil fans y acompañado por una banda notable, el músico británico hizo un auténtico y disfrutable “Greatest Hits”.

› Por Fernando D´addario

En su tercera visita a la Argentina, Peter Gabriel ratificó su condición de monstruo sagrado. Esta categorización, que en otro momento de su trayectoria hubiese irritado su sensibilidad de performer futurista, seguramente hoy le resulte asimilable a su status de señor mayor con una carrera ya hecha. El hombre que se fue de Genesis para desarrollar su propia idea de la progresividad; el músico que mejor entendió la compatibilidad entre arte y tecnología; el artista que siempre proyectó la idea del “salto hacia adelante” en términos de apuesta visual y de integración de culturas, finalmente dio en Vélez una notable lección de conservacionismo rockero. Que no es lo mismo que conservadurismo. Aunque lo parezca.

Frente a 30 mil fans que pagaron una buena cantidad de dinero para ver y escuchar “Sledgehammer”, “Solsbury Hill”, “Games without frontiers” y “Big time”, entre otros “clásicos”, el músico británico asumió con sabiduría el rol que le toca encarnar en el rock contemporáneo: el de artista maduro con la obligación de preservar, con pasión de museólogo, los experimentos que le dieron fama. Nadie pretende de él nuevos experimentos. A lo sumo, su público aceptaría respetuosamente que Gabriel adelantara dos o tres temas de su próximo disco. Pero nada de eso sucedió. No hubo canciones nuevas en el set de dos horas y media que el ex Genesis ofreció el domingo por la noche. El play list enfatizó, por el contrario, el itinerario de seducción que el público fue siguiendo, desde hace casi 25 años, en su vínculo afectivo con Gabriel. Esto es: nada de “su” Genesis (aquella ruptura, de mediados de los ’70, implica, aun para los fans de Genesis, la aceptación de un pacto de complicidad; aquella negativa, hoy reafirmada, era parte del “mirar para adelante”), mucho material de sus cuatro primeros discos solistas (“San Jacinto”, “The Rhythm of the heat”, “No self control”, el infaltable “Biko”), los hits de So (los ya citados “Sledgehammer” y “Big time”, “Red rain”, “In your eyes”) y de Us (“Steam”).

El despliegue escénico quedó reducido a su mínima expresión. Aquí pueden hacerse dos lecturas. 1) Gabriel se despojó de toda la parafernalia teatral y de sus chiches tecnológicos para poner en primer plano su música. 2) La presunta austeridad esconde la caracterización “Clase B” para el público su-damericano que asiste a su “Small Place Tour”. Aunque los argentinos somos aficionados a los espejitos de colores, no hubo para nosotros ni viajes en bote ni caminatas por el techo ni bicicletas rodando sobre la nada. Apenas una pantalla central que acompañaba, con imágenes aleatorias, la narrativa del escenario. En Europa no es así.

El hecho de haber puesto, en definitiva –aceptando cualquiera de las dos hipótesis, o inclusive las dos–, la música en primer plano invita a reconocer que la interpretación de ese “greatest hits” fue impecable. La voz de Gabriel lució con la perfección de los tiempos de The lamb lies down on Broadway (con perdón de la reminiscencia paleozoica); la base formada por Ged Lynch y el ya legendario Tony Levin (la segunda mayor ovación de la noche; también el espíritu de King Crimson flotaba por allí) paseó a la banda por todo el arco rítmico que recorre la música de Gabriel, desde el funk hasta el jazz, pasando por ciertas atmósferas industriales y las dosis necesarias de africanismo explícito. Otro histórico, el guitarrista David Rhodes (“Escupe sonidos con sus manos como un cirujano”, así lo presentó Gabriel) aportó esa clase de virtuosismo que se verifica en punteos sutiles, en matices que parecen subvertir la estructura lógica de una canción sin que nada suene, a pesar de todo, fuera de tono.

Acaso con un dejo de culpa por la ya explicada “austeridad”, Gabriel tuvo la delicadeza de explicar, papel en mano, y en un esforzadísimo español, las ideas que originaron las canciones que estaba por cantar. Una manera de reforzar el carácter “terrenal” y amigable de la propuesta, sin las virtualidades escénicas por las que pagan los europeos. Los fans argentinos tal vez no necesitaban tanto esmero. Con las canciones alcanzaba. Tampoco lucían muy naturales los puños levantados al viento (algunos, quizás poco acostumbrados a la épica militante, levantaban equivocadamente el brazo derecho) en el campo vip durante la interpretación de la entrañable “Biko”. Pero también abajo del escenario hay gestos rituales que se conservan, como testimonio de un futuro que pasó hace rato.

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