MUSICA › EL CUARTETO CEDRON, ENTRE MANZI, TUÑON Y BUSTOS
Los músicos se presentarán en el Club Atlético Fernández Fierro desde el próximo jueves hasta el domingo para musicalizar la obra de sus referentes poéticos. “Hacemos nuestra música, con nuestro estilo, desde hace décadas”, asume Juan “Tata” Cedrón.
› Por Karina Micheletto
Por la ventana de la casa de Villa del Parque se cuela una pista importante sobre lo que vendrá. Suena el Cuarteto Cedrón, y el sello es inconfundible, potente, tristón y dulce, melancólico y porteño. Lo que sale por la ventana es lo nuevo que está ensayando el cuarteto: la poesía de Miguel Angel Bustos, que acaba de musicalizar Juan “Tata” Cedrón en unos pocos días de frenética producción. Un “metejón” que Cedrón se agarró cuando tuvo en sus manos la edición de la poesía completa de este poeta que fue su amigo, pero que sobre todo volvió a emocionarlo al releerlo, admite, con cierto temor. ¿Cómo resonarían las palabras de su amigo hoy y aquí? Ahora salen por la ventana impregnando de dulzura esta tarde mansa de barrio de cuentos: Viento y fuego, piel cálida. El niño despierta. Flor y espuma, hiende el agua. El niño ríe...
El Cuarteto Cedrón está encarando una presentación en Buenos Aires, y por eso está reunido en este ensayo, como lo viene haciendo desde hace varios días. Los shows son en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764), y además del show de esta noche, habrá otras presentaciones los próximos jueves 2, viernes 3, sábado 4 y domingo 5 de abril. Habrá tiempo para mixturar un tour por Manzi inédito, con la obra que Cedrón concretó con poemas desconocidos de Manzi –y que fue editada en el CD Frisón, Frisón– y otra incursión titulada, con guiño de por medio, ¡Y dale con Tuñón!, y que retomará aquel trabajo que le puso música a “La calle del agujero en la media”, o a “La cerveza del pescador Schiltigheim”. Pero el hilo conductor serán estas nuevas canciones, y estos poemas, que Cedrón y compañía muestran como acunando a un nuevo hijo, pequeñas, delicadas y hermosas, con algo de mágico también.
Tratándose del Tata Cedrón, se suponía que esta escena doméstica transcurriera en Boedo, el barrio que adoptó como propio, a pesar de haber nacido en Saavedra. Pero no. El Tata Cedrón acaba de mudarse, blandiendo una denuncia grave: “Ya es imposible vivir en Boedo. No hay una calle donde no pasen colectivos. El ruido es insoportable. Autos, motos, camiones, colectivos... Un día me pasó un avión por la cabeza. Ahí dije: ‘Basta. Me voy de este infierno, me voy del centro’”. Así que después de un año de infructuosa búsqueda de un PH en un pasaje de Boedo, alguna excepción urbanística que lo resguarde del tránsito (“señé uno pero a último momento la mina se arrepintió. Me traicionó”, acusa), el Tata quemó las naves rumbo a Villa del Parque, su nuevo lugar en el mundo. Como suelen hacer los que se mudan más bien lejos del centro, Cedrón acorta imaginariamente las relaciones espacio–temporales, las distancias de y hacia su nuevo nido se tergiversan en el relato: no más de media hora de colectivo para llegar a Las Heras y Pueyrredón, asegura, contundente. Pero hay algo rigurosamente cierto: acá se escuchan los pájaros.
Eso sí: todos los sábados el Tata viaja hasta Boedo para encontrarse con los muchachos, esos amigos de Boedo entre quienes está Hugo Rivas, que además de trabajar como cantor de tangos profesional (acaba de editar un CD con Leopoldo Federico), atiende allí cerca su peluquería. Se juntan en el puesto de diarios de Colombres y México al que la muchachada llama, un poco en broma y un poco en serio, centro cultural. Esas reuniones son cosa seria, por eso Cedrón no piensa abandonarlas, aunque ahora viva lejos en el mapa, cerca en su relato.
Cedrón habla como en un tango. En sus enunciados hay traiciones, minas, reos, viejitas dulces. Y además se apasiona, acentúa, maldice, exagera. Es Cedrón. Casualmente, un médico le ha pedido que deje de ser Cedrón. Para acreditar sus palabras, él muestra la prescripción del galeno: “Reposo físico y psíquico”, ordena la letra de médico. Difícil que el chancho vuele. “La verdad la verdad, el reposo nuestro es tocar –interviene Miguel Praino, el otro histórico del cuarteto–. Nos estresamos cuando no tocamos. Cuando hacemos música, somos felices.” Nada menos.
