Viernes, 27 de marzo de 2009 | Hoy
MUSICA › ARIEL ARDIT PRESENTA SU DISCO NI MAS NI MENOS
El cantante, que se presenta hoy y mañana en el Centro Cultural Torquato Tasso, rinde culto al estilo individual. “Puedo hacer cualquier cosa menos cambiar de acuerdo a cómo parece que va cambiando la moda del tango”, explica.
Por Karina Micheletto
Ariel Ardit llega a la entrevista con el pómulo derecho cruzado por una venda quirúrgica, que protege los puntos que le dieron tras una lesión... futbolística. Cuidado, lo suyo es cuasi profesional: participa en un campeonato de fútbol bien organizado. Alguna vez este cordobés radicado en Buenos Aires desde los ocho años se probó en las inferiores de Huracán, de San Lorenzo, de Independiente, de Vélez. Ninguno de esos clubes supo apreciar sus virtudes con las piernas. Su voz, en cambio, le deparaba otros reconocimientos, aquí y en el mundo. Hoy es uno de los cantores más interesantes de la escena tanguera, capaz de sentar el precedente de eso que ampulosamente se denomina estilo. “Se ve que me esperaba el tango”, sonríe el hombre. Por esta vez no está disponible para las fotos, pero su voz sí está a punto para seguir presentando su nuevo disco, hoy y mañana a las 22 en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575).
Ardit está presentando Ni más ni menos, que es su segundo disco en la etapa que encaró como solista, después de seis años de ser el cantor oficial de El Arranque. El disco transita un repertorio de joyitas que alguna vez tomaron a su cargo famosas orquestas, y que ahora resultan una suerte de descubrimiento, por lo poco revisitados, desde el milongazo “Ni más ni menos”, hasta un tango como “Los despojos”. En el arte de tapa, Ardit tuvo el lindo gesto de incluir una breve historia de cada tema, mencionando las orquestas que lo interpretaron. Además de darse el gusto de grabar con el Portugués Da Silva –técnico histórico del género–, el cantor contó con la dirección musical y los arreglos del pianista Andrés Linetzky, y también con los arreglos de Ramiro Gallo, Nicolás Capsitsky, José Libertella y Víctor Lavallén, quien además interpreta dos temas.
Como casi todos los cantores de tango, Ardit llegó al tango por Gardel. Y también, indirectamente, presenciando noches de truco entre sus tíos. Su madre, Adriana Oviedo, era cantante profesional de folklore. Sus tíos, actores y humoristas. “Trabajaban en teatros de revista, eran una especie de Midachi, pero que no llegaron a triunfar. Se llamaban Súper Clan y luego Los x 3. Eran los tíos locos que actuaban y hacían chistes”, recuerda. Así es que los cupos artísticos en la familia estaban cubiertos: “Los graciosos eran los tíos; la que cantaba bien, mi vieja”. Pero el pequeño Ariel mostraba condiciones: “A los cuatro años hacía imitaciones de Sandro y del Hacha Ludueña (aquel jugador de Talleres de Córdoba en los ’70). Cuando, ya de adolescente, mi vieja vio que me gustaba cantar en serio, me mandó a estudiar canto lírico. Después llegó el día en que escuché un casete de Gardel. Fue un antes y un después: me fanaticé. No llegué a Gardel por el mito. ¡Me mataba cómo cantaba!”
Ya instalado en Buenos Aires, Ardit vivía a dos cuadras del Boliche de Roberto, ese bar de Almagro donde aficionados y profesionales se hacen escuchar por igual, desde las mesas o micrófono en mano. Allí lo descubrieron los integrantes de El Arranque, que casualmente estaban buscando cantor. Así, Ardit se transformó en el cantor estable del grupo. Recuerda con claridad el día de su debut profesional en el Café Tortoni: 12 de marzo de 1999. Fueron unos seis años de foguear su voz en escenarios de la Argentina y del mundo, una suerte de iniciación de lujo.
Ardit puede mencionar algunos modelos primeros: Raúl Berón, Enrique Campos, Floreal Ruiz. Pero, sobre todo, Alberto Podestá. El último gran cantor de la época de oro de las orquestas, como lo presenta sin medias tintas Ardit, confeso admirador del hombre que formó en las filas de Di Sarli o Caló. Podestá fue su referente, el hombre al que fue a pedir consejo, cargado de nervios, antes de tener la suerte de llegar a compartir escenario con él.
–¿Y qué le preguntó a Podestá?
–Todo. Cómo se preparaba antes de actuar, qué comía, si tomaba vino, si fumaba, cómo armaba el repertorio. Le pedí consejos: me dijo que lo primero que tiene que buscar el cantor es ser personal, ser respetuoso del género. Que puedo hacer cualquier cosa menos cambiar mi estilo de acuerdo a cómo parece que va cambiando la moda del tango. Igual, el mejor consejo son sus discos. La afinación, la interpretación... es un genio. Uno lo escucha en sus distintas etapas y es siempre Podestá, tiene el sello de los grandes. Esta es una de las gratificaciones que me dio esta profesión: haber cantado con Podestá. ¡Y haber recibido su elogio!
–¿Algún otro elogio que recuerde especialmente?
–El de la gente mayor, “los viejos tangueros”, es un elogio que uno siempre valora mucho, porque ellos tienen muchos referentes incorporados en la oreja, y el estándar es alto... Bueno, también hay otro elogio que me enorgullece: el hijo de mi amigo el Colo, Teo, tiene cinco años, y se sabe absolutamente todas las letras de los tangos que canto. Le dijo al papá que quiere cambiarse el nombre y llamarse Ariel. ¡Soy el ídolo de Teo! Ese sí que es un logro importante en mi carrera.
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