El Cuarteto Cedrón tiene la particularidad de que sus integrantes viven en dos puntos del mapa, y éstos sí que quedan lejos entre sí: la mitad en Francia, la mitad en Argentina. Y también tienen actuaciones programadas en dos orillas. Después de estos shows en el reducto del Abasto de la Fernández Fierro, el cuarteto cruzará el mar para una gira por Europa, que incluirá conciertos en Polonia –compartidos con el revolucionario del flamenco Enrique Morente, incluida una actuación en la célebre ópera de Varsovia, el teatro lírico más grande del continente–, además de Francia, Holanda, Bélgica, entre otros puntos. Como siempre, comandando el cuarteto están Juan Tata Cedrón, responsable de la voz y la guitarra, y también de la composición, y a cargo de la viola Miguel Praino, “el profesor”: “Tiene una gran cultura porque lee de todo, todo el día y toda la noche... es un infierno”, lo describe Cedrón. El prefiere calificarse simplemente como “un insomne”.
También están Román Cedrón en contrabajo, y el mendocino Miguel López en bandoneón. Román es hijo del Tata, y el mismo que recita de punta a punta el poema “Los ladrones” en el mítico disco en que el cuarteto canta a Raúl González Tuñón (reeditado por este diario, junto a Cuarteto Cedrón en versos y en canción). Román Cedrón tenía 3 años cuando recitaba palabras graves con voz finita en la cinta que quedó incluida en el disco: “Ven a verlos por la mañana, con la gorra hasta las orejas. Han desvalijado a las viejas, del Asilo de las Hermanas. / Dilapidarán sus dineros, con mujeres y malandrinos, en pocilgas y merenderos, en milongas y clandestinos. / Oirán un tango de Pracánico, y en lo del Pena ole con ole, mientras sueñan con Rocambole, las muchachas en el Botánico”, repetía con perfección. Así, su presencia en ¡Y dale con Tuñón!, también es la de un músico con historia.
“No necesitamos una presentación con bombos y platillos para estos shows. Lo digo pedantemente: somos el Cuarteto Cedrón, y hacemos nuestra música, con nuestro estilo, desde hace décadas –se planta Cedrón–. Hacía tres años que el Cuarteto no tocaba en la Argentina. Esta es nuestra vuelta, acá estamos.” Traen lo que ya es viejo en su repertorio pero sigue siendo muy nuevo, más la última producción del Cuarteto sobre inéditos de Manzi, más lo que aún es desconocido por completo. “Con Miguel Angel Bustos me agarré un metejón, una locura –cuenta el compositor de la música de estas poesías–. En una semana me hice cuatro o cinco arreglos, no podía parar. Y eso que estaba en plena mudanza. A los prejuiciosos les advierto que no se trata de la obra de un poeta desaparecido. Es la obra de un poeta. Punto. Es pura poesía, dulce, tierna, hay frescor y bondad en sus palabras, algo de inocencia también. Así era él. Era amigo mío, era un erudito en poesía precolombina, y por eso hablábamos de ese tema. Y hablábamos de poesía.”
Los músicos que integran el cuarteto tienen un recuerdo fresco, y es de cuando cantaron “Niño y tierra”, un poema de Bustos, en el reciente acto de la ESMA. “Con las Madres adelante, casi no podía cantar del llanto”, dice Cedrón. En la mesa alrededor de la que ensaya el grupo hay un ejemplar de Visión de los hijos del mal, la poesía completa editada por Argonauta (ver aparte) que fue la punta disparadora de este nuevo trabajo. Cedrón lee un texto que Juan Gelman escribió para la presentación del libro Corazón de piel afuera, en 1958, y que está incluida en esta edición: “Miguel Angel Bustos reúne asombros y milagros... sin antecedentes en la poesía argentina, de un vuelo lírico poderoso y maduro, inesperado y tierno. El ángel de Miguel ha sacado su corazón instalándolo en la vida, en los hombres que la mueven, ha logrado la hazaña; tóquese esta poesía: su presencia es mágica y trae la felicidad”.
“Tóquese esta poesía: su presencia es mágica y trae la felicidad”, repiten los integrantes del cuarteto. E invitan a escucharla –a descubrirla– seguros de estar a la altura de la promesa.
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